domingo, 27 de septiembre de 2020

El cumpleaños de Gara

 


 Hola, soy la vaquita Felisa.
 Quiero contaros lo sucedido en la fiesta de cumpleaños de la perrita Gara, se cumple un año que vive con Gela, la maestrita que la adoptó cuando estaba abandonada,  y han querido celebrarlo por todo lo alto.
 
 Gara y Gela han ido a la casita de campo de la abuela Laira. Allí viven los perritos Musi, Tico, Pecas y Miteco. Los cuatro son amigos de Gara.

La abuela Laira y Gela, han organizado una fiesta con globos de colores y muchas golosinas.



Después de mucho jugar y mucho correr, aprovechando que la abuela y Gela estaban distraídas, se han metido en el gallinero y han matado a tres gallinas.
Ha sido una tarde muy triste. La abuela lloraba. Gela estaba furiosa.
Gara se sentía avergonzada. Ella no había participado en la fechoría, pero como estaba con ellos pues... cómo si hubiera participado.

 

La fiesta se deshizo. Gela se llevó a Gara a la ciudad y le prometió seriamente que nunca más la llevaría a jugar con aquellos malos amigos que al menor descuido hacen cosas tan malas.

 Bueno, amiguitos, un saludo cariñoso. Y ya sabéis, no ir con niños que hagan cosas que no están bien, vosotros también pagaréis las culpas aunque seáis buenos y no hagáis nada malo. 

María Encarna Rubio


 

sábado, 26 de septiembre de 2020

La bella Luna




 
Me gusta tu nombre, Luna.
Mi corazón se  desboca con los reflejos del brillo
que en el mar tu luz provoca.
¡Qué belleza!
 Nubes, mar y luz de luna.
Quien pudiera ser cometa.
Y solo por un instante
poseerte y ser tu amante.
Cubrir tu imagen con velos,
para que el mar al mirarnos no se nos muera de celos. 

         
  María Encarna Rubio




 


jueves, 24 de septiembre de 2020

H

 

 Gara ya es feliz








Gara era una perrita que vivía sola, no tenía dueño que cuidase de ella. Se refugiaba debajo de un puente y solo comía los desperdicios que encontraba tirados por los basureros. 

Un día de lluvia se encontraba muy triste. Hacía tiempo que no había encontrado nada para comer y las fuerzas la habían abandonado. Quería llorar pero, ni eso podía hacer. 
Dormiré, dijo para sí, pero tenía tanta hambre que solo pensaba en chuletas y algún trocito de pan.

Esa mañana lluviosa, Gela, una joven muy linda, amante de los niños y de los perritos abandonados, decidió hacer su caminata diaria por aquel lugar. Cuando vio a Gara tan desvalida se le llenaron sus ojos de lágrimas. Se acercó a ella y le hizo caricias muy tiernas. Gara, levantó su colita con esfuerzo y le hizo muchos saludos de agradecimiento. 

Gela se llevó a Gara con ella, en sus brazos, ya que Gara no podía caminar. 
Cuando Gela llegó a su casa, le dio de comer trocitos pequeños de carne primero, después, le dio leche con miel. 
Cuando hubo saciado su hambre le dio un baño y la llevó al médico de los perros, el veterinario, para que le diera todos los medicamentos que le hiciesen falta.

Gara es ahora la perrita más feliz del mundo. Solo recibe mimos y no le falta de nada. Sale a diario a pasear con Gela que le pone su abriguito cuando hace frío y la lleva a la playa cuando hace calor.
Por mal que lo estemos pasando nunca hay que desesperar. Todo pasa y la vida nos guarda sorpresas lindas siempre.

María Encarna Rubio



jueves, 17 de septiembre de 2020

El daño de la sospecha





Cuando alguien tiene que decidir si se casa o no, es mejor que no se lo piense, porque tarde o temprano se arrepentirá de cualquier decisión que tome: se arrepentirá si se casa, se arrepentirá si no se casa, por lo tanto, que haga lo que siente que tiene que hacer.
Sócrates

Arnalia meditaba sobre esta reflexión de Sócrates. Colgaba de su brazo derecho la funda que envolvía un traje de novia maravilloso que le había llevado meses encontrar.
Todo estaba listo para la ceremonia de su boda con Fedel. Dejó con displicencia el vestido sobre la cama y anduvo pensativa de acá para allá, no podía apartar de su mente el comportamiento de su novio la noche anterior, mirando con embeleso a su primo Engel.  Era este una belleza masculina: alto, rubio, de complexión atlética, tenía una mirada que atraía. Desde que llegara a la fiesta anduvo Fedel mariposeando tras él sin atender otra cosa que no fuese complacerle y aplaudir todas sus ocurrencias, como mosca que intenta comer del plato con miel. 

