martes, 26 de enero de 2021

Un cambio repentino



Una mañana de finales de febrero, dormía Rufina en su cesta de Mimbre. Se sentía afortunada por disfrutar de cestita tan linda. Se mecía al menor movimiento y se adormecía con su tenue balanceo.
 Por este motivo y no por otro, sintió fastidio cuando la anciana consuelo le dijo que entrase en su cesta nueva... 

 
No tenía ni la menor idea de que aquella era una cesta de viaje.
—¿Te gusta, Rufina? —le dijo la anciana Consuelo al tiempo que desprendía los auriculares del móvil,  de sus oídos —Nos vamos al campo. Espero que te portes como una gata auténtica y acabes con todos ratones de la casa. 
Han tomado posesión de ella y se ha convertido en la casa de los ratones.

Rufina no daba crédito a lo que estaba escuchando.
¡Al campo!, sin previo aviso... 

—No me puedo ir sin comunicárselo al ratoncito Perolo —pensó — y haciendo acopio de todas las energías que acumulaba en su cuerpecito de felino, salió al balcón, de un salto cual gato volador, se posó con sus cuatro patas flexionadas en la atalaya del tronco seco del ficus centenario, que reposaba su ancianidad extinta en la orilla de la acera de enfrente, al otro lado de la cerca del jardín municipal "Jardín de Manolo" (le pusieron ese nombre en memoria del jardinero que lo cuidaba cuando era jardín privado)

La anciana Consuelo no salía de su asombro. No comprendía el raro comportamiento de Rufina.
Esperó largo rato para ver si regresaba. Tenía su coche estacionado con el equipaje preparado frente a la entrada al edificio donde vivía.

Al poco volvió Rufina. Entró del mismo modo que había salido, como si fuese un gato volador y se introdujo en la cesta que tenía la portezuela abierta.

—¡Por fin, Rufina!, ¿se te ha pasado el susto? —dijo la anciana Consuelo al tiempo que cerraba la portezuela de la cesta, la asía de su agarradera con la mano derecha, y salió con su bolso colgando del hombro izquierdo en bandolera.

 La gata Rufina hizo todo el trayecto hasta la casa de campo de la anciana Consuelo dormitando, encerrada en la cesta nueva, dentro del maletero del coche.

Cuando Rufina salió de su cestita se encontraba un poco aturdida. Buscó un poquito de agua en cualquier lugar que lo hubiese para despejar el aturdimiento.

—¡Linda, linda, linda...!
Pensó al contemplar la casa de campo de la anciana Consuelo.


¡Era hermosa!, con jardín y con piscina.



No tardó Rufina en averiguar que allí, no solo había ratones, sino también, ratas tan grandes como gatos. 
Corrió despavorida a esconderse dentro de su cesta nueva. Sentía una gran desazón. ¡Ella ya no era una gata de campo! Más bien era una gata de ciudad, el trabajo que se le había encomendado no le interesaba. Lo que más le gustaba comer era: "carne enlatada para gatos". No ratas y ratones.


María Encarna Rubio















  


 


 

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