sábado, 30 de enero de 2021

Algo insólito

  



—¡Rufina, mi linda gatita, dónde estás!—gritaba la anciana Consuelo muy de mañana.

Rufina, al escucharla, notó vibraciones extrañas en su voz. Se apresuró a bajar del jacarandá. Había pasado la noche allí, subida a su tronco. Tenía la vana ilusión de que su vecino, el hermoso gato macizo y "deslumbrante la visitara".

—¡Mi reina preciosa!—ven que te acaricie... Le dijo la anciana Consuelo a Rufina al verla llegar. Y tomando a Rufina en sus brazos fue a sentarse a la mecedora del salón.

Rufina estaba extasiada. Mimos tan cariñosos no había recibido nunca antes.
Sentía la mano tibia de su ama escritora de cuentos acariciando su lomo al tiempo que se balanceaba en su mecedora.

Había escuchado decir a la anciana que era la mecedora una antigüedad: había ido pasando de madres a hijas desde varias generaciones atrás.

Tenía el presentimiento de que su ama se encontraba muy sola en aquella casa de campo que le traía recuerdos de otros tiempos. 
Pasaba largos ratos abrazada al tronco de su pino favorito.
Le susurraba cosas que Rufina no podía escuchar. El pino mecía sus ramas al viento para sacar sus emociones reprimidas de largas ausencias.
Los gorriones que poblaban las ramas del árbol salían en desbandada.

Temía la gata Rufina que su dulce ama fuera a desfallecer por tanta nostalgia.
 Mejor sería volver a la ciudad, al bullicio de la gente. Volver a pasear el Jardín de Manolo y presenciar como los años pasan por el tronco seco del ficus centenario. 

María Encarna Rubio


 
 

viernes, 29 de enero de 2021

Una visita inesperada

 



 Una noche quiso Rufina hacerla especial, había practicado subir al crucero de un enorme jacarandá y lo hacía con mucha habilidad, y tomó la decisión de dormir entre sus ramas.
Sobre todo, quería presumir ante la perrita Cuchi, ella nunca podría subir aunque quisiera.

Dio un gran salto, y trepó por el tronco hasta acomodarse.
Estaba un buen rato observando las idas y venidas de Cuchi, que esa noche andaba inquieta.
Por lo visto oía ruidos extraños, se tomaba muy en serio el ser guardiana de la casa.

Llegó un momento en que sus ladridos eran tan persistentes que la anciana Consuelo encendió la iluminación del jardín y salió a mirar qué pasaba.
Rufina no se movió de su lugar. Vio que algo se movía en un ramal más arriba, en el mismo árbol en el que ella se encontraba.

Era un enorme gato. Rufina se le quedó mirando atentamente. 
—¡Es un gato!—pensó Rufina — ¡Un gato hermoso!
—¿Quién eres, y qué haces ahí arriba? —le preguntó con sorpresa mal disimulada.
—Soy tu vecino —le contestó con mucho aplomo y con una voz cultivada —he venido a conocerte. Vivo en esa casa que se ve en la finca colindante. Hace días que sé que has venido. Tenía curiosidad por saber cómo eres. 
—Y qué, ¿ya me has visto? —le contestó Rufina queriendo encubrir con brusquedad su turbación.
—Sí, te he visto, y eres una gatita preciosa —le dijo el gatazo queriendo lisonjearla.

—Rufina, sin meditar su decisión, dio un gran salto y se posó en el suelo. Corrió a refugiarse en la cesta de mimbre. Le daba miedo aquel gato tan meloso.

Al llegar junto a los dos pinos que se hallaban junto a la fuente, encontró a la anciana Consuelo abrazada al tronco del pino más alto y más grueso, le hablaba:
—No me meteré en camisa de once varas—le decía.
Rufina pensó que, esa noche era verdaderamente especial. 

Estaban pasando cosas muy extrañas.
Cuando fue a la cesta de mimbre, sí que fue sorpresa la suya: Perolo la estaba esperando.

—¡No lo puedo creer, Perolo! —Cómo has llegado hasta aquí.
—Yo tengo mis contactos, Rufina —le contestó con gesto grave. ¿Te acuerdas de saltamontes Nicasio, el que nos visitaba en la casita abandonada del bosque? Mandó a su primo Cele, que vive en un tiesto del balcón de la anciana Consuelo, con indicaciones.

— Y bien, cómo te va, Rufina —le dijo Perolo muy cariñoso.
—Bien. Esta noche he recibido la visita de un vecino. Es tremendamente grande y felino. Ten cuidado, si te ve, no escaparás de sus garras. También tenemos a la perrita Cuchi. Esa no es de fiar para nada, mata a ratas tan grandes como ella, como si fueran escarabajos.

—¡Pues sí que te has venido a buen sitio! —dijo Perolo con mucho énfasis.
—No me he venido, Perolo, me han traído—dijo Rufina, y se tumbó en el fondo de la cesta de mimbre a esperar el nuevo día. 

