sábado, 21 de febrero de 2015

AIRES MEDIEVALES

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Desde que la vio en el río no pensaba en otra cosa que no fuese encontrarla. Toda ella desprendía tal gracia que, si la tenías delante, era imposible dejar de mirarla. Con su falda dejando ver  por encima de sus rodillas  el color de su piel, las formas que se veían y las que se adivinaban, habían robado el sosiego al señor poderoso de las huestes sanguinarias; cuando vadeó el río para llegar hasta ella, ésta había desaparecido.   Arrebatado  en atormentada pasión, recorría montes y  poblados  a lomos de su alazán, cortando el viento, trémulo, arrebujado en su capa de ricos brocados.
--No habrá descanso hasta encontrarla  --se decía obsesionado--.  Corría buscándola las noches y los días sin saber que, en su propio castillo, en las dependencias destinadas a la servidumbre, se hallaba  la  dueña de su paz.
                                           
El destino, un día en que visitó las cocinas de su morada, por pura casualidad, la puso ante sí. No pudo por menos que quedar atónito por lo evidente. Allí estaba. Hija de uno de sus sirvientes,  tuvo que contemplar su padre cómo se llevaba el poderoso, el señor, a la hija, a la  que tan celosamente habían ocultado a los ojos del rey, su esposa y él. Temían que esto llegase a suceder, como así fue. Se la llevó. La encerró entre sábanas de hilo, joyas, ricos vestidos, sirvientes, pero castigada a no ver la luz del sol. Sólo él podía admirarla.                                  

Resultado de imagen de fotos de castillosEn las noches de luna llena se oían los lamentos de la joven, que cantaba junto a las ventanas ojivales al son de  acordes lastimeros arrancados al laúd, único consuelo que le era permitido a la concubina prisionera.   

Lloraba. Iba a ser madre. Sabía que su hijo, nada más nacer, le sería arrebatado para ir a engrosar las filas de otros muchos que, en los sótanos del castillo, merodeaban esperando crecer para servir y engrosar las huestes de  tan vil señor, ni los de su sangre eran respetados.
Le consolaba saber que serían sus propios padres quienes  le  cuidarían,  como lo hacían con los otros hijos bastardos del dueño y señor de vidas y haciendas.

En otra  regia alcoba del castillo, los almohadones  de ricos encajes, húmedos de lágrimas, no albergaban arrullo ni caricias para la dama que en tiempos fuera deseada con la misma fuerza  que ahora era ignorada.  Reina junto a su rey, había sido relegada cuando su belleza sin igual se había marchitado con el paso de los años. Su alcoba solo era visitada por las damas que la servían. Pasaba los fríos inviernos en soledad cruel. Sabía de la nueva concubina de su esposo. Esperaba el momento del nacimiento del hijo de su horrible pecado. Ella, la reina ultrajada, se movía en la sombra,  estaba planeado.

Llegó la hora esperada. Entre suspiros y llantos vino al mundo el hijo de una joven, presa y oculta a los ojos del mundo. Nadie podía saber de su existencia ni la de su hijo.  Le fue arrebatado.

En la oscura noche, una figura siniestra portaba algo oculto bajo su capa. El farolillo que pendía de su mano no disipaba la espesa niebla que se cernía sobre el patio de armas.  De pronto, algo inesperado salió a su encuentro empujando con violencia al misterioso farolero y arrebatando de su regazo lo que tan celosamente guardaba. 
--¡A mí la guardia! 
Resultado de imagen de fotos de damas medievales Se oyó una voz que sonaba con la potencia del trueno.  En cuestión de segundos, la sombra desapareció  entre la niebla.  No habría un niño nuevo en las dependencias de los bastardos.

Ya no había noches oscuras ni frías. Los inviernos  eran templados al calor de crepitantes leños. Algo misterioso hacía brillar los ojos de una reina, que si en tiempos fue bella, ahora, como el ave Fénix, había resurgido de sus cenizas. La belleza en una mujer madura puede resultar arrebatadora cuando está exultante de salud y de vida.
Había un secreto guardado en sus dependencias que le habían llenado de una sabia nueva. Un niño crecía en su poder sin que su padre tuviese noticias de ello. Le había amantado su propia madre y el tirano ni se había enterado.

 El vientre de la reina había resultado ser tierra yerma, mas en su corazón fructificaban semillas de amor y bondad.  Fue madre, amiga fiel de la nueva concubina. Por los misteriosos pasadizos  del castillo  había  sombras que se deslizaban y abrían puertas secretas. Como madre e hija, se cepillaban el pelo mutuamente con el mismo peine de plata. Pasaron los años.

En las cocinas del castillo un joven se distinguía de los demás cuando visitaba las dependencias. Todos sabían quién era menos él. Tenía educación esmerada propia de quién disfruta de privilegios vedados  a los demás. Lucía larga cabellera propia de personas distinguidas. Todos lo  ocultaban  y protegían del poderoso león estepario.

Resultado de imagen de fotos de barcos vikingos en llamasEl poderoso caballero, el temido conquistador, cayó abatido en el campo de batalla. Tendido sobre lecho de lanzas, quedó  al descubierto  la mancha color canela que cubría parte de su cuello que siempre había ocultado su larga cabellera. 
Fue depositado sobre barca sin remos que le fue alejando mar adentro entre llamas que parecían  transportarle hacía la eternidad incierta.
Dos reinas  miraban su marcha junto al nuevo rey, al que también le definía una mancha en su cuello idéntica a la del autor de sus días. Nadie puso en duda su derecho a reinar y lo hizo de un modo muy peculiar..., pero eso es otra historia.


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