EL
DESPERTAR
DE LA
SEÑORA VIVIANA
La señora Viviana, a pesar de sus años, era fuerte y robusta; había enviudado no hacía mucho; estaba pasando una crisis emocional y su sentido común le decía que no podía seguir en esa situación sin hacer nada al respecto.
Un buen día tomó una decisión que a todos dejó
perplejos: Se marchaba a vivir al campo, sola, y no quería ver a nadie tras
ella. Tenía una pequeña finquita en una barriada de casas diseminadas en el
campo con una casita para los aperos del trabajo agrícola, donde su marido y ella habían pasado una etapa feliz de sus vidas. Les dijo a sus hijos que se marchaba al campo una temporada para hacer terapia de recuperación. Se inquietaron y aconsejaron para que desistiese del proyecto.
De
una cosa anduvo siempre sobrada Viviana: de carácter. No hubo jamás nadie que
la hiciese retroceder en sus decisiones.
Preparó sus pertrechos y su
avituallamiento. Marchó una mañana de
primavera. El
autobús la dejó justo enfrente de su cuartucho, se quedó con sus bultos y su
equipaje. Cuando abrió la puerta, aquello era un berenjenal de trastos y de
polvo. Su vecina Amparo que la vio llegar, se presentó para saludarla. Le ayudó
a meter sus cosas y se quedó haciendo cruces:
--¿Qué
te ha pasado Viviana, por qué vienes
sola? --Le preguntó.
--No
me preguntes. Ayúdame a arreglar todo esto, porque yo me quedo aquí.
--¡Pero
mujer, si tienes aquí enredos del año que pidas!
El
huerto en abandono era un matorral de malas hierbas. El corral estaba lleno de
“Gandules”, unos arbustos que siempre salen en las casas deshabitadas.
Viviana
siempre fue una mujer de pueblo, limpia y ordenada. De buena genética. A sus
setenta años tenía la energía de una mujer de cuarenta. Lo único que le tenía
la vida amargada, ¿saben qué era?, sus arrugas. Se había jurado a sí misma no
mirarse jamás a un espejo.
--Pero…
Viviana, aquí no tienes televisión. –Le decía Amparo.
--¡Ni
falta que me hace!—decía— Cuando quiera ver la televisión me voy a tu casa. Miraba de reojo a su vecina y reía al ver el
gesto de ésta que no salía de su asombro.
En
menos que canta un gallo todo estaba en orden y bien dispuesto. Un camastro que
Rosendo, el marido de Viviana, utilizaba para echar la siesta, estaba limpio y
preparado para descansar de momento. También había un armario donde encontró
Viviana algo que le hizo llorar, dormida en el silencio, estaba la guitarra de
Rosendo. Dentro de su funda, guardaba en su diapasón las huellas de sus dedos.
También estaban las partituras de sus canciones preferidas: rancheras, boleros,
habaneras, pasodobles, el método para aprender a tocarla y…
¡Sorpresa!- Una carta. Sí, una carta de amor. Rosendo era un romántico
empedernido; lo había ocultado con celo; después de muerto, su mujer estaba conociendo su verdadera
personalidad. No era la primera carta que
encontraba. Un día, limpiando en la chimenea del salón, en un resquicio
del interior, todo lleno de hollín, encontró un envoltorio que contenía unos
escritos en verso que hacían alusión al día que se conocieron.
Desdobló
Viviana el papel y, con los ojos nublados por el llanto, comenzó la lectura de
aquella carta que llegaba a sus manos con veinte años de retraso:
¡Oh! Viviana, que guapa estás
por la mañana.
¡Si abro un ojo, qué bien te
veo mi amor!
Y si abro los dos, te veo
mucho mejor.
No pudo seguir leyendo. Las lágrimas estaban estropeando el escrito. Guardó la carta. En ese momento, prometió a su marido que iba a pasar lo que le quedaba de vida aprendiendo a tocar la guitarra. El día de su aniversario de bodas tenía que saber interpretar "LA PALOMA" la canción favorita de Rosendo; entonces terminaría de leer la carta. Tenía que demostrarle que si él había sido romántico, ella lo era más.
La vecina Amparo le invitó a comer en su casa. Viviana, educada, comió todo lo del plato; pero no vomitó de milagro. Se sacó de la boca con disimulo un pelo que se le enredó entre los dientes, y se juró a sí misma no aceptar más las invitaciones de Amparo.
