miércoles, 20 de octubre de 2021

La tortuguita Vereta

 

La tortuguita Vereta no era feliz. Vivía en un bosque encantado. No había pinos ni enjambres de abejas.

Tenía siempre la mirada fija en el horizonte, por si veía a los pajaritos volar, pero tampoco los había desde hacía mucho tiempo. Todos se habían marchado. Cómo los árboles del bosque no tenían hojas, los pajaritos no podían hacer allí sus nidos.

Un día despertó decida a marcharse. No tenía que hacer mudanza, pues ella llevaba su casita a cuestas, igual que los caracoles.

Su abuela le decía: 

—No te vayas, Vereta. Lo mismo viene una lluvia de Sol naciente y todo vuelve a florecer igual que antes. Las aventuras son eso, aventuras. Nunca sabes qué te sucederá. Aquí estamos todos los que conoces y te queremos. Nos ayudaremos unos a otros y trataremos de ser felices con lo que tenemos.

Vereta estaba decidida a marchar. Se sentía capaz de salir adelante sola y estaba dispuesta a enfrentar los peligros que se fueran presentando.

Se marchó antes de salir el sol. Andaba despacito, como lo hacen las tortugas, pero anduvo sin parar y al llegar la noche ya estaba muy lejos de su bosque de árboles sin hojas. Se ocultó en su concha a esperar el nuevo día.

Cuando despertó, llena de extrañeza, pudo comprobar que se hallaba metida en el bolsillo de una mochila. Un senderista la había capturado y la llevaba a sus espaldas. Cada paso que daba la mochila daba un fuerte traqueteo y ella se encontraba muy mareada.

Notó un golpe y después fue depositada en un terrario. Había más tortugas allí. Todas dormitaban ya que casi no se podían mover, el terrario no era muy grande. 

Estaba aterrorizada. ¡Cómo echaba de menos estar libre en su bosque sin hojas!

Pasaban los días y todo seguía igual. No pensaba en nada que no fuese escapar de allí, pero no veía la forma. De pronto, se acordó de un truco que su abuela le enseño, dejando de respirar un tiempo entraba en catalepsia, se ponía de color verde y parecía muerta.

Así lo hizo. Cuando su cuidador la vio creyó que había muerto y la tiró a la basura. 

Y así fue que se vio libre. Recorrió el camino hacía el bosque encantado. Cuando llegó no salía de su asombro, el bosque había florecido, las abejas zumbaban de flor en flor y los pajaritos cantaban.

¡Qué razón tenía mi abuela! Se decía. Tenemos que trabajar para que florezca la tierra donde hemos nacido.

María Encarna Rubio 



   

viernes, 8 de octubre de 2021

Un corazón que late






 Año dos mil veintiuno. 
Siento, mi corazón late.
Me estremezco.
 Sale mi lengua de fuego
Arrolla y destroza lo que toca
Allá por donde pasa.
¡No me culpo!
¡Soy madre!
No estoy llorando, ni gimiendo...
Solo sigo las reglas de lo establecido...
Solo estoy alumbrando.
Y lanzo al espacio la esencia de la vida
Con sus desechos y sus cenizas.
Y todo sigue su curso...
Algo muere...
Para que algo viva.

María Encarna Rubio






 


 


MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...