El secreto que la anciana Consuelo ocultaba celosamente, por un descuido, lo pudo averiguar el ratoncito Perolo.
Una noche de luna llena, salió Perolo a calle; iba a visitar a su amiga la gata Rufina, hacía muchos días que no se habían visto. Perolo tenía miedo de distanciar sus encuentros, Rufina podría olvidarse de él, no reconocerlo, e intentar comérselo.
Iba por la calle, silencioso, un ratón siempre ha de andar con precaución, son miles los peligros que le acechan.
Caminaba por la orilla de la acera, y de pronto, una sombra siniestra, oscura y alargada, parecía perseguirlo.
Se detuvo cauteloso y se ocultó tras un matojo que crecía junto a la cerca. La sombra que parecía perseguirlo también se detuvo... sacó del bolsillo algo que Perolo no pudo distinguir qué era, se acercó con cautela al "ojo" escrutador de la cerca e hizo un flas luminoso, al parecer hacía fotos.
Corriendo el riesgo de ser visto, avanzó por la orillita de la cerca y se situó frente a la persona que proyectaba la siniestra sombra y su asombro no tuvo límites: se trataba de la anciana Consuelo... iba sola, embutida en su anorak y embozada con una bufanda negra.
Después de hacer varios flas con su móvil, la anciana Consuelo sacó un bloc de notas y un bolígrafo y se puso a escribir una nota anónima que dobló cuidadosamente y la dejó en el fondo de aquel ojo de la cerca.
Acto seguido, se marchó con paso firme y acelerado, más firme y acelerado que corresponde a una octogenaria.
Perolo, cediendo a su curiosidad, se metía entre las dobleces del pliego y se dispuso a leer lo que decía aquella nota... no olvidemos que él era un ratón de biblioteca.
Quedó estupefacto: "la nota era un poema".
La anciana Consuelo resultó ser una romántica empedernida... ¡Estaba enamorada! Su poema lo decía.
¡Oh, cielos!
¡Qué resurgir en mi alma!
Palomas que alzan el vuelo,
y suben y bajan raudas
a ras del suelo.
No me inspiran locas pretensiones,
solo mirar y admirar
tu hidalga figura enhiesta,
tus ojos de bello relampagueo;
solo por volverlos a mirar
subo y bajo la cuesta
y escrudiño el ojo de la cerca,
solo por ver si te veo.
Perolo estaba muy impaciente por contarle a la gata Rufina el secreto de la anciana Consuelo... ¡No lo podía creer! ¡A sus años escribiendo poemitas!
María Encarna Rubio
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