Después,
cuando estuvo recogido todo, marcharon a comunicarles a todas las vecinas de
los alrededores que Viviana había venido a vivir al barrio. Todas se volcaron
en atenciones. Le regalaron huevos y frutos. También unas gallinas y conejos
macho y hembra, para su auto abastecimiento de carne y huevos.
Se
brindaron para acondicionar su residencia. Le encalaron la casa. La dejaron blanca como una paloma.
--No
preocuparos por mí. -Les decía- Yo con unas lentejitas soy la más feliz del
mundo… y como todas tenéis higueras… seguro que los postres no me faltarán.
Esa
primera noche las vecinas no querían dejarla dormir sola. Cuchicheaban
criticando a los hijos por no estar pendientes de las necesidades de su madre.
Ella dijo que se había ido allí porque quería estar sola. Ya lo estaba en el
pueblo; pero quería estarlo más. Encendió su transistor a pilas, sacó su labor
de ganchillo y, allá que eran las dos de la madrugada, como no tenía sueño, se
puso a repasar el método para aprender a tocar la guitarra.
Amparo,
al ser la vecina más cercana, se sentía obligada. ¡Una anciana viviendo sola!
–En aquella vivienda mal acondicionada.
Viviana recibía con gusto a su vecina. Ésta, la visitaba y le hacía saber lo que comentaban los vecinos con respecto a su situación allí:
Viviana recibía con gusto a su vecina. Ésta, la visitaba y le hacía saber lo que comentaban los vecinos con respecto a su situación allí:
--Dice
Cordelia que alguna noche vendrán y te violarán. No respetan ni a las ancianas
hoy en día.
--¡Madre del amor hermoso! –Decía Viviana--¡No creas que voy a llorar! Desde que murió mi Rosendo no ha recibido este cuerpo la bendición divina! –Di a Cordelia que duerma tranquila, creo que sabré arreglármelas.
El
panadero dejaba todos los días el pan en una bolsa colgando del picaporte de su
puerta. Ella, con pintura, había hecho un rótulo en la fachada de su casa que decía: “LA
PALOMA” en honor a su Rosendo que
siempre cantaba esta canción, y al blanco que lucía ésta, gracias a la ayuda
de sus vecinas. Cordelia, le había regalado dos macetones. Los había colocado a ambos lados de la puerta
que ella había pintado a tres franjas: roja, amarilla y verde. Esta combinación
de colores le gustaba. La llevaba una toalla de baño que le regalara su nuera
Angustias. Decía ésta, que, era
diseñada por “ "Alpargata Esprin de la Braga”; pero,
como Viviana andaba un poco mal del oído, ella… (Mutis)
mejor no hacer comentarios.
Una
mañana lluviosa, su vecina Dolores se presentó en casa de Viviana para
invitarla a ir a coger serranas al monte cercano.
--¡Madre
del amor hermoso! -¡Qué alegría me das! – Me gusta más buscarlas que comerlas.
– dijo Viviana a su vecina. ¿Y, quién
más viene?
--Nadie.
Vamos tú y yo solas.
--Mira
Dolores que si nos caemos o nos pasa algo…
--¡Pero
bueno! -¿Ahora me sales con éstas?- Una mujer que no tiene miedo de nada…
¿Tienes miedo salir sola con Dolores? -¡Venga, venga, vayámonos. -¡Que, las
serranas nos esperan...!
Estar en el monte era un placer. Todo fresquito y lavado por la lluvia. ¡Qué bien lo pasaba
Viviana cuando levantaba un pedrusco y encontraba un nido de serranas debajo!
Daba un grito de euforia.
--¿Te
pasa algo?-Le gritaba Dolores desde donde se encontraba.
--¡Nada,
nada, que voy llenando la bolsa!-¡Llevo más de treinta docenas cogidas!-¡Voy a
tener serranas para hacerme arroz con conejo y serranas todo el año!
Volvieron
con gran acopio de ellas. Las puso en un saquito de malla para que respirasen
con ramitas de tomillo para que se fuesen alimentando hasta el día de su partida de este mundo hacia otro
mundo peor.
Acto
seguido, fue a recoger los huevos al nido. Encontró las cáscaras vacías. Las
gallinas se los habían comido. Se puso furiosa: -¡Ingratas!- ¿Acaso creéis que
os voy a alimentar gratis?-
Fue de inmediato a casa de su vecina Remedios.
