¡Noventa y cuatro años, tenía Catalina! Lucia una sonrisa abierta, espléndida; su blanca, perfecta dentadura..., postiza, se veía desde lejos cuando ella salía a la calle.
Saludos y halagos eran la tónica que le hacían salir a diario hiciera frío o calor. Las pocas amigas que le quedaban la miraban muertas de envidia. El color de su tez conservaba el rosado de la primavera de la vida. Su figura no se había doblegado con los embates del tiempo, se mantenía erguida a pesar de eso, usaba bastón.
Utilizaba su móvil tal como lo haría un niño de diez años. Se movía por Internet para conectar con su correo electrónico sin problema alguno y participaba en los recursos vinculados a las redes sociales de manera que se identificaba con el perfil de una mujer de sesenta años.
--¡Como lo consigues madre!-- Le preguntaba una hija suya que andaba rondando los setenta.
--Hija, le decía, éste tiene que ser nuestro secreto. Desde que tenía veinte años me estuve preparando para cuando tuviera noventa. Traté siempre de no eludir mis responsabilidades. Sólo he leído y visto cosas que me aportaran cultura y sabiduría. He comido aquello que mi entendimiento me ha indicado que era lo mejor para mi salud.
He tratado de ser feliz y de hacer felices a los cercanos a mí, sin pensar en los inconvenientes. Me sugestiono todos los días en que si no estoy satisfecha de mí misma no podré ser feliz, y, ahora, oigo una voz que me dice cuando me levanto: ¡Catalina, duerme bien, come bien, no hagas daño ni molestes a nadie, perdónalo todo..., y vive!
--Dime algo que no te deje del todo satisfecha. Todo no habrá sido tan positivo como lo cuentas.
--Claro, lo habrá; pero eso es lo que yo olvido con empeño. ¡Estoy en otras cosas que me gustan más!
--Dime algo que no te deje del todo satisfecha. Todo no habrá sido tan positivo como lo cuentas.
--Claro, lo habrá; pero eso es lo que yo olvido con empeño. ¡Estoy en otras cosas que me gustan más!
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