jueves, 31 de diciembre de 2020

Una luz en el camino



 





 El ratoncito Perolo estaba muy asustado, su amiga, la gatita Rufina, no había ido a dormir al cuarto de Estrella. Estaba amaneciendo y no daba señales de vida: al parecer, tampoco había pasado la noche subida al tronco del ficus centenario.

Estrella estaba haciendo la maleta, habían llegado las vacaciones de Navidad y se marchaba a casa.
Perolo se temía que, si no aparecía Rufina, se quedaría sola en la ciudad, sin nadie que cuidase de ella.
—¿Dónde estará Rufina? —pensaba Perolo. 
Cabizbajo, se marchó en dirección a la biblioteca donde se reunía con varios ratones amigos. Les iba a preguntar por si alguno de ellos la había visto por los alrededores del colegio, ellos acostumbraban a hacer correrías todas las noches. Sabían todo lo que acontecía en el entorno.
Llegó silencioso. Los ratones estaban reunidos detrás de un volumen que dejaba un hueco en la estantería. Era muy grueso y olía a muy usado. Tenía las tapas muy desgastadas. A los ratones les gustaba reunirse allí porque era raro que alguien se acercase a cogerlo. Decía que era: "El caballero de la triste figura". 

Los ratones estaban de tertulia. —¿Habéis visto a mi amiga, la gata Rufina —preguntó Perolo nada más llegar con aíre de preocupación.
—¿La gata Rufina...? —dijeron todos los ratones a coro—; pero, ¿tú eres amigo de una gata?
—Rufina no es una gata como todas las gatas. Ella es especial. No come ratones; o por lo menos... yo nunca la he visto comiendo ratones, y a mí, me quiere y es mi amiga.
Los amigos ratones de Perolo no salían de su asombro. ¡Una gata que no come ratones! 
Entonces, un ratón llamado Nicasio se adelantó y con voz muy queda dijo: "Yo he visto en casa de la señora Consuelo una gata que dormitaba dentro de una cesta de mimbres.
—¿Dónde está la casa de la señora Consuelo? —Peguntó Perolo con signo de mucha impaciencia.
—Está en el piso que cae enfrente del tronco seco del ficus centenario —respondió Nicasio con un tono que a todos los ratones les dio risa.
—Te acompañaremos todos y te diremos dónde es —contestaron dos o tres ratones de los que había allí presentes.
—¡Por favor!, ¡todos no! —dijo alterado Picolo—. ¿Vosotros qué queréis?, ¿que la señora Cosuelo se muera de un ataque al corazón? Sabéis como se ponen las mujeres cuando ven un ratón... y si en vez de uno ven a seis o siete, ni me imagino lo que le va a pasar a la pobre mujer. 

Perolo dijo que le acompañara Nicasio, que era el que la había visto.
Se pusieron en marcha. Andaban escondiéndose para no ser vistos por nadie. Eran muchos los peligros que les acechaban en una gran ciudad.

Nicasio llevó a Perolo a casa de la señora Consuelo. Entraron por unos túneles que desembocaban en la despensa. Perolo quedó muy sorprendido de la gran cantidad de viandas que la anciana Consuelo tenía almacenadas. La mayoría de ellas eran inaccesibles, estaban en tarros de cristal muy bien cerrados.

Llegó Perolo al salón donde se suponía que estaría Rufina. Y así fue, estaba como dijo Nicasio, dormitando en una cesta de mimbres.
La anciana Consuelo estaba en un sillón reclinable muy bien acomodada. Tenía delante una mesita. Encima de la mesita tenía un ordenador portátil, y tecleaba sin cesar. Resulta que la anciana Cosuelo, era una escritora autodidacta de cuentos infantiles.
Su ventana estaba justo enfrente del tronco seco del ficus centenario y veía a Rufina todos los días encaramada en su atalaya. 
A la anciana Consuelo le gustaban mucho los gatos; había engatusado a Rufina con golosinas para que se fuera a vivir con ella.

