Pasados unos días, el ratoncito Perolo al fin se veía libre de la melancolía.
La estampida de su ratoncita le había afectado mucho.
Había salido a todo correr de la casita abandonada del bosque, sin dar una
explicación, sin dejarse ver después...
Había sido duro para él. Pero ya lo había superado.
No pensaría más en ello.
Se acicaló, se puso guapo, y marchó por la orillita de la acera a visitar a su amiga la
gata Rufina.
Al pasar junto a la casita del parque infantil, pudo ver con asombro que —escondida
en un rincón —se encontraba la gata Rufina.
Parecía sumida en serías reflexiones.
—Rufina, qué haces aquí, metida en esta casita para niños... ¿No te das cuenta de que
si te toman por gata callejera corres serio peligro? —le dijo Perolo con
contundencia sin mediar antes un saludo.
—No me digas cosas inquietantes, Perolo que
bastante preocupada estoy yo —contestó Rufina, casi, casi, iracunda.
—Qué te sucede... ¿Por qué estás tan preocupada?
Le dijo Perolo dando un saltito y tomando asiento junto a ella.
—Es por la anciana Cosuelo, actúa de modo extraño.
Anda por casa como sonámbula. A veces, habla en voz alta como si tuviese a alguien
delante, pero está sola.
Dice cosas que no entiendo. Conversa con Luxbel, un personaje
imaginario que tiene poderes maravillosos y que hace cosas increíbles...
Perolo, que sabía lo del Hada más bella del mundo, no pudo por menos que reír de buena gana; cosa que a Rufina no le pareció nada bien.
—Si te vas a reír de mí, no sigamos hablando, Perolo —gritó Rufina como lo hacen los
gatos cuando quieren atacar a alguien.
Perolo hizo por contralarse y dejó de reír. Pensó un rato qué decir para calmar a
Rufina sin enfadarla.
—Ya sabes, Rufina, que la anciana Consuelo es escritora de cuentos —quiso explicarle
Perolo —. Es normal lo que hace. Un escritor todo lo hace pensando y hablando
consigo mismo. La anciana Consuelo ha encontrado a su musa, la que le inspira para
escribir sus cuentos y habla con ella.
A ti, Rufina, te vendría bien salir de la cestita de mimbres —pero no para venir a las
casitas para niños de los parques—, sino para ir a la biblioteca. Allí se esconde un
mundo sin fin de fantasía en los libros. Están esperando que vayan y los lean.
Perolo miró a Rufina con extrañeza, se había quedado dormida... Aunque tenía un ojo medio abierto.
María Encarna Rubio
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