Sucedió que, por cosas del destino, dos hermanos seguían unidos, al mismo son, sin variar su trayectoria desde su nacimiento. Lo más habitual era que, con el paso del tiempo, cada uno siguiese su camino; pero ellos no, siempre juntos.
Eran muy parecidos. Fríos y despiadados, su crueldad hacía estragos en las clases más desfavorecidas. Cuando ellos se presentaban, morían a diario los ancianos con delicada salud. Todos esperaban con resignación a que se marchasen, casi nadie los quería.
Uno se llamaba Enero y otro Febrero, en castellano, en los demás países del planeta burbuja en el que vivíamos, cada uno le llamaba a su manera.
Se daban la mano y primero se presentaba uno, pasada Navidad. Después venía el otro, de ahí nació el dicho: "Otro vendrá que bueno me hará", también "Febrerico el corto, un día peor que otro"
Dicen que, antes, en tiempos remotos, la humanidad no conocía el modo de evitarlos. Ahora, cuando pasan las fiestas y el jolgorio de la Navidad, es costumbre volatilizarse y reaparecer en otra galaxia hasta que estos dos indeseables desaparezcan de nuestra vista. ¡Vivan los adelantos modernos!
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