miércoles, 13 de enero de 2021

El secreto de la anciana Consuelo

  

El secreto que la anciana Consuelo ocultaba celosamente, por un descuido, lo pudo averiguar el ratoncito Perolo. 

Una noche de luna llena, salió Perolo a calle; iba a visitar a su amiga la gata Rufina, hacía muchos días que no se habían visto. Perolo tenía miedo de distanciar sus encuentros, Rufina podría olvidarse de él, no reconocerlo, e intentar comérselo. 

Iba por la calle, silencioso, un ratón siempre ha de andar con precaución, son miles los peligros que le acechan. 

Caminaba por la orilla de la acera, y de pronto, una sombra siniestra, oscura y alargada, parecía perseguirlo.

 Se detuvo cauteloso y se ocultó tras un matojo que crecía junto a la cerca. La sombra que parecía perseguirlo también se detuvo... sacó del bolsillo algo que Perolo no pudo distinguir qué era, se acercó con cautela al "ojo" escrutador de la cerca e hizo un flas luminoso, al parecer hacía fotos.

 La intriga de Perolo iva en aumento, se podía decir que estaba obsesionado por averiguar a quién pertenecía aquella siniestra sombra. 

Corriendo el riesgo de ser visto, avanzó por la orillita de la cerca y se situó frente a la persona que proyectaba la siniestra sombra y su asombro no tuvo límites: se trataba de la anciana Consuelo... iba sola, embutida en su anorak y embozada con una bufanda negra. 

Después de hacer varios flas con su móvil, la anciana Consuelo sacó un bloc de notas y un bolígrafo y se puso a escribir una nota anónima que dobló cuidadosamente y la dejó en el fondo de aquel ojo de la cerca. 

Acto seguido, se marchó con paso firme y acelerado, más firme y acelerado que corresponde a una octogenaria.

Perolo, cediendo a su curiosidad, se metía entre las dobleces del pliego y se dispuso a leer lo que decía aquella nota... no olvidemos que él era un ratón de biblioteca.

Quedó estupefacto: "la nota era un poema".

La anciana Consuelo resultó ser una romántica empedernida... ¡Estaba enamorada! Su poema lo decía.

¡Oh, cielos!

¡Qué resurgir en mi alma!

Palomas que alzan el vuelo,

 y suben y bajan raudas

a ras del suelo.

No me inspiran locas pretensiones,

solo mirar y admirar

tu hidalga figura enhiesta,

tus ojos de bello relampagueo;

solo por volverlos a mirar

subo y bajo la cuesta

y escrudiño el ojo de la cerca,

solo por ver si te veo.

Perolo estaba muy impaciente por contarle a la gata Rufina el secreto de la anciana Consuelo... ¡No lo podía creer! ¡A sus años escribiendo poemitas!

María Encarna Rubio


 


 

 

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