domingo, 21 de junio de 2020

Adhara la niña del armario volador


«Adhara la niña del armario volador»

« ¡ACCIÓN! »

 

¡Me gusta mucho jugar! Gritaba Adhara escondida dentro del viejo armario abandonado en el desván. Ella pensaba que era mágico.

Invitaba a entrar con ella a su amiga imaginaria Algieba. Le hablaba. Pensaba que las dos dibujaban mariposas de colores y las hacían volar con los conjuros de la brujita Bunda.

Adhara había pedido muy encarecidamente a Bunda que hiciera hablar a Algieba, ya que oía todo, pero no decía nada.

Bunda, había prometido a Adhara que una noche de luna llena, Algieba, aparecería junto a la fuente de la plaza mayor de la ciudad y hablaría.

  ¡Ja,ja,ja,! ¡Es luna llena! —Gritaba Adhara—; me lo ha dicho mi madre, ella no miente.

Adhara estaba con Algieba y con Bunda esperando ver salir el armario por la ventana del desvencijado desván.

¡Por fin esta noche Algieba me hablará! —dijo—. Y quedó dormida.

A los pocos instantes, Adhara vio salir el armario haciendo curvas vacilantes por la ventana. 

Bunda, que con las prisas había olvidado su varita mágica, intentaba recordar el conjuro para aterrizar junto a la fuente de la plaza mayor, pero le salió equivocado y aterrizaron junto al aljibe de una casa de campo abandonada. Se oía el croar de las ranas y el cri cri de los grillos.

—Sal del armario, Algieba—dijo Bunda con un siseo bajito—. A ver si tenemos suerte y un sortilegio hace efecto en aljibes. Salieron las tres.

La luna miraba a Bunda, quería darle aviso. Había visto hacer sortilegios en ese aljibe y solo habían conseguido hacer ranas y grillos gigantes.

Bunda no consultó a la luna como en otras ocasiones hacía: se limitó a pronunciar las palabras mágicas: las ranas y los grillos comenzaron a crecer y crecer. Parecían monstruos asesinos.

Adhara, Algieba y Bunda, subieron al armario volador y salieron a toda prisa de aquel lugar. La ranas croaban tan fuerte que se oían hasta en el monte donde se posó con suavidad el armario en la cima de una peña. Parecía que iba a despeñarse de un momento a otro.

 Justo debajo de la peña había un manantial. Bunda quiso probar su conjuro, por si allí, en agua transparente hacía efecto, pero no miró a la luna que decía que no, que allí solo hablarían las lagartijas. 

Después de que Bunda hiciese su conjuro, en todo el monte se oía un griterío: todas las lagartijas se contaban las historias que tenían calladas durante tantos años.

Una lagartija les gritó que se fueran, que aquella peña era suya, había nacido allí, y sus padres, y sus abuelos...¡Fuera, fuera! —gritaba. 

Salieron apesadumbradas por los fracasos. 

—No preocuparos—dijo Bunda—. No siempre se consiguen las cosas a la primera. Cuando se quiere algo hay que ser constante, no dejar de intentarlo. A ver si ahora aterrizamos en la plaza mayor, seguro que allí sale bien. 

En efecto, aterrizaron en la plaza como deseaban, pero, algo sucedió que las dejó a las tres de brazos cruzados: Bunda, al decir el conjuro en las últimas palabras se equivocó, en vez de decir "Algieba hablará, dijo Algieba  cantará". Todos podían verla, pero ella, no podía hablar, solo podía cantar. Todo lo que quería decir lo hacía cantando. Lo hacía tan bien, que todos la querían escuchar. Se hizo muy famosa...

Adhara escuchó que su madre la llamaba: 

—Adhara, mi niña, sal y dí adiós a tu armario, las vacaciones han acabado. Volvemos a casa.

—¡No mamá! Yo me quedo. A mí me gusta mucho jugar.

—No te preocupes mi niña, la vida toda es un juego maravilloso, teniendo en cuenta que siempre hay ganadores y perdedores: «Has de saber perder igual que ganar».

Y con tiernos besos, le dijo en un susurro:

« A mí también  me gusta mucho jugar »


María Encarna Rubio

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