María Encarna Rubio

jueves, 28 de enero de 2021

Feliz estancia



 



 Se auguraba una feliz estancia para la gata Rufina en la casa de campo de la anciana Consuelo.
Había otros animalitos, entre ellos la perrita Cuchi. Era casi del tamaño de Rufina, pronto se hicieron grandes amigas.

 El tiempo pasaba y Rufina no había cazado un solo ratón. Pasaban junto a ella y no les hacía el menor caso.
Todo se le iba en pasear por los jardines de la casa.



La perrita Cuchi, a veces, le recriminaba:
—No te ganas la "carne enlatada para gatos" que te comes. ¡Vamos...! 
—¡Yo no veo que tú hagas nada! —le contestaba Rufina exaltada y de muy mal humor.
—Yo no soy una gata, soy una perra —aducía con mucho desparpajo, Cuchi.

 Una mañana soleada y serena, dormitaba Rufina enroscada en un banco del jardín. Estaba tan ricamente tendida con las cuatro patas extendidas. 

De pronto, algo muy extraño le fue rozando los bigotes. Era una rata negra y peluda. Arrastraba su rabo tieso y largo en su misma cara sin el menor temor.

Y fue entonces, que la perrita Cuchi, se lanzó sobre la rata y en menos de nada, la agarró con sus colmillos caninos por el pescuezo y la dejó espatarrada.
Se sintió orgullosa de su hazaña. Arrastró a su víctima por todos los caminos del jardín, y la dejó a los pies de la anciana Consuelo. 

—¡Rufina, toma ejemplo!— gritó la anciana Consuelo con mucho asco. Las pobres ratas no gustan a nadie.

Rufina sintió algo de vergüenza. Desde ese mismo instante tomó manía a la perrita Cuchi. Le bufaba cuando la veía y le sacaba las uñas. 

Decididamente, Rufina estaba ansiosa por volver a casa. Por subir a la atalaya del tronco seco del ficus centenario; pero sobre todo, por ver al ratoncito Perolo. 
¡Nada de dedicarse a matar ratones ni ratas!
 "Por nada del mundo".

María Encarna Rubio





  


 

 

martes, 26 de enero de 2021

Un cambio repentino



Una mañana de finales de febrero, dormía Rufina en su cesta de Mimbre. Se sentía afortunada por disfrutar de cestita tan linda. Se mecía al menor movimiento y se adormecía con su tenue balanceo.
 Por este motivo y no por otro, sintió fastidio cuando la anciana consuelo le dijo que entrase en su cesta nueva... 

 
No tenía ni la menor idea de que aquella era una cesta de viaje.
—¿Te gusta, Rufina? —le dijo la anciana Consuelo al tiempo que desprendía los auriculares del móvil,  de sus oídos —Nos vamos al campo. Espero que te portes como una gata auténtica y acabes con todos ratones de la casa. 
Han tomado posesión de ella y se ha convertido en la casa de los ratones.

Rufina no daba crédito a lo que estaba escuchando.
¡Al campo!, sin previo aviso... 

—No me puedo ir sin comunicárselo al ratoncito Perolo —pensó — y haciendo acopio de todas las energías que acumulaba en su cuerpecito de felino, salió al balcón, de un salto cual gato volador, se posó con sus cuatro patas flexionadas en la atalaya del tronco seco del ficus centenario, que reposaba su ancianidad extinta en la orilla de la acera de enfrente, al otro lado de la cerca del jardín municipal "Jardín de Manolo" (le pusieron ese nombre en memoria del jardinero que lo cuidaba cuando era jardín privado)

La anciana Consuelo no salía de su asombro. No comprendía el raro comportamiento de Rufina.
Esperó largo rato para ver si regresaba. Tenía su coche estacionado con el equipaje preparado frente a la entrada al edificio donde vivía.

Al poco volvió Rufina. Entró del mismo modo que había salido, como si fuese un gato volador y se introdujo en la cesta que tenía la portezuela abierta.

—¡Por fin, Rufina!, ¿se te ha pasado el susto? —dijo la anciana Consuelo al tiempo que cerraba la portezuela de la cesta, la asía de su agarradera con la mano derecha, y salió con su bolso colgando del hombro izquierdo en bandolera.

 La gata Rufina hizo todo el trayecto hasta la casa de campo de la anciana Consuelo dormitando, encerrada en la cesta nueva, dentro del maletero del coche.

Cuando Rufina salió de su cestita se encontraba un poco aturdida. Buscó un poquito de agua en cualquier lugar que lo hubiese para despejar el aturdimiento.

—¡Linda, linda, linda...!
Pensó al contemplar la casa de campo de la anciana Consuelo.


¡Era hermosa!, con jardín y con piscina.



