domingo, 27 de noviembre de 2022

La vaquita Manolita

  




La vaquita Manolita, todos los días salía a pastar al prado. Tenía amigas que también salían y pastaban juntas.
Manolita era distinguida y educada, gustaba comer limpio. Cuando encontraba algún caracol entre las hierbas del pasto procuraba no comerlo. ¡Pobrecito caracol! —Pensaba—. Si lo como ya no podrá volver mañana, debo dejarle vivir su vida. Yo con hierba fresquita y tierna tengo suficiente.
Tenía la vaquita Manolita una amiga, la vaca Felisa. Reían y charlaban de sus cosas con cariño de hermanas.
A la vaca Felisa le daba risa cuando Manolita no quería comer caracoles. —¡Qué tonta eres!—Decía mirando hacía arriba, poniendo ojos de vaca aletargada—.Yo como lo que encuentro y no me preocupo por nada. ¡Todo para dentro! 
Manolita no se inmutaba: —¡Come lo que quieras! —Contestaba bajando la cabeza y seleccionando las hierbas que se llevaba a la boca—todos tenemos derecho a ser respetados. Que sea yo amiga de Felisa no quiere decir que tenga que hacer lo que a ella le parezca. 
Al final, dejaron de ser amigas, a la vaquita Manolita le daban náuseas cuando veía a Felisa tragar caracoles, orugas, mariquitas y hasta lombrices de tierra. Buscó la compañía de otras vacas que se comportaban como ella. 

María Encarna Rubio  


miércoles, 27 de julio de 2022

La ranita Lota

 




Lota era una ranita de color verde, igual que sus hermanas y todas las ranitas que había en el estanque. Un sauce llorón se miraba en el espejo de las aguas transparentes. La ranita, extasiada con la belleza de sus ramas tiernas y verdes, se admiraba cuando el viento las mecía y pasaba horas contemplando su oscilante balanceo. 

Las críticas eran corrientes entre las compañeras, no les parecía adecuado que perdiese el tiempo en cosa tan poco constructiva. Al fin y al cabo, qué importancia podía tener que las ramas de un sauce fuesen vapuleadas sin descanso; pero a Lota le causaba gran emoción. 

La rana Cescinia, que era muy envidiosa, se ponía de color amarillo cuando Lota acariciaba las hojas húmedas del sauce. Las demás ranas reían y croaban sin cesar: ¡Ya se ha puesto amarilla!—decían—.

Lota corría a ocultarse al otro lado del estanque. Le causaba pavor el color amarillo de la rana envidiosa. Recordaba que su
 abuela le decía: "Huye de todo aquél que te demuestre envidia, es peligroso, nunca querrá cosas buenas para tí" 

María Encarna Rubio


sábado, 11 de junio de 2022

La brujita canosa


  

 En el bosque de los abedules añosos tenía su casita la brujita canosa, que por añadidura, también era tuerta.

Había construido su casa entre abedules para huír de los malos pensamientos y dedicarse a ser una bruja exitosa. Cuando hacía un conjuro y no le salía bien se ponía muy nerviosa y tiraba los utensilios de ensayo por la ventana. Una mañana lluviosa que treinta conjuros le habían salido mal, se quedó sin equipo de trabajo.

Las dudas se apoderaron de su maltrecha autoestima, pensó que había fracasado y que nunca sería reconocida en el ámbito brujeril. Necesitaba algo más que ser canosa y tuerta para ser una bruja de verdad. Buscó su escoba para ir a buscar un colegio como el de Harry Potter, pero no le obedeció. 

Desesperada, se retorcía las manos y se tiraba de los pelos. El sapo Nicasio, que iba subido a lomos de la cabrita Maruja, le lanzaba escupitajos a larga distancia, y como eran verdes, verdes, la bruja parecía una loca espantosa. Fue derecha a bañarse en el río, donde habían ido a parar los trastos que había tirado por la ventana. 

Las aguas de río estaban impregnadas de sustancias ponzoñosas. A la bruja se le alargaron las piernas y se le encogieron los brazos. A cada mano le salieron dos hijitas y en la barbilla le creció una mata de perejil. El sapo Nicasio reía a carcajadas y la cabra daba saltos que parecía un caballo. ¡Muy bien, muy bien! Balaba entre salto y salto. Eso le pasa por contaminar el río.

María Encarna Rubio

jueves, 9 de junio de 2022

Remanso

  


¿ Caminar para encontrar tu remanso?

No hay por qué, si ya te tengo...

Tengo el camino, la senda...

Labios distendidos, sonrisa plena...

Y sentada me sumerjo sin enojo

En remanso de amor, el alma llena.

El turquesa es color que ilumina

El fresco resplandor del agua pura.

