Pan era un niño bueno. Siempre obedecía a sus papas. Le encantaba dibujar, cosa que está bien, siempre que no se haga en las paredes de casa.
Una mañana que por un momento se había quedado solo, hizo un dibujito en la pared de su cuarto.
Él estaba feliz, pues le había quedado bonito.
Cuando llegó su mamá y vio la pared pintada casi se puso a llorar.
—¡Pero niño!—le dijo—, sabes que mamá no quiere que pintes en las paredes. Ahora te castigaré a no jugar con el gato en todo el día.
Pan no dijo nada. Pero se escondió detrás de la puerta y se tapó los ojos con las manos.
Todo se quedó a oscuras. No veía nada. Asustado llamó a su madre:
¡Mamá, mamá, no veo nada, todo está oscuro!
Su mamá lo tomó en sus brazos, lo besó y lo perdonó.
« Así de buenas son las mamas».
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