No tardó Rufina en averiguar que allí, no solo había ratones, sino también, ratas tan grandes como gatos. 
Corrió despavorida a esconderse dentro de su cesta nueva. Sentía una gran desazón. ¡Ella ya no era una gata de campo! Más bien era una gata de ciudad, el trabajo que se le había encomendado no le interesaba. Lo que más le gustaba comer era: "carne enlatada para gatos". No ratas y ratones.


María Encarna Rubio















  


 


 

sábado, 23 de enero de 2021

Son menudencias

  


  —¡Menudencias, Rufina, menudencias!, los cuentos que la anciana Consuelo escribe, son cuentos sin importancia, sin ningún valor literario —decía el ratoncito Perolo a Rufina. 

Había leído uno por uno, todos los cuentos que la anciana guardaba en el cajón.
Rufina creía a Perolo, tenía plena confianza en su criterio. Él llevaba tiempo viviendo en la biblioteca de un colegio, rodeado de libros... Y de ratones que estaban mucho tiempo allí.

Después de mucho comentar sobre el asunto, los dos estaban de acuerdo en que lo mejor que podía hacer la anciana era dejar los cuentos guardados; que nadie los leyera...

 —¡Dios mío, para qué pasará el día tecleando!, sus ojos de anciana octogenaria se van a desgastar tanto que se van a quedar opacos —pensaba Rufina al ver a la anciana sentada al ordenador día tras día. Los cuentos almacenados en el cajón habían crecido tanto que no se podía cerrar. 

Perolo podría entrar y salir en el cajón cuando quisiera, pero ya no le interesaba, decía que siempre escribía la misma historia.

—La que escribe historias fantásticas es Estrella —le dijo Perolo a Rufina —ella tiene historias de pájaros sin pico, caballos con solo dos patas, de princesas lloronas y cantidad de cuentos de enanos que al final se vuelven gigantes.
¡Esos sí que son cuentos!

María Encarna Rubio







viernes, 22 de enero de 2021

Los desproporcionados juicios de Rufina




  —¡Por Santa Catalina la Casta, Rufina, ratones en casa no! —gritaba la anciana escritora de cuentos a la gata Rufina. 

Se había puesto roja primero; después verde de ira para pasar a amarilla, del asco que le dio ver al ratoncito Perolo revolviendo los papeles del cajón de sus cuentos escritos.

Acto seguido, la anciana se agachó. Iba a quitarse una zapatilla para dar a Perolo un buen golpe.

Rufina, loca por el espanto, aprovecho para lanzarse sobre Perolo. Lo agarró como agarran los gatos a sus bebes, sin hacerle daño, y lo sacó con ligereza del cajón.

Lo llevó a la despensa, donde estaba la puerta de su ratonera.

—¡Corre, Perolo, corre!, ¡no te pares!, ¡ponte a salvo!—gritaba despavorida.

Acto seguido, salió tranquila, despacio, lamiéndose como si acabara de comerse tres latas de carne para gatos.

Llegó hasta donde se hallaba la anciana Consuelo. 

Vio con alivio que se había calmado. Estaba regando los tiestos del balcón.

—¡Qué mujer tan ignorante!, me gustará saber qué clase de cuentos escribe... Además, la oí decir un día que nunca fue a colegio alguno... Que todo lo había aprendido sola...

— Todo eso lo pensó Rufina al ver que la anciana intentaba cantar a las plantas, para que crecieran más deprisa.

 ¡ Intentaba cantar Ópera!,  !Daba grititos y hacía gorgoritos!

—Mio Banbino Caro, ¡ji, ji...! —Pensaba Rufina muerta de risa.

Pasado un rato, miró la anciana al cielo, y como no llovía, se dispuso para hacer ejercicio en casa.

Rufina, con mucho sigilo, se fue para la habitación de la anciana a acostarse en la cama a dormir un rato. 

 —¡Vaya, qué egoísta, quiere la cama para ella sola!—pensó Cuando llegó y vio que la puerta estaba cerrada.

—Me pondré en la cesta de mimbres—pensó—tengo que descansar. Estoy agotada del susto. que he llevado. 

Espero que "la anciana talentosa" no ponga la Música Disco a todo gas, como hace todos los días...

 Cuando hace la gimnasia en casa es de temer... Y se acomodó en la cesta.

Al poco de quedar dormitando, a Rufina, la conciencia le remordía. Sintió vergüenza de sí misma.

Los juicios desproporcionados que le había prodigado a su benefactora, se le hicieron injustos, al notar que le había comprado una mantita nueva para rellenar el fondo de su lugar de reposo.

María Encarna Rubio










lunes, 18 de enero de 2021

No es día para confidencias


   Pasados unos días, el ratoncito Perolo al fin se veía libre de la melancolía.
La estampida de su ratoncita le había afectado mucho.

Había salido a todo correr de la casita abandonada del bosque, sin dar una 
explicación, sin dejarse ver después...

Había sido duro para él. Pero ya lo había superado.
No pensaría más en ello.