Rufina, que siempre tenía un ojo alerta, vio a perolo merodeando con cautela para no ser visto por la anciana Cosuelo.

Rufina no hizo movimiento alguno, pero poco a poco, sin prisa, bajó al suelo y se fue con disimulo hacía el recibidor. 
Perolo se encontró allí con ella.
—¿A qué has venido, Perolo? Como te vean te van a matar —dijo Rufina sentenciando a Perolo.
—He venido a informarte, Rufina. Estrella se va de vacaciones. Yo me voy con ella. Si no te vienes te quedarás sola.
—Yo me voy a quedar con la anciana Consuelo. Está muy sola. Me necesita.
—Yo también te necesito, Rufina. La anciana Cosuelo tiene a su familia, que vive en el piso de al lado.
—Sí, viven al lado, pero no entran ni tres veces al año a verla, ni le preguntan cómo está, jamás. Me quedaré y nos haremos compañía mutuamente. Ella me da mucho cariño y me trae ricos alimentos que yo nunca antes había probado.
Perolo estaba desconsolado. Estaba perdiendo la amistad de Rufina.
—Pues si tú te quedas, yo también me quedaré —y se fue en busca de Nicasio que estaba metiendo mano a un trozo de queso que había en la despensa.




  

María Encarna Rubio
      
 

    





 

miércoles, 30 de diciembre de 2020

La atalaya de Rufina

 


 Desde su atalaya, el tronco seco del ficus centenario, la gata Rufina aprendió a ser observadora; y también soñadora. Parecía dormitar, pero con los ojos semicerrados, fisgaba a través de las ventanas de los edificios colindantes. 
En ninguno de ellos había ningún gato. En cambio, en muchos de ellos había perro. 
No lo entendía: los gatos son limpios, y comen poco; además, no hay que sacarlos a las calles del pueblo a que todo embarroten: da asco pasear y ver las marcas de sus orinas por todos los picos de los edificios, y hasta por las farolas de los jardines...¡Francamente, penoso! 
A Rufina le encantaría encontrar a un gato que fuera hermoso... galante...
A ella le gustan los gatos que se atildan los bigotes y que salen a la calle las noches de luna llena. 
Las noches de enero son las más hechiceras. La luna sale esplendorosa e ilumina la escarcha en los tejados que los hace parecer de plata. Los gatos salen a maullar. Ella recuerda que su abuela le contaba sus noches de amor vividas con luna llena.

Había un gato con cara de ángel que la tenía hechizada: cuando la miraba, con sus ojos negro azabache, mi abuela perdía el control y el gato la tenía a su merced, pero mi abuela se desprendió de su hechizo. Aquel gato no era sincero. Se iba con otras gatas. 
Decía mi abuela que, la noche que fue capaz de dejarlo plantado cuando pretendía darle un beso, fue la noche más feliz de su vida. Ahí fue cuando ella dominaba la situación. Ese fue su comienzo en ser una gata adulta.



María Encarna Rubio.
 
 

domingo, 27 de diciembre de 2020

El ficus centenario



  Cuando la gata Rufina y su amigo el ratoncito Perolo llegaron a la casa de su amiga protectora, la niña llamada Estrella, quedaron anonadados: con el coche esperando a la puerta, Estrella se despedía llorosa de sus padres. La llevaban a un internado. Ella no se veía muy contenta. Al parecer no le hacía ninguna ilusión.

 —No te preocupes, tontina —le decía su padre para consolarla —te pasará como otras veces, una vez allí, estarás tan contenta que no querrás volver.

Rufina y Perolo cruzaron sus miradas. Estaban espantados. Si Estrella se marchaba estaban perdidos. Nadie les llevaría comida a la casa perdida del bosque. Y sin pensarlo dos veces, se metieron al maletero del coche que tenía la puerta abierta.

Notaron como alguien cerraba la puerta del maletero y el coche se ponía en marcha. 

Al cabo de muchas horas circulando por caminos que ellos no veían, por fin, el coche se detuvo.

