Los días lluviosos son dulces y apacibles. Las calles aparecen limpias y brillantes y el airecillo fresco reconforta a quien sale a la calle bien abrigado. Esto sucede cuando se vive en climas templados y no hay que luchar contra bajas temperaturas muy extremas.
Esa mañana de enero, la anciana Consuelo salió como siempre que llovía, a disfrutar del paisaje velado por la llovizna.
Paseaba por calles solitarias embutida en su abrigo con capucha y reforzado su embozo por su negra bufanda.
En tiempos pasados, hacía sus salidas en días de lluvia provista de bloc y lápiz para captar sus inspiraciones en lindos poemas; en aquellos tiempos, ella todavía se llamaba Dolores. Le faltaba valor para cambiar su nombre.
Nunca estuvo de acuerdo con llamarse así; pero superado este escollo de su vida, al cambiar su nombre de Dolores por el de Consuelo, todo había cambiado para ella; ya no pensaba en nada que no fuera vivir y ser feliz.
Es normal para una sexagenaria tener muchos seres queridos solo en el recuerdo y encontrarse viviendo sola, pero la soledad no es un castigo —pensaba la anciana Consuelo —no lo es si te tienes a ti misma.
La soledad es creativa; es juiciosa, ayuda a recomponer los destrozos en el espíritu y a escuchar lo que tu ser interior te dice...
😯
Hora y medía anduvo la anciana Consuelo bajo la llovizna. Ahora mejor que nunca se podía decir que andaba por las nubes: pensando... meditando lo de estar solo. La soledad no le asustaba. Había sido tormentosa para muchos ancianos. Para ella, no.
Había surgido una maldición, los ancianos que buscasen compañía serian exterminados. Para decir verdad, buscasen compañía o no la buscasen estaban en peligro de extinción.
Cuando llegó la anciana Consuelo a casa, la escena que tenía ante sus ojos la dejó algo sorprendida...
La gata Rufina parecía tener una charla con un ratón...
De momento pensó coger el cepillo de barrer para darle un buen golpe a ese ratón, pero pensándolo mejor, dejó que se marchase a vivir su vida —todos tenemos derecho a vivir la nuestra —dijo para sí—. Se hizo la desentendida. Anduvo observándolos.
Perolo estaba con el chisme que tenía preparado entre manos. Le contaba a Rufina lo que había visto en la anciana Consuelo: lo del poemita y el enamoramiento y todo eso. Rufina lo escuchaba sonriendo, pero para sus adentros pensaba que Perolo era un chismoso... siendo un ratón tan culto que dormía junto al "Quijote", no le correspondía andar metiéndose en lo que no le incumbe.
María Encarna Rubio
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