Se acicaló, se puso guapo, y marchó por la orillita de la acera a visitar a su amiga la 
gata Rufina.

Al pasar junto a la casita del parque infantil, pudo ver con asombro que —escondida 
en un rincón —se encontraba la gata Rufina. 

Parecía sumida en serías reflexiones.

—Rufina, qué haces aquí, metida en esta casita para niños... ¿No te das cuenta de que 

si te toman por gata callejera corres serio peligro? —le dijo Perolo con
contundencia sin mediar antes un saludo.
—No me digas cosas inquietantes, Perolo que 
bastante preocupada estoy yo —contestó Rufina, casi, casi, iracunda.

—Qué te sucede... ¿Por qué estás tan preocupada?
Le dijo Perolo dando un saltito y tomando asiento junto a ella.

—Es por la anciana Cosuelo, actúa de modo extraño.
Anda por casa como sonámbula. A veces, habla en voz alta como si tuviese a alguien 
delante, pero está sola. 
Dice cosas que no entiendo. Conversa con Luxbel, un personaje 
imaginario que tiene poderes maravillosos y que hace cosas increíbles...

Perolo, que sabía lo del Hada más bella del mundo, no pudo por menos que reír de buena gana; cosa que a Rufina no le pareció nada bien.

—Si te vas a reír de mí, no sigamos hablando, Perolo —gritó Rufina como lo hacen los
gatos cuando quieren atacar a alguien.

Perolo hizo por contralarse y dejó de reír. Pensó un rato qué decir para calmar a 
Rufina sin enfadarla.

—Ya sabes, Rufina, que la anciana Consuelo es escritora de cuentos —quiso explicarle 
Perolo —.  Es normal lo que hace. Un escritor todo lo hace pensando y hablando 
consigo mismo. La anciana Consuelo ha encontrado a su musa, la que le inspira para 
escribir sus cuentos y habla con ella.

A ti, Rufina, te vendría bien salir de la cestita de mimbres —pero no para venir a las 
casitas para niños de los parques—, sino para ir a la biblioteca. Allí se esconde un 
mundo sin fin de fantasía en los libros. Están esperando que vayan y los lean. 

Perolo miró a Rufina con extrañeza, se había quedado dormida... Aunque tenía un ojo medio abierto. 
 María Encarna Rubio

domingo, 17 de enero de 2021

Luxbel el hada más bella del mundo

 La maravillosa imagen que veis, es de Luxbel, el hada más bella del mundo.
  La imaginó la anciana Consuelo una noche de fin de año; se encontraba sola y no tenía uvas para celebrar las campanadas.
 Por aquel entonces, no tenía a la gata Rufina, pero ya había tomado la decisión más sabia de su vida: había cambiado su nombre de Dolores por el de Consuelo.
Decidida a pasar al nuevo año feliz e ilusionada, tomó papel y lápiz, y se dispuso a penetrar en el país de los cuentos. 
Anduvo con cierta cautela observando. Era un país extraño. Veía a tiernas doncellas enamoradas;  príncipes gentiles; monstruos horripilantes que se comían a los niños; brujas con caras llenas de verrugas; casitas de caramelo y gigantes que de una zancada saltaban montañas.

Siguió buscando. No sabía qué mundo de maravillas podía crear con ellos.       

Fue entonces que pasó frente al Parque de las dalias.
Era un lugar donde los ficus centenarios extendían sus raíces por el suelo a placer. Y todos estaban vivos. 
Los parterres de las rosas, tenían secretos que guardaban con mucho celo: nacían rosas sin espinas.  
Un abejorro que visitaba la rosaleda, había corrido el rumor: las dalias cuchicheaban, no podían creerlo; ellas envidiaban a las rosas.
—Son unas presumidas —decía una dalia amarilla de tanta envidia — porque tienen perfume... ¡No es para tanto!

 Una noche decidieron ir a visitar el parterre de la rosaleda para ver si era cierto.
 Armaron tal revuelo, que despertaron a todos los insectos del jardín. 
Discutían y se picaban entre ellos. 
—¡Quién se atreve a perturbar mi descanso! 
 Decía una avispa de tripa a rayas. 
Y fue entonces, cuando la anciana Consuelo vio a Luxbel... Bella, alada; de bondades infinitas. Ponía paz entre todos los habitantes del jardín. Y sembraba sueños de cuentos maravillosos en el corazón de una anciana.

María Encarna Rubio


 
 

sábado, 16 de enero de 2021

Perolo se enamora

 




El ratoncito Perolo había encontrado el amor de su vida.
Fue una mañana de primavera de sol radiante.
—¡Cielos, es bella! —pensó al ver a una ratoncita de piel rosada.
Estaba ella haciendo prácticas de roeduras en un ejemplar de "Alicia en el país de las maravillas"
Tenía su roer un ritmo suave y acompasado.  

