La octogenaria anciana Consuelo perseguía un sueño y se había marcado una meta: triunfar como escritora a los noventa. Su vida había requerido de grandes sacrificios y abnegación, pero no pensaba hablar de ello, no quería cimentar su fama en la vida de sus seres más queridos. Ella quería triunfar por méritos propios, al margen de su vida privada.
Pasaba horas estudiando Gramática y literatura. Buscaba en YouTube tutoriales que la fuesen poniendo al corriente en cosas que ella necesitaba saber.
La gata Rufina pensaba que todas las ancianas del pueblo hacían lo mismo, pero comentando con el ratoncito Perolo, este, le dijo que no; que la anciana Consuelo daba muestras de haber perdido un poco el traste.
Rufina empezó a preocuparse por la anciana Consuelo. No perdía detalle de sus andanzas. Vigilaba lo que hacía y ya no se atrevía a dejarla sola; por ese motivo, cuando la anciana Consuelo salía a la calle, Rufina echaba detrás de ella como si fuese un perrito.
—¡Vaya, Rufina...! ¿Tú también quieres salir de paseo? —decía la anciana Consuelo cuando la veía caminando tras ella.
De esta manera, Rufina recorrió las calles del pueblo, los parques y los jardines.
Conoció a muchos gatos y gatas, y supo de la cantidad de amigos y amigas que tenía la anciana Consuelo. Todos ellos eran mucho más jóvenes que la anciana Consuelo. Los de su misma edad, o habían muerto, o estaban ya impedidos. La anciana Consuelo, no.
Ella estaba como sus amigas jóvenes. Competía en todo con ellas... "Sabía bastante de nutrición y tablas de ejercicio físico y lo practicaba todos los días".
—¡Yo creo que conseguirá triunfar! —le decía la gata Rufina al ratoncito Perolo.
—No creas, a su edad se pierden facultades —contestaba Perolo que le gustaba hacerse el sabio, de todos es sabido hace poemas y todo. Él estaba convencido de que la anciana Consuelo no andaba bien de la cabeza.
Una tarde que la anciana Consuelo recibía visita, la gata Rufina no se separó ni un momento de la mesa de camilla. Estaba calentita con calefactor encendido.
La anciana Consuelo había preparado unas galletitas, que hizo ella misma, y dos tazas para infusión.
Sonó el timbre de la puerta. La anciana Consuelo abrió y apareció una señora de no más de sesenta años. Venía con mascarilla y no se la quitó al entrar en casa.
Rufina no pudo ver de su cara nada más que la frente, pero pudo advertir que la tenía muy arrugada. Además, según le pareció a Rufina, le sobraban unos kilos.
Las dos señoras se saludaron con mucha alegría, pero a distancia, sin tocarse. Se sentaron a la mesa, y la anciana Consuelo, lo primero que hizo fue presentar a la gata Rufina a su amiga. La gata Rufina se fue a su cesta de mimbres y se dispuso a dormitar, pero siempre con un ojo medio abierto.
María Encarna Rubio
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