Perolo se había ocultado en un bolsillo de la mochila de Estrella, y cuando la mochila fue llevada a la habitación que había de ocupar Estrella, Perolo estaba dentro.

Rufina no encontró lugar donde meterse, y cuando la puerta del maletero fue abierta, Rufina dio un gran salto y corrió a subirse al tronco de un ficus que estaba seco... pero, seco, seco...¡muerto!

Estrella estaba allí, parada frente al maletero. Sufrió gran sobresalto al ver a Rufina trepar por el tronco e instalarse en su cima. Corrió desconsolada hacía el ficus, y llorando, se abrazó a su tronco.

Rufina pensaba que lloraba por ella, pero pronto salió de su error, estrella balbuceaba entre sollozos palabras casi ininteligibles:

¡Mi amado ficus centenario!, por qué has muerto en mi ausencia. ¿Ha sido de tristeza por no verme?, nunca más podré guarecerme de los rayos ardientes rayos del sol de Sestenera. Nunca más se podrán escuchar los poemas de los hijos de este pueblo inspirados por tus esbeltas y frondosas ramas.

Rufina,con ojos vidriosos, miraba a Estrella —¡vaya, me persiguen los poetas! A ver qué aprendemos en este colegio. Espero que Estrella no nos abandone.

Estrella no los abandonó. Cuando estuvo instalada en el colegio, guardaba en el desayuno una ración de queso para Perolo. Pronto supo que él también estaba allí. Le vio asomando el hocico por la abertura de un bolsillo de su mochila. 

Rufina bajaba por la noche del ficus centenario y se posaba en el alfeizar de la ventana de la habitación de Estrella. 

Estrella abría la ventana y daba paso a Rufina que comía parte de la cena que estrella le guardaba de su ración.

Perolo ya había hecho inspección de todas las dependencias del colegio y había conocido a algunos colegas que vivían allí. Así fue como Perolo se puso al corriente de todo lo que ocurría en aquella institución y conoció a todo el personal docente y al alumnado.

La directora era una señora que Perolo dio en llamarla «la dama de la blanca sonrisa», tenía una linda dentadura y siempre la estaba enseñando.

Los profesores y profesoras eran de edades dispares, todos muy pulcros y atildados. Hablaban entre ellos con voces comedidas, Perolo nunca pudo sacar en claro ninguna de sus locuciones.

Rufina en cambio, no se atrevía a pasar del cuarto de Estrella, pasaba la noche junto a ella y al amanecer salía por donde había entrado.

Un día se atrevió Perolo a entrar en clase con Estrella metido en un doble de su bufanda. Cuando ya dentro de clase, Estrella se despojó de su bufanda, al ir a colgarla de un perchero, Perolo cayó al suelo. 

No podéis imaginar el revuelo que se armó en la clase: las niñas gritaban con mucha fuerza. Subían a las mesas de trabajo; hasta la profesora gritó... ¡Un ratón, un ratón!, ¡matadlo, matadlo...!

Estrella también se llevó un gran susto. Temía por la vida de Perolo, pero este, corrió hacía un agujero que otros ratones habían hecho muy apropiado para salvar estas emergencias. 

Perolo que conocía todos los túneles del gran edificio, no se alejó mucho del aula. Se quedó cerquita, lo suficiente para escuchar el poema que Estrella iba a presentar en su clase de Literatura.

Al fin le tocaba a Estrella hacer la declamación de su composición y Perolo al escucharla quedó positivamente impresionado, pensó que: Estrella prometía ser una gran poetisa.


Camino un sendero estrecho y tenebroso.

Hay sombras que mi alma sobrecogen.

Y si al fondo tu sombra enhiesta me espera,

se ajusta y me abriga la esperanza de tu embozo.

Hay una mansión siniestra al fondo del camino.

Puerta enlutada de negros velos que el viento mece.

Y mi alma estirada a la sombra alargada de cipreses,

Busca tu mano para que esconda en la tierra mi herrumbre. 