Con brazo largo toco y alcanzo

Los rayos que bajan desde tu altura.

Este es el poema que aliento exhala

La quietud del alma que ya ha guardado

Lo por venir y lo pasado.


María Encarna Rubio






jueves, 31 de marzo de 2022

Ferdinando, el cerdito feliz

 


  Esta es la historia del cerdito Ferdinado. Era el menor de doce hermanitos cerditos chiquitines. Siempre estaba triste y cabizbajo. Pensaba que no le querían. Sus hermanos siempre estaban jugando, les encantaba revolcarse por el barro, pero a él, eso no le gustaba, por ello, nunca se incorporaba a los juegos con todos ellos. Andaba siempre solo, correteando detrás de las mariposas. 

Un día que había llovido, sin querer se encontró de repente chapoteando dentro de un charco. Los gritos que daba se oían lejos. Mamá cerda fue rápida en su ayuda, pero no le encontró. Había desaparecido. 
Pasaron muchos días y Ferdinando no aparecía. Mamá cerda movilizó a toda su prole y salieron en su busca. Buscaban en todas las cuevas de la sierra y en todas las casitas del bosque.

Por fin lo encontraron tomando el sol junto a una cerdita que le acariciaba cariñosa. Era la cerdita Frasquita. A ella tampoco le gustaba chapotear en el barro. Habían decidido vivir alejados del barullo y dedicarse a tomar el sol tranquilamente y jugar a ser poetas. Los dos hablaban en verso y solo comían margaritas encarnadas.

Te encontré en un charco
Mi amado Ferdinando,
Supe que no te gustaba
Por lo que estabas gritando.
Lo hacías con tanta histeria
Y te daba tanto asco
Que sentí tu gran miseria
Y  te saqué de aquel charco.

Gracias mi amada Frasquita
Soy tu eterno agradecido
Eres mi bella  margarita
Pero aún no te he comido.
 Por lavarme el lodo infecto
Y hacerme tantos cariños
Viviremos siempre unidos,
Limpios como los armiños.

Si quieres ser feliz en la vida... 
Huye de lo que te desagrada y busca a quién te es afín.




María Encarna Rubio





  

martes, 22 de febrero de 2022

El terrario de Patricio

 


 El gusanito Nicolás había venido de lejos. Anteriormente, vivía en el terrario que le habían regalado a Patricio, un niño que cumplía años el día de San Nicolás. La fiesta fue tormentosa, pues también le regalaron una mascota muy original: una cabrita... Patricio la llamó Maruja. Pues bien, la cabrita Maruja, que siempre tira para el monte, se subió sobre el terrario, que al impacto de sus duras y afiladas pezuñas, se rompió.
Y fue entonces, que el gusanito Nicolás quedó en libertad. Su primera visión del mundo exterior, no le gustó. 
Se vio obligado a reptar por la alfombra. Con mucho esfuerzo llegó hasta el cuarto de Patricio. Allí estaba  su mochila, con un bolsillito abierto. Con el cansancio natural del esfuerzo realizado, se ocultó dentro, a descansar, a esperar los acontecimientos. 
Quedó profundamente dormido. Nunca supo el tiempo que había pasado durmiendo cuando le despertó el zumbido de un abejorro que libaba en las flores del parterre cercano. 
—¿Cómo he llegado hasta aquí? —decía con su voz de gusano de ciudad que nadie entendía. No daba crédito a lo que estaba viendo por primera vez.
 Recordando su duro reptar por la alfombra y contemplando la hermosura del florido entorno, sintió un enajenamiento difícil de
superar. 
Los aromas, los colores y la frescura de la tierra mojada, le hicieron arrepentirse de los improperios que le dedicó a la cabrita Maruja cuando hizo añicos el terrario de Patricio.
 Se ocultó bajo la umbría de los tulipanes. La brisa mecía sus tallos enhiestos, y las abejas zumbaban y zumbaban llenando sus cestillos de polen. 
Pronto hizo amistad con otros colegas que habitaban aquel maravilloso edén en primavera. Les contaba que él, era nacido en un terrario. Su presente fortuna había sido propiciada por un desafortunado acontecimiento. Ahora, solo esperaba que no apareciese por allí la cabrita Maruja y lo pusiera todo patas arriba.

María Encarna Rubio   





 
 

sábado, 5 de febrero de 2022

poema de desamor





    ¡Ay de mí, que viví en la esperanza

y vivo en el desconsuelo!

Ayer hubo luz en mi vida

hoy la cubre negro velo.

Que vivo sin vivir en mí

en terreno de baldío

lo que ayer fue calor y vida

hoy es indiferencia y frío.

