El canto de
las cigarras rompía la monotonía con la canícula del medio día.
Los grillos, ponían notas estridentes a las noches estrelladas.
Tenía los
víveres en la despensa de su suegro a tres kilómetros de
distancia. Este, almacenaba cantidad de productos que criaban en la
finca. Nunca se vaciaban las zafras de aceite de un año para
otro. Cargada, caminaba por el camino angosto y pedregoso pensando.
Los niños quedaron solos. Ni el sol, ni los kilómetros andados,
podían con su gran determinación.
Su figura
menudita, y aparentemente frágil, ni sentía el cansancio ni las
penas. Cantaba desde que se levantaba hasta que se acostaba. Su casa
siempre olía a pan recién cocido.
En el pinar,
en la ladera del monte, vivía en una casita prestada por los dueños
de la finca que su suegro llevaba al tercio. En los ramblizos,
aprovechando la humedad y los limos arrastrados por las lluvias,
prosperaban los almendros y las higueras. Frutos de secano que se
recogen en verano para consumir en invierno.
Cuando
amanecía, se oía el canto de los gallos y el ladrido de los perros
en la lejanía. Parecía que se contaban historias en la distancia.
--¡Arriba,
hijos, hay que levantarse! –decía María a sus hijos dormidos a
tan tempranas horas. Tenemos que recoger las almendras! Cuando el sol
caliente tendréis tiempo de acostaros si tenéis sueño.
Se acoplaban
los horarios de trabajo a las condiciones del clima.
María
pensaba viendo a sus hijos tan pequeños
--¡Qué porvenir les
espera! No tengo casa propia. ¿Cómo prosperaremos? ¡Este suegro
mío, que sólo nos da lo comido por lo servido!
María
cantaba por las mañanas cuando caldeaba el horno. Hasta las casitas
que en la distancia se veían unas a otras, llegaban sus cantos
y los
aromas de su pan. Todos la conocían por su carácter alegre y por
sus habilidades en todo lo que hacía. ¡Las tartas de María!
Tierna como ninguna, su amor de madre se palpaba en el ambiente.
--Mis niños
han de estudiar,--decía.
Un día,
cuando vino del trabajo su marido, le planteó el problema:
--Así, como vamos, no podemos seguir.
La escuela queda lejos, no
tenemos
casa propia, tu padre no te da sueldo, comemos, sí; pero,
no es
suficiente. ¡A ver cómo arreglamos esto! En principio pienso
que tendríamos que mudarnos a vivir a casa de tu padre. La escuela
está cerca y los niños podrán ir. Tendremos la despensa más
está cerca y los niños podrán ir. Tendremos la despensa más
a
mano y, ya que tu padre hace siembras a medias con quien se lo
solicita, que te dé a tí esa oportunidad.
Del pajar
salían las cluecas a pares con manadas de polluelos. En estado
semisalvaje, prosperaban igual que los conejos. Los días de mercado,
hacía María su negocio con los sobrantes del consumo propio. Los
huevos de las gallinas aparecían a nidadas en los sitios más
insospechados. Sobraba para vender a pesar de que era casa grande de
labriegos.
Todo no
marchaba bien. María trabajaba de gobernanta haciendo de cocinera de
empleados y pastores; pero a pesar de que el abuelo cedía tierras a
su hijo para repartir a medias el producto de la cosecha, a la hora
del reparto todo quedaba en el mismo montón.
En la era,
las mulas, arrastraban el trillo. La mies se machacaba soltando el
trigo. Aromas de monte se cernían con el vientecillo al tiempo que
se aventaba el grano. Kilos y kilos de trigo serían repartidos entre
amo y medieros pero, ninguno para Juan, que sólo lo vería
almacenado en la despensa.
El niño
cursaba estudios. El maestro de la escuela pública lo preparaba para
los exámenes libres. Se decía que el niño, para estudiar, valía.
--¿Por qué
no acuden las nenas a clase, María? –Reclamaba el maestro.
--¡Mire
usted, desde que le pegó a una de ellas con la regla en la mano por
poner bicicleta con uve, no quieren ir! Dicen que saben las cuatro
reglas, leer y escribir y que no van más.
