—¡Menudencias, Rufina, menudencias!, los cuentos que la anciana Consuelo escribe, son cuentos sin importancia, sin ningún valor literario —decía el ratoncito Perolo a Rufina.
Había leído uno por uno, todos los cuentos que la anciana guardaba en el cajón.
Rufina creía a Perolo, tenía plena confianza en su criterio. Él llevaba tiempo viviendo en la biblioteca de un colegio, rodeado de libros... Y de ratones que estaban mucho tiempo allí.
Después de mucho comentar sobre el asunto, los dos estaban de acuerdo en que lo mejor que podía hacer la anciana era dejar los cuentos guardados; que nadie los leyera...
—¡Dios mío, para qué pasará el día tecleando!, sus ojos de anciana octogenaria se van a desgastar tanto que se van a quedar opacos —pensaba Rufina al ver a la anciana sentada al ordenador día tras día. Los cuentos almacenados en el cajón habían crecido tanto que no se podía cerrar.
Perolo podría entrar y salir en el cajón cuando quisiera, pero ya no le interesaba, decía que siempre escribía la misma historia.
—La que escribe historias fantásticas es Estrella —le dijo Perolo a Rufina —ella tiene historias de pájaros sin pico, caballos con solo dos patas, de princesas lloronas y cantidad de cuentos de enanos que al final se vuelven gigantes.
¡Esos sí que son cuentos!
María Encarna Rubio
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