 Perolo le recitó a Rufina el poema de Estrella. 

Rufina dijo: «Ese poema no lo ha escrito Estrella».

 Perolo sabía que ella sí lo había escrito, porque él había visto como lo hacía. 

¡Mi tierna niña!, ¡Qué estarás sintiendo, para escribir algo tan feo!

—Pensó Rufina, e hizo maullidos en la noche muy lastimeros.







Experiencia sin igual


  Cuando la gatita Rufina, subida a lo más alto de aquel roble, escuchó al ratoncito Perolo sus burlas por salir de la casa abandonada del bosque en su busca, sintió tal humillación, que decidió no bajar si estaba Perolo allí.

Perolo, se acomodó dispuesto a esperar el tiempo que hiciese falta, pero como Rufina no bajaba decidió subir él. 

Rufina sufrió gran sobresalto al verlo llegar hasta donde ella estaba, pensaba que Perolo no era capaz de trepar hasta allí, pero se equivocaba, si era capaz, de eso, y de mucho más.

—¡Que no me veo libre de ti por nada de este mundo! —masculló con mucha saña, pero Perolo, lejos de enfadarse, se le acercó y se colocó junto a ella como solía hacer siempre. Ella no se movió del lugar. Cerró los ojos y fingió dormitar. 

Pasaron la noche uno junto a otro. A Perolo le encantaba el tibio calorcito que desprendía el cuerpo peludo de Rufina. Era lo que más le atraía de esa gata. 

Cuando por fin amaneció, Perolo pudo admirar el espectacular paisaje que tenía ante sí. Hacía mucho tiempo que no hacía un día tan maravilloso.

A Rufina le sucedió tres cuartos de lo mismo, cuando abrió los ojos quedó extasiada. ¡Qué distinto era de lo que se veía desde la casa abandonada del bosque. Fijó bien su atención y pudo divisar la casa donde vivía Estrella. Seguro que se marcharía junto con su amiga Adela de la casa abandonada del bosque. ¡Qué lindo es que te mimen! —pensó —¡Qué lindo es que te arropen con lindo chal en una cestita de mimbres! —.

Decidió hacer las paces con Perolo e ir juntos hasta la casa de Estrella.

Perolo se prestó encantado a la reconciliación e invitó a Rufina a bajar del viejo roble.

Con algo de torpeza, Rufina se lanzó a la aventura de vivir una experiencia sin igual. Cayó de cuatro patas en el suelo sin daño alguno. 

Perolo bajó tranquilamente deslizándose tronco a bajo. Rufina pensó que él ya tenía gran experiencia en ese avatar, por lo fácil que le resultó.

Y Rufina, adelantándose, por si Perolo lo hacía, se atrevió a decirle un poema, aunque no le saliera bien. Le daba igual que Perolo se pusiera morado de tanta risa.

Amigo Perolo mío,

¡qué linda noche he pasado!

Con un ratoncito lindo

junto a mí acurrucado.

Estoy contenta por fin

de casa haber salido;

de pasar la noche fuera,

de haber al árbol subido.


Cuando Perolo escuchó el poema se emocionó tanto, que no supo qué decir... «A a ver si aquella gata no era tan tonta como parecía...»


María Encarna Rubio



 


   

 





viernes, 25 de diciembre de 2020

Humo en la chimenea

  

 El ratoncito Perolo no salía de su asombro, por la chimenea de la casa abandonada del bosque salía humo. Él había salido temprano a buscar a Edelmina, una ratoncita peluda que había conocido el día anterior. 
No le cabía la menor duda de que algo extraño estaba sucediendo, su amiga, la gatita Rufina, era incapaz de encender fuego.

Salió corriendo a toda prisa, se hallaba en mitad del bosque y temía que a Rufina le hubiese pasado algún percance.

     Llegó a la casa y se acercó con cautela. Entró por un pasadizo que él mismo había horadado con sus dientes potentes de ratón. Quedó muy sorprendido al ver a su amiga Estrella, la niña que cada día les traía comida. 

