viernes, 20 de febrero de 2015

CLIENTE NÚMERO MIL


Todo estaba previsto. El agente de Marketing había propuesto, para la promoción del nuevo establecimiento, hacer un obsequio de un fin de semana a Londres al cliente número mil. El proyecto se había cumplimentado y delante del mostrador se hallaba la persona ganadora del premio. Se trataba de Marcisa, una joven que decía con voz chillona:
--Prefiero que me den ustedes el dinero, yo no sé hablar inglés y además, sola, no me voy a ninguna parte.
--Puedes regalarlo a quien quieras, el dinero no se puede dar.
Marchó Marcisa cabizbaja y mal humorada.
--La primera vez que me toca un premio y no lo puedo coger, --decía ella.
Una vez en casa, tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre:
--¡venga, Marcisa, a estudiar inglés! 

Nunca había sentido interés por nada que no fuese la ley... del mínimo esfuerzo. Su vida de estudiante había sido un calvario para su madre, no había manera de sacarla de la cama. Dejó los estudios con un currículum nefasto. Convertida en adulta, iba de tropiezo en tropiezo, su falta de preparación la iba relegando a los últimos puestos de trabajo de la sociedad activa.

Pronto pudo comprobar lo difícil que resulta estudiar un idioma extranjero si no conoces el tuyo propio. Anduvo buscando libros de gramática del idioma castellano parlante y se puso mano a la obra de ponerse al día sobre su propio idioma antes de acometer con otro extraño.
Fue conociendo el fantástico mundo de la lectura, inédito para ella.

Buceando por los mares de libros de texto antiguos, descubrió retazos de libros de autores insignes. Quedó interesada por conocer las obras más importantes de todos ellos. Marchó una mañana decidida a hacerse socia de la Biblioteca Regional. Toda la inmensidad de volúmenes de las interminables estanterías la dejaron anonadada. 
Cumplimentados todos los requisitos exigidos, se dispuso a elegir el título recomendado por la bibliotecaria. Era éste de gran volumen. 

Llegó el domingo y se dispuso a leer de buena mañana. Quedó tan enganchada en la trama que llegó el medio día y seguía leyendo sin descanso. 
Tomó un refrigerio y siguió con la lectura hasta terminar todo el libro. Acababa de nacer una lectora empedernida; pero, cualquier virtud se convierte en vicio cuando te excedes. 

Se le olvidó su intento de estudiar y prepararse para algo en concreto. Ahora pasaba el tiempo de modo indolente con la mente perdida en historias ficticias inventadas por otros, que eran los verdaderos beneficiados. Cierto que Marcisa algo se ilustró; pero, ningún cerebro prospera con el trabajo que ha desarrollado otro cerebro si no lo hace con intención. Si ésto fuese así, todos seríamos genios y hablaríamos correctamente sólo pasando las horas que pasamos viendo televisión. 




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