 Por más que lo pensaba no podía comprender los cambios que se habían producido en su interior con respecto a sus sentimientos por Fedel. La carcoma de la desconfianza había puesto una semilla en su ánimo que amenazaba con destrozar su equilibrio emocional.
En algunas ocasiones había observado en su novio cierta sospechosa atracción por seres de su mismo sexo, pero pronto desechaba esa idea tachándose a sí misma de celosa compulsiva; era él tan apasionado, tan habilidoso para los juegos amorosos que se sentía culpable por pensar en cosa tan distorsionada; pero después de lo visto la noche anterior se veía obligada a  averiguar y si sus sospechas tenían fundamento. 

 La llamada del móvil la sacó por un momento de sus cavilaciones. Al alargar el brazo el vestido de novia  fue resbalando hasta caer al suelo. Arnalia Sintió un escalofrío. Le pareció un mal presagio.Una ráfaga de viento frío sacó el lindo traje por la ventana abierta. Siguió volando hasta posarse sobre la rama de un árbol donde quedó atrapado. Se asemejaba al suicidio de un fantasma. El viento lo mecía a impulsos rítmicos y pausados. De pronto, sonaron las notas del Nocturno número nueve de Chopin. Una tristeza inmensa hizo presa en su alma. Vacío. Quiso llegar hasta la rama del árbol donde su vestido de novia se balanceaba, pero desde su ventana no llegaba hasta él. La música seguía sonando y sonando. Las lágrimas brotaron como torrentes de sus ojos. Sentada sobre la cama se fue despojando de la ropa que llevaba puesta, deseando que un huracán arrancara el traje tan vaporoso que cualquier ráfaga hacía volar. Que desapareciera para siempre, y dormir eternamente.

Un leve roce en sus labios la hizo volver del sopor que la había mantenido aturdida y ausente. La dulce miel de los besos y la sensación de ser poseída con la más tierna pasión le devolvió la certeza de que Fedel era el hombre de su vida. Se sentía feliz en sus brazos y le amaba y le aceptaba tal como era. Con él pasaría el resto de su vida... o no. Eso nunca se sabe ahora.




  

 



 




 

lunes, 14 de septiembre de 2020

Nostalgia

Yo, que mecida en tus brazos me dormí,

que mi vida a tu vida até con lazos de suave seda,

envuelta me veo en la oscuridad de la fría noche.

No hay aromas de amor en mi almohada.

No iluminan tus ojos la senda por donde mis pasos transitan.

Recibe en tus manos la rosa de amor 

que mi recuerdo dedica a la maravilla que junto a ti viví.


María Encarna Rubio

 


 

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Delanda y el fantasma del cuadro

 


Delanda miraba de reojo al copiloto de eterna sonrisa que le acompañaba en su corto viaje. Este, le devolvía la mirada por un instante, después, ponía su atención en la autovía. Ella le hablaba como dispuesta a decirlo todo sin esperar respuesta:

—Estoy confundida, Lelo: me ha dicho mi psicóloga que abuso de “procrastinar”. Me ha dejado la palabreja de una pieza. No le he hecho comentario alguno; pero al volver a casa he consultado al diccionario, para saber qué quiere decir ese término.

 

Mis dudas han aumentado en vez de aclararse. Solo me faltaba ese “meteorito“ en  mi cabeza: procrastinar puede ser posponer un trabajo o un deber y también un trastorno bipolar. ¿Sabes qué es un trastorno bipolar? 

 No voy a entrar en detalles porque no lo vas a entender, Lelo; pero estoy segura de que yo no lo tengo. Otra cosa es lo de posponer responsabilidades para después, de eso sí adolezco.

Lelo estaba impasible, como siempre. A Delanda le gustaba acariciarle y le daba cachetitos que él agracecía. Era agradable para ella ser escuchada en silencio, sin recibir comentario alguno. Sabía que era comprendida y aceptada sin condiciones.

Siguiendo las indicaciones que le había dado su amiga Indea, Delanda salió de la autovía.

