viernes, 22 de enero de 2021

Los desproporcionados juicios de Rufina




  —¡Por Santa Catalina la Casta, Rufina, ratones en casa no! —gritaba la anciana escritora de cuentos a la gata Rufina. 

Se había puesto roja primero; después verde de ira para pasar a amarilla, del asco que le dio ver al ratoncito Perolo revolviendo los papeles del cajón de sus cuentos escritos.

Acto seguido, la anciana se agachó. Iba a quitarse una zapatilla para dar a Perolo un buen golpe.

Rufina, loca por el espanto, aprovecho para lanzarse sobre Perolo. Lo agarró como agarran los gatos a sus bebes, sin hacerle daño, y lo sacó con ligereza del cajón.

Lo llevó a la despensa, donde estaba la puerta de su ratonera.

—¡Corre, Perolo, corre!, ¡no te pares!, ¡ponte a salvo!—gritaba despavorida.

Acto seguido, salió tranquila, despacio, lamiéndose como si acabara de comerse tres latas de carne para gatos.

Llegó hasta donde se hallaba la anciana Consuelo. 

Vio con alivio que se había calmado. Estaba regando los tiestos del balcón.

—¡Qué mujer tan ignorante!, me gustará saber qué clase de cuentos escribe... Además, la oí decir un día que nunca fue a colegio alguno... Que todo lo había aprendido sola...

— Todo eso lo pensó Rufina al ver que la anciana intentaba cantar a las plantas, para que crecieran más deprisa.

 ¡ Intentaba cantar Ópera!,  !Daba grititos y hacía gorgoritos!

—Mio Banbino Caro, ¡ji, ji...! —Pensaba Rufina muerta de risa.

Pasado un rato, miró la anciana al cielo, y como no llovía, se dispuso para hacer ejercicio en casa.

Rufina, con mucho sigilo, se fue para la habitación de la anciana a acostarse en la cama a dormir un rato. 

 —¡Vaya, qué egoísta, quiere la cama para ella sola!—pensó Cuando llegó y vio que la puerta estaba cerrada.

—Me pondré en la cesta de mimbres—pensó—tengo que descansar. Estoy agotada del susto. que he llevado. 

Espero que "la anciana talentosa" no ponga la Música Disco a todo gas, como hace todos los días...

 Cuando hace la gimnasia en casa es de temer... Y se acomodó en la cesta.

Al poco de quedar dormitando, a Rufina, la conciencia le remordía. Sintió vergüenza de sí misma.

Los juicios desproporcionados que le había prodigado a su benefactora, se le hicieron injustos, al notar que le había comprado una mantita nueva para rellenar el fondo de su lugar de reposo.

María Encarna Rubio










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