Perolo se le acercó con cierta timidez...
—¿Sabes lo que estás haciendo? —le preguntó.
Ella dejó su tarea y se le quedó mirando...
—¡Cielos, qué ratoncito tan bello!—pensó —y su sonrisa fue amplía y luminosa.

—En ese libro que estás royendo suceden cosas maravillosas —le dijo Perolo a la ratoncita — yo antes de roerlo lo leería.
La ratoncita, sin inmutarse un momento, contestó muy ufana: 
—Eso ya lo sabía. Lo leí, y me gustó tanto que he decidido comérmelo.

Perolo por un momento dejó de admirar a la ratoncita con embeleso...¡Qué lerda! —pensó—.Si lo estropea no podrá leerlo nadie después. 
Pero solo fue un momento. Era tan linda la ratoncita que Perolo olvidó pronto su fugaz razonamiento.

La cortejó y le propuso marchar juntos a vivir una maravillosa aventura igual que Alicia en el país de las maravillas. Él conocía un bosque que quizá estaba encantado por lo lindo que era.

La ratoncita estaba toda ilusionada. Perolo era un ratón de mucho mundo —pensaba ella—. Le veía como a un gigante bello y hermoso. Y se pusieron en marcha.
Salieron sigilosos. Recorrieron un largo camino lleno de peligros y dificultades, pero ellos iban tan contentos, tan felices, que apenas se percataban de ello.
Por fin llegaron al bosque. La ratoncita estaba extasiada: era su primera salida de la biblioteca. El bosque era hermoso, cuajado de helechos y frondosidad.
Allá al fondo se divisaba la casita abandonada del bosque. 
—Mira, ¿a que no has visto en tu vida nada más bonito? —decía Perolo en una explosión de euforia—en esa casita, tú y yo, vamos a ser los ratones más felices del mundo.

Llegaron a la casita de abandono muy añoso, con chimenea de cenizas frías. Los cuervos la habían habitado y permanecía con sus negras plumas esparcidas por doquier.
La ratoncita sufrió un desmayo. Cayó sobre el viejo cojín que un día fuese el refugió de la gata Rufina... Olía a gato...
La ratoncita se incorporó y salió corriendo. Perolo la fue siguiendo hasta la misma biblioteca. La ratoncita se ocultó detrás de un ejemplar de «La bella durmiente» y Perolo se metió detrás del libro del El caballero de la triste figura...
 «A superar su fracaso». 

María Encarna Rubio



viernes, 15 de enero de 2021

Una quimera

   




 

 La octogenaria anciana Consuelo perseguía un sueño y se había marcado una meta: triunfar como escritora a los noventa. Su vida había requerido de grandes sacrificios y abnegación, pero no pensaba hablar de ello, no quería cimentar su fama en la vida de sus seres más queridos. Ella quería triunfar por méritos propios, al margen de su vida privada.

Pasaba horas estudiando Gramática y literatura. Buscaba en YouTube tutoriales que la fuesen poniendo al corriente en cosas que ella necesitaba saber.

La gata Rufina pensaba que todas las ancianas del pueblo hacían lo mismo, pero comentando con el ratoncito Perolo, este, le dijo que no; que la anciana Consuelo daba muestras de haber perdido un poco el traste.

Rufina empezó a preocuparse por la anciana Consuelo. No perdía detalle de sus andanzas. Vigilaba lo que hacía y ya no se atrevía a dejarla sola; por ese motivo, cuando la anciana Consuelo salía a la calle, Rufina echaba detrás de ella como si fuese un perrito.
—¡Vaya, Rufina...! ¿Tú también quieres salir de paseo? —decía la anciana Consuelo cuando la veía caminando tras ella.
De esta manera, Rufina recorrió las calles del pueblo, los parques y los jardines. 

Conoció a muchos gatos y gatas, y supo de la cantidad de amigos y amigas que tenía la anciana Consuelo. Todos ellos eran mucho más jóvenes que la anciana Consuelo. Los de su misma edad, o habían muerto, o estaban ya impedidos. La anciana Consuelo, no.
 Ella estaba como sus amigas jóvenes. Competía en todo con ellas... "Sabía bastante de nutrición y tablas de ejercicio físico y lo practicaba todos los días". 
—¡Yo creo que conseguirá triunfar! —le decía la gata Rufina al ratoncito Perolo.
—No creas, a su edad se pierden facultades —contestaba Perolo que le gustaba hacerse el sabio, de todos es sabido hace poemas y todo. Él estaba convencido de que la anciana Consuelo no andaba bien de la cabeza.

 Una tarde que la anciana Consuelo recibía visita, la gata Rufina no se separó ni un momento de la mesa de camilla. Estaba calentita con calefactor encendido.
La anciana Consuelo había preparado unas galletitas, que hizo ella misma, y dos tazas para infusión.