Estaba en compañía de otra niña, a la que ella le llamaba Adela. No era tan bonita como Estrella, pero tampoco estaba mal. Estaban jugando a las mamás y tenían a la gata Rufina tapada con bonito chal y recostada en una cesta de mimbres. 

      —¡Qué lindo es tu bebé!, ¡deja que lo tome en mis brazos un ratito! —le decía Adela a Estrella—.

—No, por favor. Si se constipa es muy peligroso. Antes de la pandemia del virus COVI 19 se protegía a los enfermos llevándolos al médico; ahora se protegen no llevándoles allí —dijo Estrella muy exaltada.

—Es verdad. Mi tía abuela que antes siempre estaba en la consulta de la Seguridad Social, ahora no va. Lo hace todo por el móvil.

  Perolo no daba crédito a lo que estaba viendo. Rufina estaba tan feliz en la cestita de mimbres, que hasta se le había puesto cara de tonta. ¡Qué gata tan mema! —pensó. Y algo celoso se fue por donde había venido. 

Estaba furioso. La envidia lo corroía. A él —pensaba —lo más que podrían hacerle, era llevarle a un laboratorio para inyectarle toda clase de inmundas enfermedades para hacer investigación sobre ellas.

 A esa gata tonta la miman como si fuese una criatura amada por todos. Al fin y al cabo, solo era una gatucha abandonada en el bosque en un día de lluvia.

Rufina que por el rabillo del ojo había visto aparecer a Perolo por el agujero de su ratonera, saltó de la cesta y salió corriendo tras él. 

Rufina anduvo largo trecho sin descansar, hasta que cayó en la cuenta de que se había perdido. 

Quiso volver sobre sus pasos, pero sintió un miedo profundo y trepando por el tronco de un viejo roble subió hasta lo más alto que pudo.

Pobre Rufina, quería bajar y no podía. Le era imposible. Recordó lo que un día le dijo su amiga Plega: «Es más fácil subir que bajar». No comprendía como había podido olvidarlo.

Cuando el pánico iba ha hacer presa en ella apareció Perolo, desde abajo la estaba mirando. 

—Lánzate sin miedo —le dijo con sorna Perolo —. Los gatos sois muy flexibles, y con vuestras patitas almohadilladas nunca os hacéis daño. Hay un dicho muy popular que dice: «Siete vidas tiene un gato» y se tronchaba de risa. Y como a todo le hacía poemas soltó con regocijo el que sigue:

 Rufina, salta con tiento.

Que te has subido muy alta

Mucho valor te hace falta.

Y no fallar en el intento.

Por qué siendo tú tan miedosa,

Tras de mí sales corriendo

Y no has seguido durmiendo

Haciendo de gata sosa.


A Rufina le dio tanta rabia, que por primera vez en su vida, le respondió a Perolo en verso diciendo:

¡Eso quisieras, Perolo!

Que corriera tras de ti.

He salido ha hacer deporte

Y por eso estoy aquí.




María Encarna Rubio.


 

martes, 22 de diciembre de 2020

Un mundo de tinieblas


  Las tinieblas lo invadían todo. Los murciélagos aleteaban cerca de la casa abandonada del bosque dando un toque siniestro al ambiente. 
La gatita Rufina estaba enroscada en su cojín dormitando. Estaba tan triste como un sauce llorón sin hojas en sus ramas.

 El ratoncito Perolo no sabía qué hacer para animarla. Daba saltos, hacía piruetas en el aíre, pero como si nada, ella dormitando con un sórdido ronroneo. 

De pronto, se oyó ruido en el exterior de la casa. Era un sonido extraño... 

Perolo sintió miedo. Se acercó a Rufina y se escondió entre sus patas.

Rufina dio comienzo a un lameteo de su cabeza y de todo su cuerpecito, como si fuese su bebe gatito y quisiera asearle.