¿Dónde buscaré la llama

que prenda en mi estopa el fuego

que me anime y me caliente

y me devuelva el sosiego?

¿Será que para vivir

la grandeza de otra vida

primero hay que sufrir,

dejar  perder la partida?

María Encarna Rubio

 

viernes, 4 de febrero de 2022

Idilio en el campo

 




Mi ardorosa campesina.

A la que el sol mima y besa.

El brillo que hay en tu pelo,

Me deslumbra y embelesa.

 

La sombra de tus pestañas

Que alardeas con arrobo

Me hacen de amor cautivo

Debajo del algarrobo.

 

No hay luz en mi noche oscura

En mi vida por el monte.

Solo la encuentro en tu pelo

Mi faro en el horizonte.

 

 ¡Sol, que de amor me quemas!

Desde el día que te vi

Mi afán es saber escribir,

Dedicarte mis poemas.

 

Si escuchas una mañana,

Que estoy  trillando en la era;

Si escuchas que estoy cantando

Es para que de amor no muera.

 

Que se me parte en el pecho

Mi alegría es solo una

Que es mío y solo mío

Ese niño de la cuna.

María Encarna Rubio

 

sábado, 22 de enero de 2022

Por fin nublado





 Hoy es un día en que el sol descansa.

 Escondido entre las nubes su conducta amansa.

 Siempre incandescente, sus rayos lanza.

 No le importa si es julio o enero,

 sobresale con furia lo mismo en enero que en febrero.

 Por fin se toma un respiro y pone un tupido velo,

 para que surja el invierno y el espíritu se amanse,

  para que el alma se sosiegue, se recoja, y al fin descanse.


María Encarna Rubio

sábado, 15 de enero de 2022

Triste canción

  



Ferdinando era un burrito,
caminaba por el monte
paraba cada ratito
a mirar el horizonte.

Se acordaba del camino,
tenía buena memoria
lo pasaba cada día
para engancharse a la noria.

Trabajaba sin descanso
para ganarse la paja.
Para comerla en el suelo
la cabeza sube y baja.

Iba caminando lento
le faltaba la ilusión
se quejaba con frecuencia
de su mala profesión.

Una mañana temprano
cuando su camino andaba
un ruiseñor primoroso
sus canciones le cantaba.

Canta, burro caminante.
Canta, girando la noria.
Hubo un burro muy famoso
famoso con mucha historia.

    Muy contento recorría 
los caminos de La Mancha,
portando sobre su lomo
a su amo, Sancho Panza.

Era amigo de un caballo,
 caminaba siempre al trote;
su amo era famoso:
el hidalgo Don Quijote.

Soy un burro de verdad,
le decía Ferdinando,
y si me pongo a cantar
será que estoy rebuznando.

No me vengas con historias
que me abruman y me aturdo.
Yo tengo que rebuznar
porque he nacido burro.

Eres un burro muy lindo
te lo digo de verdad, 
has prestado gran servicio 
a toda la humanidad.

Calla ya, pájaro loco,
déjame comer mi paja;
tú canta y revolotea,
no estorbes a quién trabaja.

María Encarna Rubio











sábado, 1 de enero de 2022

La reina de las nieves

 

  



Lucila vivía en una cabaña, al final del camino.
 
Acostumbraba dar paseos por el monte en busca de setas y frutos silvestres. 
Una mañana caminaba por un sendero solitario. Siempre que salía llevaba su dulzaina consigo, le gustaba tocar sentada a la sombra de los árboles del bosque. Tomó su instrumento y se dispuso a hacer sonar su melodía favorita.
Y fue entonces que, una luz cegadora le dio en los ojos. Entre los destellos se dibujaba una figura de mujer deslumbrante que la miraba y le sonreía. Era bellísima. Estaba sentada al borde del camino bajo uno pinos frondosos.
  
Luego, apareció un unicornio y se llevó a la dama a lo más intrincado del bosque.
Al instante se produjo una gran nevada.


Un eco bajaba de lo alto de los montes:
¡Soy la reina de las nieves!
Huye, Lucila, cila, cila, cila.
 Regresa a tu cabaña, aña, aña, aña.
No mires hacía atrás.
 Recuerdo que alguien lo hizo 
y quedó convertida en sal. 
La sal derrite la nieve,
 y en vez de nevar llueve.
 Lucila no salía de su asombro. Corrió lo más de prisa que pudo.
Cuando llegó a su cabaña cerró puertas y ventanas. Nunca había visto una nevada semejante.
Se le ocurrió tocar la dulzaina para llamar la atención de la reina de las nieves, pero ya no apareció, estaba festejando la llegada del año nuevo dos mil veintidós.

María Encarna Rubio


MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...