Ésta le dijo:
--Si
se han comido los huevos, córtales medio pico. Verás que no se los volverán a
comer. Le regaló dos para que se hiciese una tortilla para cenar. Ella le había traído unas docenas de serranas
para que se hiciese un arroz. Se quedó con ella para charlar un rato.
Entre
otras cosas, le contó Remedios su aventura del primer día que fue a la playa.
Era ya mozuela. Le daba tanto apuro quedar en bañador, que se bañó vestida con
una camisa de su madre. Viviana también contó su primera vez… “en la playa”
–Había quedado con su prima Josina. Se
fueron las dos con sus novios… en la moto.
¡El padre de Viviana se fue con ellos!
…Ja, ja, ja…
Les
llevó a comer mújol de la encañizada a
la sal. No se separó ni un momento del lado de ellos. No quedó muy contento con
el novio de la prima… ¡Estuvo a punto de propasarse!... Ja, ja, ja…
De
pronto cesó la risa: ¡Dios mío!- Dijo Viviana--¡Mis arrugas! –Con tanto reír,
seguro que mañana pasearé por el rostro unas cuantas más; por cierto, tú no
tienes ninguna. --¿Qué haces, Remedios, para conservarte así?
--Simplemente…
me cuido.
--Sí,
de acuerdo, te cuidas; pero ¿Cómo?...,
--Te
lo voy a decir; pero no creas que esto, se lo cuento yo a cualquiera.
Tú,
cueces dos manzanas con piel. Lo de dentro te lo comes. La piel la pones sobre
tu cara con un poco de aceite de oliva. Notarás que tu piel se nutre y se
refresca. Es un remedio casero que es barato y que va bien. También has de
cuidarte del sol directo en tu cara.
--¡Si
ya no tengo remedio! - ¡Si estoy como una pasa!--decía Viviana compungida.
--Por
lo menos evitarás ponerte peor.
¡Quién
sabe!- A lo mejor se me quitan las arrugas, y con lo bien que se me da la
guitarra, todavía me hago yo famosa…y recorro el mundo en la cima la gloria...
Se
marchó. Por el camino se encontró con Cordelia. –“Parece que me sigue los
pasos” --Pensó.
--¡Hola,
Cordelia! - ¿Dónde vas? – La saludó.
--Pues,
mira, a casa de Remedios. ¿Y esos huevos? - ¿No ponen tus gallinas?--Le dijo Cordelia que no se le escapaba una.
--Sí,
pero hoy, he ido a recogerlos y las gallinas se los habían comido.
--¿Y
te vas a comer los huevos de las gallinas de Remedios?
--Sí, ¿Por qué?
--¡Madre
mía! - ¡Si supieras lo que comen!
--¡Mujer!
- ¡Comerán como todas las gallinas!
--Pues
no. Como todas las gallinas no. Las mías comen arroz con trigo candeal amasado
con aceite de oliva virgen. Por eso ponen los mejores huevos de estos
contornos. ¡No como las de otrasss…Que
sólo comen desperdicios.
--Bueno,
Cordelia, me voy que llevo prisa.
Cuando
llegó a casa, supo de inmediato que alguien la había visitado cuando ella
estaba fuera. Había un paquete en el portal. Tenía algo escrito:
(LEOCADIA
Y ROSENDÍN) Eran su hijo y su nuera.
Seguro que ésta, había dejado el paquete en la puerta y se había ido sin
llamar.
¡Bueno,
qué se le va a hacer! -Entró el paquete,
y cuál sería su sorpresa, que de la impresión se le escapó de las manos y se
rompió. Era un jarro de cristal lleno de caramelos. Sobraron de la procesión de
los nazarenos de Semana Santa. Por lo visto se estaban deshaciendo de
ellos. ¡En fin! Lo agradeció como si
hubiesen sido comprados para ella. Su Rosendin
siempre había sido su ojito derecho.
Ahora él, sólo tenía ojos para su Leocadia. Ella comprendía… ¡Es la
vida!
Aquel
día fue de sorpresas para Viviana. Su hija Vela que vivía en Estados Unidos le
había mandado un mensaje: le pagaba un viaje para que fuera a visitarla ya que
ella no podía venir. Esta hija suya estaba en la cima. Tenía un talento fuera
de lo común; era astronauta. No tenía tiempo para nada: ni para casarse, ni
tener hijos, ni visitar a su madre… lo que se dice para nada.
Anduvo
pensativa toda la mañana. ¡Marcharse y abandonar a los animales!