Sonó el timbre de la puerta. La anciana Consuelo abrió y apareció una señora de no más de sesenta años. Venía con mascarilla y no se la quitó al entrar en casa. 
 Rufina no pudo ver de su cara nada más que la frente, pero pudo advertir que la tenía muy arrugada. Además, según le pareció a Rufina, le sobraban unos kilos.

Las dos señoras se saludaron con mucha alegría, pero a distancia, sin tocarse. Se sentaron a la mesa, y la anciana Consuelo, lo primero que hizo fue presentar a la gata Rufina a su amiga. La gata Rufina se fue a su cesta de mimbres y se dispuso a dormitar, pero siempre con un ojo medio abierto.

María Encarna Rubio



La llovizna


 Los días lluviosos son dulces y apacibles. Las calles aparecen limpias y brillantes y el airecillo fresco reconforta a quien sale a la calle bien abrigado. Esto sucede cuando se vive en climas templados y no hay que luchar contra bajas temperaturas muy extremas.
Esa mañana de enero, la anciana Consuelo salió como siempre que llovía, a disfrutar del paisaje velado por la llovizna.
Paseaba por calles solitarias embutida en su abrigo con capucha y reforzado su embozo por su negra bufanda.

En tiempos pasados, hacía sus salidas en días de lluvia provista de bloc y lápiz para captar sus inspiraciones en lindos poemas; en aquellos tiempos, ella todavía se llamaba Dolores. Le faltaba valor para cambiar su nombre. 

Nunca estuvo de acuerdo con llamarse así; pero superado este escollo de su vida, al cambiar su nombre de Dolores por el de Consuelo, todo había cambiado para ella; ya no pensaba en nada que no fuera vivir y ser feliz.

Es normal para una sexagenaria tener muchos seres queridos solo en el recuerdo y encontrarse viviendo sola, pero la soledad no es un castigo —pensaba la anciana Consuelo —no lo es si te tienes a ti misma.
La soledad es creativa; es juiciosa, ayuda a recomponer los destrozos en el espíritu y a escuchar lo que tu ser interior te dice...
😯

Hora y medía anduvo la anciana Consuelo bajo la llovizna. Ahora mejor que nunca se podía decir que andaba por las nubes: pensando... meditando lo de  estar solo. La soledad no le asustaba. Había sido tormentosa para muchos ancianos. Para ella, no.
 Había surgido una maldición, los ancianos que buscasen compañía serian exterminados. Para decir verdad, buscasen compañía o no la buscasen estaban en peligro de extinción. 

Cuando llegó la anciana Consuelo a casa, la escena que tenía ante sus ojos la dejó algo sorprendida...  

La gata Rufina parecía tener una charla con un ratón...
De momento pensó coger el cepillo de barrer para darle un buen golpe a ese ratón, pero pensándolo mejor, dejó que se marchase a vivir su vida —todos tenemos derecho a vivir la nuestra —dijo para sí—. Se hizo la desentendida. Anduvo observándolos.

Perolo estaba con el chisme que tenía preparado entre manos. Le contaba a Rufina lo que había visto en la anciana Consuelo: lo del poemita y el enamoramiento y todo eso. Rufina lo escuchaba sonriendo, pero para sus adentros pensaba que Perolo era un chismoso... siendo un ratón tan culto que dormía junto al "Quijote", no le correspondía andar  metiéndose en lo que no le incumbe. 
María Encarna Rubio 













miércoles, 13 de enero de 2021

Un feliz Día de Reyes Magos

 Era día de Reyes Magos. La hora de la comida estaba fijada para las dos de la tarde. Yo esperaba con gran ilusión el momento de que, después de finalizado el almuerzo, haríamos la entrega de los regalos a los asistentes. 

Roberto había invitado a Elías, su socio, y a la secretaria de ambos, que por razones de trabajo ese día tenían un serio compromiso. 

Yo, por mi parte, había invitado a nuestro amigo común el doctor Nector, con el que un día trabajé en su clínica como enfermera. Estaba soltero. Participaba en todos los acontecimientos especiales de nuestra casa y la comida de ese día era más bien de despedida, se marchaba a Sudáfrica. Llevaba días ofreciéndome la incorporación a mi puesto de trabajo, que le acompañara. Aducía que mis hijos ya no me necesitaban, ya que estaban independizados. 

Sobra decir que yo no había aceptado; siempre supe de su amor silencioso por mí... 

Roberto, mi marido, era un empresario de mucho éxito, nuestra economía era de lo más envidiable. Me mimaba. Me halagaba en extremo. 

La mesa estaba preparada. Yo me había esmerado en el menú y todo era exquisito. Mis hijos y sus parejas estarían ese día con nosotros y todo prometía un día de Reyes Magos memorable. 

Para mí, uno de los regalos no sería sorpresa, pues Roberto unos días antes hubo de cambiar su americana antes de salir para el trabajo. Cuando fui a cogerla vi en uno de los bolsillos un estuche con un precioso collar. Me sorprendió y pensé que le habría costado una buena suma. Di por supuesto que era mi regalo de Reyes.