Circulaba por un paraje solitario. La basta llanura que tenía ante sí era esteparia. Sintió cierta inquietud. El polvoriento camino lleno de baches parecía no ser muy transitado. Muy a lo lejos, difuminados por los rayos del sol poniente, uno cipreses dibujaban su silueta puntiaguda y alargada.

 

Según se iba acercando, tuvo la seguridad de estar en el camino correcto, el caserón punto de llegada a su destino estaba allí, impasible, con su gran palomar y su aljibe, imponentes, de estilo  mudéjar, su belleza la dejaron sin aliento.

Aparcó el coche en un cobertizo, antiguo y bien conservado: en otros tiempos fue caballeriza. Tenía el suelo empedrado con china del tamaño del huevo de una paloma haciendo mosaico en círculos con chinas de distintos colores.

Delanda esperaba que su anfitriona la estuviese esperando. La había invitado a pasar el fin de semana junto con otros amigos que no eran comunes; pero todo estaba desierto y silencioso.

Abrió la puerta del copiloto y Lelo saltó y fue a todo correr hacía el palomar. Había gran profusión de palomas que buscaban semillas por los alrededores. Salieron volando hacía los buitrones.

Delanda le dejó correr y expansionarse del viaje, luego lo llamó con autoridad, sentía necesidad de tenerlo cerca por si necesitaba de su protección, un cierto recelo se había apoderado en su ánimo, al parecer, se hallaba sola en lo desconocido.

Anduvo inspeccionando el entorno. En la fachada principal de la casona había un bello porche de arcos perfectos. Construido de ladrillo rústico y azulejos, tenía enfrente un largo camino de cipreses centenarios que rozaban las nubes con sus copas.

 

Una mecedora solitaria se balanceaba a impulsos del viento. De momento pensó sentarse en ella y esperar la llegada de su amiga, pero lo pensó mejor y prosiguió el recorrido, el sol se estaba ocultando y la noche en aquel paraje sería oscura.

 En la fachada de levante encontró una robusta puerta, oscura, de cuarterones tachonados con clavos de hierro pintados de negro: estaba abierta. Hizo sonar un aldabón en forma de puño, con fuerza, pero no obtuvo respuesta.

 

Tomó la decisión de entrar con toda cautela, temía encontrar algo siniestro dentro. Se vio al momento en un recinto de gran dimensión con todos los pertrechos de una gran cocina con años de antigüedad.

 

Le sobresaltó una gran mancha roja sobre la larga mesa. 

Pensó por un momento que se trataba de sangre, pero pronto desechó esa idea, pues un gran recipiente que se hallaba junto a la mancha contenía un pigmento del mismo color.

 Por unos peldaños que daban acceso a un largo pasillo, pasó corriendo como un relámpago, un ratón; fue tal el impacto que le causó, que salió fuera con la misma prontitud que corría el diminuto roedor; pero pronto se armó de valor y entró sin demora a recorrer el pasillo, le había despertado gran curiosidad. 

Tenía este a ambos lados puertas cerradas con llave. Daba acceso su final a una estancia amplia, amueblada con gran estilo.

 Estaban sus paredes cubiertas de estanterías repletas de libros que por su aspecto parecía que nunca nadie los había leído. 

Una gran chimenea en la cual cabía el tronco de un almendro entero, presidida por el retrato al óleo de una dama de gran belleza y vestida de largo con gran pompa, estaba encendida; un gran leño crepitaba saltando chispas que una gran mampara de hierro les impedía salir al exterior.

Un ruido misterioso la sacó de sus apreciaciones. Al dar la vuelta sobre sí, aterrorizada, llamó a Lelo que acudió al momento con las fauces abiertas y rugiendo como una fiera... —¡Ja, ja, ja! —se oyó una risa siniestra.

 Lelo se abalanzó contra la figura de la dama que había salido del cuadro con el rostro pintado de pigmento rojo y llevaba en la mano alzada un puñal amenazante.

 Al contacto con las fauces de Lelo, se desvaneció; solo quedó el maravilloso vestido que salió por el pasillo flotando y fue a mecerse en la mecedora a impulsos del viento.

 Allí lo encontró Delanda al salir. La mancha de pigmento flotaba por encima de la pechera del vestido.

 Se dirigió a su coche, abrió la puerta del copiloto para que entrara su fiel perro Lelo, y se fue chirreando neumáticos a coger la autovía para ir a casa. Se prometió hacer mejor elección de sus amistades y dejarse de procrastinar para correr aventuras.

María Encarna Rubio 



MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...