La
llamó por teléfono y le dijo que ya le avisaría ella cuando estuviese lista para ir.
De
buena mañana, se levantó Viviana muy molesta. Tenía los ojos secos, le dolían
cantidad. Marchó sendero adelante a buscar a su vecina Remedios…
--¡Me
parece que el campo no me sienta bien!- Pensaba. Por poco no se dio de bruces
en el suelo de un traspié. –Me parece, me parece…Que tendré que ir a vivir otra
vez al pueblo. Remedios le abrió la puerta de su casa con una amplia sonrisa y
le invitó a pasar.
--¡Venga,
no te apures mujer! –Le dijo tranquilizándola. Verás que pronto te alivias.
Tengo yo manzanilla de la que cultiva mi Anselmo. Voy a cocer una poca. Te pondré unas compresitas en los ojos y seguro
que se te pasa. Mira: Hoy es mi santo.
Quédate a pasar el día que vamos a hacer buñuelos. Llamaremos a las
vecinas esta tarde, y los tomaremos con
chocolate.
Viviana
se vio en un apuro. Estuvo a punto de soltar una lagrimita. Desde que le
faltaba su Rosendo, nadie la había tratado con tanto cariño. Pensó que su
vecina se merecía un regalo sorpresa en el día de su santo.
Aceptó
la invitación. Prepararon entre las dos la comida. Encendieron el horno.
Remedios tenía preparada la masa y cocieron el pan. Llamaron a la puerta y
salió Viviana a abrir:
--¡Hola,
Viviana!-¿Qué haces, cómo es que estás aquí? –Era Cordelia, que llegaban hasta
su casa los olores de lo que estaban cocinando y se había propuesto averiguar
qué estaban haciendo.
--¡Pasa,
pasa! Salió Remedios al oírla. Mira, estamos haciendo buñuelos. Esta tarde los
tomaremos con chocolate. Tenemos que celebrar que es mi santo.
--Bueno,
bueno. ¿Necesitáis ayuda?
--No,
pero puedes quedarte si quieres.
Cordelia
no se quedó. Cuando fueron a avisar a las vecinas para el convite, todas
estaban enteradas de lo que había. Modesta, la vecina más alejada, no había
sido puesta al corriente por Cordelia. Se llevó la sorpresa y se puso muy
contenta. Le llevó un regalo que a
Remedios le gustó mucho: unas habas secas para que se hiciese unos michirones.
Todas acudieron con sus regalos, pero el
que fue una verdadera sorpresa fue el de Viviana. Con todo disimulo, se acercó
a su casa y se trajo la guitarra. Demostró que, durante toda su vida, había
tenido una habilidad oculta: De modo magistral, fue desgranando una a una,
todas las partituras que había guardado Rosendo junto con la guitarra dentro de
su funda. También les hizo una confidencia: Le había puesto música a la letra
de la poesía que encontró dentro de la
funda de la guitarra. El día de su
aniversario de bodas, haría una fiesta y la interpretaría para todas
ellas.
Aquel
fue el primer paso que dio Vivi, (que así la llamaban sus vecinas) hacia la
fama. La llamaban en todos los eventos y celebraciones que se hacían en la
barriada. Le llovían los regalos y los halagos. No era extraño levantarse por
la mañana y encontrar en el portal paquetes con higos secos y almendras.
Llegó
el día del aniversario de bodas. Compuso Vivi el patio de su casa con
papelillos y banderitas. Todas las
vecinas trajeron buñuelos, paparajotes, pan de higo y obleas. Se sorprendieron,
porque, cuando ellas estaban en pleno banquete, acudieron Angustias y Leocadia
sus nueras. Entonces, Vivi, sacó su guitarra y les cantó “LA PALOMA” ¡ Si a tu
ventana llega una paloma, trátala con cariño que es mi persona!
Ella
estaba radiante. Con las recetas de su vecina Remedios, y los éxitos con la
guitarra de Rosendo, ni se acordaba de sus arrugas. Su hija Vela, que había
visto en televisión a su madre tocando
la guitarra, vino a verla y se la quería llevar a Estados Unidos.
--¡No,
hija no! Yo me quedo aquí!
--¡Qué
barbaridad!- Decía su vecina Cordelía-,
tener una hija, y no querer ir a vivir con ella. Modesta, que nunca abría la
boca para decir, “ésta boca es mía” hizo un comentario sensato que todos
aplaudieron: "No envejezcas Viviana, sé siempre tú misma
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