 En aquel preciso momento vino a su memoria aquel mal pensamiento que tuvo de comerlo. 

Lo acarició con ternura y pensó que a él, nunca le haría el menor daño. Eso que ella era una gata y es normal que los gatos coman ratones... pero Perolo no era un ratón cualquiera, ella nunca se lo comería. 

¡Cómo me gustaría que alguien me quisiera!—pensaba Rufina—, que mis hermanos me buscaran y me llevaran a vivir a donde hay casas con gatos.

 Solo tengo por amigo a un ratón. El caso es que yo era buena con ellos. Y aunque no lo fuera. 

No está bien que se desentienda todo el mundo de mí. Tendré que aprender a vivir sola y ser amiga de quien quiera serlo de mí.

Y Rufina lloró tanto, que Perolo saltó a consolar su penar con un poema muy tierno con aires de otros tiempos, por ver si ella reía:


¡oh, cielos!, ¡cuan grande es su penar!

Que hasta el cielo se ha nublado

y se ha oscurecido el pinar.

Qué grandes son sus suspiros.

Cuán grande es su lamento.

¡Sí, mi alma se estremece,

 llena de sufrimiento!

Porque yo siendo un ratón

amo a la gata Rufina.

Porque ella siendo gata

es una gata muy fina.


Rufina secó su llanto. Solo por complacer a su amigo Perolo. Sabía que él la queria.

 Cuando alguien te quiere de veras, las penas son más llevaderas.

María Encarna Rubio






 

  

sábado, 19 de diciembre de 2020

El camino de la maldad no es bueno



  Llovía sin cesar. La gatita Rufina estaba muy preocupada, pronto sería de noche y el ratoncito Perolo no volvía. Había salido sin despedirse cuando amanecía el día. Ella se sentía muy sola.

Los cuervos habían estado merodeando por los alrededores, buscaban guarecerse de la lluvia; pero desistieron de su intento, pues la casa era tan vieja que estaba llena de goteras.

Tampoco había venido su amiguita Estrella a traer comida. Esto no le preocupaba, pues ni ganas de comer tenía.

 Rufina lo pasó escondida debajo del viejo armario; aunque, por fin, haciendo acopio de valor, se decidió a ir en busca de Perolo.

Caminó entre la maleza del bosque hacía la casa de Estrella, había aprendido el camino el día que salió con Perolo a visitarla.

Cuando llegó por fin encontró a Perolo jugando alegremente con unos amigos ratones en una casita para gatos que había en el porche.

—¡Qué haces, Perolo!, he estado preocupada por ti. ¿No sabes que tengo miedo de que te pase algo malo?, ¿No te acuerdas de que me espanta estar sola?, —soltó con toda la furia que ella ponía cuando se enfadaba.

Perolo que ya estaba acostumbrado a sus ataques de ira, no le hizo el menor caso y siguió jugando.

Rufina se lo quedó mirando y pensó: «A este ratón, un día, me lo como».

Perolo que leía los pensamientos de Rufina, se le acercó con cuidado y le dijo en verso:


Mi querida Rufina, gata fina

Si tanto sufres por mí cuando no estoy

Y tu maullido al maullar se desafina,

No entiendo que sufras tanto por no verme

Y cuando un poco falto quieras comerme.

No me quites, tesoro, la libertad

No seas mala y disfruta de la amistad.


Rufina sintió vergüenza de sí misma. Ella bien sabía que por el camino de la maldad no se va a ninguna parte

María Encarna Rubio




  

martes, 8 de diciembre de 2020

Lo maravilloso que es tener amigos



 

 Perolo estaba feliz, su amiga la gatita Rufina, por fin, había salido de la casita abandonada del bosque.


 En su mirada ya no había enojo. Estaba ilusionada. 
 Cuando Perolo le dijo que había estado en casa de Estrella, la niña que cada día venía a traerles comida, se puso muy contenta. 
 Escuchó con atención lo que Perolo decía acerca del cuento que la abuela Vitalmina le contó a Estrella.

