sábado, 4 de abril de 2015

EL BUEN PASTOR

Fotografíai

Hace muchos... bastantes años, en un pueblecito perdido entre montañas, había un maestro que cada semana llevaba a sus alumnos de excursión. Aprovechaba el momento para hablarles de naturaleza, de  la vida salvaje, e inculcarles el respeto y el amor por el medio ambiente.

Sucedió un día, que, sin explicación posible, la más pequeñita, desapareció.

Era ésta una niña tontina y atolondrada. No tenía deficiencias mentales pero si una mala educación.

Don Saturnino, que así se llamaba el maestro, andaba con todo el interés puesto en limar, dentro de sus posibilidades, las carencias educativas que padecía la nena; pero, sus esfuerzos eran nulos, ya que lo que ganaba en clase, lo perdía en casa.

Lo que había sucedido había que solucionarlo y procurar que no se volviera a repetir.

Sacó de su mochila una cuerda fina y larga. Sujetó a los niños unidos por una muñeca, y los ató a un árbol. Les dio un silbato para ser avisado si la niña volvía por sus medios y se lanzó en su busca por los alrededores.

Él, a su vez, también hacía sonar un silbato, para dar señales a los niños de su posición, y la llamaba a voces.

La encontró detrás de un árbol, no lejos de allí. Él la miró con el natural enfado. Ya se disponía a regañarle pero le invadió la ternura. Ella, al verle, le ofreció un ramito de flores que había estado buscando para él.

No lo hagas más, --le dijo-- he tenido que abandonar a todos para venir a buscarte a ti.

--¡Si! --Contestó la niña--. Igual que en la parábola del Buen Pastor.

Regresaron felices, cantando, con la reboltosina recuperada.

¡Viva don Saturnino!


    

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