La maravillosa imagen que veis, es de Luxbel, el hada más bella del mundo.
La imaginó la anciana Consuelo una noche de fin de año; se encontraba sola y no tenía uvas para celebrar las campanadas.
Por aquel entonces, no tenía a la gata Rufina, pero ya había tomado la decisión más sabia de su vida: había cambiado su nombre de Dolores por el de Consuelo.
Decidida a pasar al nuevo año feliz e ilusionada, tomó papel y lápiz, y se dispuso a penetrar en el país de los cuentos.
Anduvo con cierta cautela observando. Era un país extraño. Veía a tiernas doncellas enamoradas; príncipes gentiles; monstruos horripilantes que se comían a los niños; brujas con caras llenas de verrugas; casitas de caramelo y gigantes que de una zancada saltaban montañas.
Siguió buscando. No sabía qué mundo de maravillas podía crear con ellos.
Fue entonces que pasó frente al Parque de las dalias.
Era un lugar donde los ficus centenarios extendían sus raíces por el suelo a placer. Y todos estaban vivos.
Los parterres de las rosas, tenían secretos que guardaban con mucho celo: nacían rosas sin espinas.
Un abejorro que visitaba la rosaleda, había corrido el rumor: las dalias cuchicheaban, no podían creerlo; ellas envidiaban a las rosas.
—Son unas presumidas —decía una dalia amarilla de tanta envidia — porque tienen perfume... ¡No es para tanto!
Una noche decidieron ir a visitar el parterre de la rosaleda para ver si era cierto.
Armaron tal revuelo, que despertaron a todos los insectos del jardín.
Discutían y se picaban entre ellos.
—¡Quién se atreve a perturbar mi descanso!
Decía una avispa de tripa a rayas.
Y fue entonces, cuando la anciana Consuelo vio a Luxbel... Bella, alada; de bondades infinitas. Ponía paz entre todos los habitantes del jardín. Y sembraba sueños de cuentos maravillosos en el corazón de una anciana.
María Encarna Rubio
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