La comida transcurrió como yo esperaba, con caras alegres, diálogos divertidos, mis hijos adorables, y mi marido enternecedor con todos. 

Nector me miraba. Unas veces parecía querer decirme algo. Otras evadía su atención disimuladamente. Una vez que fui a la cocina me siguió con el pretexto de ayudarme y una vez allí, me dijo que lo pensara, que necesitaba un cambio en mi vida. 

Me resultó algo pesado. Yo no podía abandonar a Roberto. Mis hijos no me necesitaban, pero Roberto sí. Él estaba acostumbrado a mí. Se encontraba feliz conmigo y yo con él. Aunque, pensándolo bien, el que estaba verdaderamente cómodo era él. Salía, entraba, viajaba —por negocios, según él—. Su vida era de lo más movida; vestía con estilo... Tenía una casa decorada con un gusto exquisito, todo a su alrededor era especial...  El dinero lo ganaba él, pero el modo de invertirlo, los detalles, el mérito no era suyo... Él lo sabía.

Por fin llegó el momento de la entrega de regalos. Roberto, con la amabilidad que le caracterizaba, me brindó el suyo, esperando de mí la más efusiva de las sorpresas: en realidad lo fue. Cogí el estuchecito diminuto y rasgué su envoltura sorprendida. Lo abrí. Encontré un anillito con una amatista la mar de mona. 

Todo continuo de modo normal en estos casos. A su secretaria le entregó un perfume —caro, eso sí —, pero un perfume. Yo dejé el estuche en el borde de la mesa y salí para la cocina, había visto el collar asomando tímidamente por un resquicio de la blusita de la secretaria.

Nector vino tras de mí. Quería darme su regalo a escondidas de todos: un pasaje de avión para Sudáfrica. Créeme —me dijo—aquí el único que te necesita soy yo.

Salí con la sonrisa que lleva una mujer feliz. Miré a todos y les propuse un brindis. Cuando estaban todas las copas en alto dije unas palabras:

Tengo que dar una noticia, es el momento oportuno ahora que los más importantes de mi vida estáis presentes: ¡he decido aceptar la oferta del doctor Nector de volver a mi trabajo! Me voy a Sudáfrica.

Roberto se puso lívido. Todo su ser se conmocionó.

—¿Será una broma? —dijo. 

—No. No es una broma. Es una decisión tomada y no hay vuelta atrás. 

—Ya lo discutiremos, tú no te puedes ir, yo te necesito.

Todos me miraban con incredulidad. El único que se hallaba contento y feliz era Nector. Muchos años habían sido los que había estado esperando este momento. Él estaba al corriente de las correrías de Roberto, pero había aguardado pacientemente a que yo lo descubriera por mí misma.

Se fueron todos y por fin quedamos solos. Roberto quiso increparme, parecía angustiado, pero le salí al paso. 

—Yo te necesito, no puedes dejarme ahora —decía compungido queriendo hacerme cambiar de opinión.

—Tú no me necesitas, Roberto. Tienes a tu secretaria. ¿Cuánto tiempo llevas con tu engaño?

¿Cuánto tiempo llevas haciéndome pasar por tonta haciendo viajes de negocios dejándome aquí esperando tu regreso cortando rosas y podando los setos del jardín?

—No la veré más. Ella para mí no es más que un pasatiempo.

No hay nada que me retenga —dije mientras hacía mis maletas.

Y sí, me fui. Desde ese día, vuelvo todos los años el Día de Reyes para la entrega de regalos, con Nector, que siguió esperando pacientemente a que yo estuviese dispuesta para aceptar su bendito amor desinteresado y verdadero. 


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El secreto de la anciana Consuelo

  

El secreto que la anciana Consuelo ocultaba celosamente, por un descuido, lo pudo averiguar el ratoncito Perolo. 

Una noche de luna llena, salió Perolo a calle; iba a visitar a su amiga la gata Rufina, hacía muchos días que no se habían visto. Perolo tenía miedo de distanciar sus encuentros, Rufina podría olvidarse de él, no reconocerlo, e intentar comérselo. 

Iba por la calle, silencioso, un ratón siempre ha de andar con precaución, son miles los peligros que le acechan. 

Caminaba por la orilla de la acera, y de pronto, una sombra siniestra, oscura y alargada, parecía perseguirlo.

 Se detuvo cauteloso y se ocultó tras un matojo que crecía junto a la cerca. La sombra que parecía perseguirlo también se detuvo... sacó del bolsillo algo que Perolo no pudo distinguir qué era, se acercó con cautela al "ojo" escrutador de la cerca e hizo un flas luminoso, al parecer hacía fotos.

 La intriga de Perolo iva en aumento, se podía decir que estaba obsesionado por averiguar a quién pertenecía aquella siniestra sombra. 