--Lo hice
por su bien. “La letra con sangre entra” Ya no se le olvidará
que bicicleta escribe con (b)
Los días de
mercado se aprovechaban para visitar a familiares y amigos del
pueblo. En este día, la visita de María, fue para su tía Dolores,
a la que le unía una especial confianza. Hablaron largo y tendido.
Quedaron en que, subiría la tía a visitar al abuelo para hacerle
una propuesta.
En la
cocina, las artes culinarias de María estaban de manifiesto a juzgar
por los aromas que invadían la casa y los alrededores. La ocasión
lo merecía. Venía la tía de visita.
Los capones,
que durante meses corrían los alrededores buscando semillas y
gusanillos, harían las delicias de los comensales. El abuelo siempre
lo decía:
--¡Esta
María, vale un tesoro! --Se vanagloriaba de ello; de hecho, siempre
estaba de francachela invitando al cura, al boticario, y a la
guardia civil del pueblo.
Los manteles
de fiesta adornaban la bien surtida mesa. Ese día, todos se
sentaron a ella con sus mejores galas.
Después de
los postres, hizo el barón de la casa una demostración de su vena
artística recitando poesías que él mismo había compuesto. También
el abuelo dedicó sus trovos a la tía Dolores. Parecía mujer de
ciudad por sus ademanes refinados y su bien conservada belleza.
Después de
la sobremesa, llegada la hora de la partida, la tía Dolores quedó
de acuerdo con el abuelo en que ese año sembrarían veinte tahúllas
de trigo a medias. Ella pondría el grano para la siembra, y él, la
tierra y el trabajo.
“Año de
nieves año de bienes”. En la chimenea crepitaban los leños. Las
veladas del invierno reunían al calor de las llamas a grandes y
chicos. El abuelo trenzaba cuerdas de esparto y Juan confeccionaba
con ellas calzado: (esparteñas) para los trabajos del campo.
De pronto,
se formó la algarabía: fuera estaba nevando. Cuando los ánimos se
calmaron se hizo el silencio más absoluto. Había llegado la hora
esperada por todos: todas las noches, el joven muchacho, leía un
capítulo de una novela de aventuras de bandoleros que robaban a los
ricos para remediar a los pobres.
El frío
invierno trajo una espléndida primavera. Los trigales prometían
una cosecha de excepción. Llegado el tiempo de la siega, llegaron
jornaleros contratados de los pueblos cercanos y se armó la
algarabía. Se hacía el trabajo más llevadero con los tragos de
vino de la bota.
Las migas
que hacía María, tenían fama en la comarca. Ya las surtía bien
con los embutidos de los cerdos sacrificados para la ocasión. Muchos
esperaban la llegada de la siega por participar en el ambiente que
allí se respiraba. A pesar del duro trabajo, reinaba el buen humor.
Después de la cena se aligeraba el cansancio con la guitarra y los
trovos del abuelo, era un artista recitando, famoso por este hecho en
la comarca.
Todo llega.
“Estaba hecha la siega, la trilla, y el aventado del grano”.
La tía
Dolores, estaba presente a la hora del reparto. Con su carro y su
mula, bajaba por el puerto llevando tanto peso que la mula se veía
apurada para contenerlo sin que el carro se le echase encima.
Hubo
trasiego de visitas inesperadas al pueblo por parte de los dos
esposos. Algo misterioso se cernía en el ambiente.
La venta del
grano reportó pingües beneficios.
Un día se
oyó una noticia que ya no podía estar oculta. Juan y María, ante
el asombro de todos, tenían finca con casa. En zona de regadío y
muy cerquita del pueblo.
El pobre
abuelo sufrió un infarto.
No se sabe
si de alegría o de pensar en que se le iban los que más quería en
el mundo: ¡su hijo! (sus pies y sus manos), ¡su María! (su pan de
cada día). Cayó junto a la chimenea. Su cabeza dio tropiezo con la
novela de bandoleros que robaban a los ricos para remediar a los
pobres. El joven estudiante se la llevó para leerla por capítulos
al calor de la lumbre de su nueva casa.
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