 

 Rufina estaba decidida a llegar hasta la casa donde vivía Estrella y hacerle una visita.
Perolo prometió acompañarla, él también quería volver a la casa de Estrella. Le hacía ilusión escuchar a la abuela contar otro cuento tan bonito.

Se pusieron los dos en marcha. Caminaron largo rato. 
Rufina tenía sed, Perolo la condujo hasta un riachuelo que discurría no lejos de allí y vieron venir un jinete a lomos de su caballo bayo.
 
Trataron de esconderse entre un matorral. Al intentarlo resbalaron y cayeron por un declive.
Rufina estaba asustada. Se arrepentía de haber salido de la casita abandonada del bosque.
—Esto no es nada —le decía Perolo. Yo me metí el otro día en la casa de una bruja que quería comerme y por eso no voy a dejar de salir. Vamos, Rufina. Ya estamos cerca de la casa de Estrella. No tengas miedo, yo cuidaré de ti.
Entonces se dio cuenta Rufina de lo maravilloso que es tener buenos amigos. 

María Encarna Rubio



domingo, 6 de diciembre de 2020

Una aventura de Perolo

 



 



 Perolo salió a inspeccionar por el bosque. Halló una linda casita que no estaba deshabitada y se alegró mucho.
 Corrió a escabullirse y se introdujo dentro sin ser visto. Andaba cauteloso como siempre, sin hacer ningún ruido. Vio una puerta entreabierta y entró en la estancia.

 Estrella vivía en aquella casa. Daba saltos de alegría. Había venido de visita su abuela Vitarmina. 
Estrella la quería mucho.
—¡Cuéntame un cuento, por favor abuelita!  —le estaba pidiendo con una gran sonrisa.
—Vale, te contaré un cuento —pero tú a cambio tendrás que comerte toda la merienda.

Y la abuela, muy concentrada, dio comienzo a su relato:

En un país muy lejano, vivía Cándida, una niña muy bonita que tenía unos poderes que nadie sabía, pues ella lo ocultaba muy celosamente. 
Sus padres la encontraron abandonada en una cueva del bosque. La criaron sin decirle nunca que en realidad no eran sus padres. No querían hacerlo hasta que fuese mayor. Ellos no tenían hijos. Tenían miedo de que quisiera marchar en busca de sus verdaderos padres.

Un día que Cándida salió a buscar setas al bosque con sus amigas. Encontraron una cueva que les pareció maravillosa. Tenía una pequeña fuente que manaba de lo más alto haciendo una cascada.

Todas las niñas quisieron beber agua del remanso. Cándida les dijo que no bebiesen, pues el agua era fruto de un encantamiento de la bruja Endredos, que quería atrapar niños para hacerlos sus esclavos.

¿Y tú por qué lo sabes? —le preguntaron las amigas.
Porque veo todo en el espejo del agua. Estoy viendo muchas historias que otro día os contaré.

Cuando Cándida volvió a casa de sus padres adoptivos les dijo que sabía toda la historia. Que ella había sido abandonada por la bruja de la cueva: lo había visto en el agua del remanso. 

Les dio las gracias por todo el amor que le habían dado y que les quería tanto que nunca los abandonaría.


 Al día siguiente, decidieron volver a la cueva. Esta había desaparecido. Cándida con su amor y su aceptación de sus padres adoptivos había roto los poderes de la bruja.

—¡Qué bonito! —Me ha encantado, abuelita —dijo Estrella complacida.
—Este cuento tiene moraleja: el amor tiene tanto poder, que rompe todos los maleficios que provoca el mal.

Perolo escuchó el cuento con mucha atención. 
Cuando la abuelita de Estrella hubo terminado, él escapó corriendo a buscar a la gatita Rufina para contárselo.

 A ella le hacía falta escuchar cuentos de la abuelita Vitarmina para aprender a olvidar que fue abandonada. Llenar su corazón de amor por  los que ahora la quieren. 

María Encarna Rubio 
 

MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...