Corriendo el riesgo de ser visto, avanzó por la orillita de la cerca y se situó frente a la persona que proyectaba la siniestra sombra y su asombro no tuvo límites: se trataba de la anciana Consuelo... iba sola, embutida en su anorak y embozada con una bufanda negra. 

Después de hacer varios flas con su móvil, la anciana Consuelo sacó un bloc de notas y un bolígrafo y se puso a escribir una nota anónima que dobló cuidadosamente y la dejó en el fondo de aquel ojo de la cerca. 

Acto seguido, se marchó con paso firme y acelerado, más firme y acelerado que corresponde a una octogenaria.

Perolo, cediendo a su curiosidad, se metía entre las dobleces del pliego y se dispuso a leer lo que decía aquella nota... no olvidemos que él era un ratón de biblioteca.

Quedó estupefacto: "la nota era un poema".

La anciana Consuelo resultó ser una romántica empedernida... ¡Estaba enamorada! Su poema lo decía.

¡Oh, cielos!

¡Qué resurgir en mi alma!

Palomas que alzan el vuelo,

 y suben y bajan raudas

a ras del suelo.

No me inspiran locas pretensiones,

solo mirar y admirar

tu hidalga figura enhiesta,

tus ojos de bello relampagueo;

solo por volverlos a mirar

subo y bajo la cuesta

y escrudiño el ojo de la cerca,

solo por ver si te veo.

Perolo estaba muy impaciente por contarle a la gata Rufina el secreto de la anciana Consuelo... ¡No lo podía creer! ¡A sus años escribiendo poemitas!

María Encarna Rubio


 


 

 

domingo, 10 de enero de 2021

El tronco seco del ficus centenario




El tronco seco del ficus centenario vivió tiempos mejores. Creció en el jardín de la familia adinerada de los Forres. Se hizo tan alto y frondoso, que era el gigante adorado y admirado por todos. Cuando los hijos de los Forres venían a pasar las vacaciones a la casa del "jardín", ubicada a las afueras del pueblo, invitaban a sus amigos.

Sesteaban a la sombra del ficus que se hallaba en un gran espacio ajardinado en el centro del huerto de limoneros y naranjos.
Con el murmullo del agua que transcurría por la acequia jalonada por frondosos cañaverales y los aromas del azahar de los naranjos, los muchachos se ponían románticos y hacían poemas.
 En aquellos entonces, el pueblo, que hoy se ha convertido en una ciudad, era casi una aldea. 

 La anciana Consuelo vivía ahora en el piso de uno des los edificios construidos en lo que fuera el huerto de la casa del "jardin", frente al tronco seco del ficus centenario.
Y allí, vivía ahora, la gata Rufina, la que fuera abandonada en el bosque un día de lluvia. La anciana Consuelo, al ver que estaba sin dueño, la había adoptado.
Se sentía la gata más feliz del mundo, durmiendo dentro de una cestita de mimbres; tanto como la anciana Consuelo, que daba las  gracias a Dios todos los días cuando se despertaba en su cama limpia y calentita.
Estrella, la niña que llevaba comida a Rufina y a su amigo el ratoncito Perolo, volvió de sus vacaciones de Navidad. Seguía sus estudios en el colegio donde se hallaba también Perolo, que se había integrado en el grupo de ratones del colegio.
Una mañana, al poco tiempo de ir Rufina a vivir con la anciana Consuelo, se llevó el susto más grande de su vida: al despertar y ver a la anciana Consuelo, esta, había sufrido un cambio radical y espantoso. Tenía el pelo aplastado y cubierto de una masa viscosa y repugnante que le daba un aspecto terrorífico acentuando su color aceitunado y sus arrugas. Parecía un monstruo.
Menos mal que, pasado un rato, Rufina vio que la anciana Consuelo se lavaba el pelo, se lo cortaba, y ya se la veía casi más rejuvenecida que antes.
Rufina pasaba el día yendo y viniendo detrás de la anciana Consuelo. Cuando esta se metía en la cocina, Rufina se enroscaba encima de una silla. Parecía dormitar, pero Rufina siempre tenía un ojo medio abierto. Todo lo veía. El día que mejor lo pasaba era cuando la anciana Consuelo hacía el relleno para canelones. La cocina se inundaba de un aroma celestial.
Antes de escribir cuentos para niños, la anciana Consuelo, se llamaba «Dolores». Después de muchas cavilaciones, no le pareció apropiado, y tomó la decisión de cambiar  su nombre por el de «Consuelo».

Sentía mucho amor por los niños. Le encantaba escribir historias bonitas para ellos. También le gustaban los árboles, grandes, ancianos, cuanto más ancianos mejor. Cuando salía a pasear por el parque, abrazaba sus troncos y los acariciaba; les hablaba como si ellos pudiesen oír lo que les decía.

 Ahora, tiene a su amiga, la gata Rufina, que le hace compañía y le da mucha inspiración para escribir lindos cuentos infantiles, que después de hacer pasteles, es lo que más le gusta. 


  

   


MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...