La hormiga Cin vivía en su linda casita. Todo era perfecto hasta que Canulo, un perrito caprichoso, tenía puesto su empeño en guardar su hueso dentro.
Cin, como es natural, no estaba de acuerdo.
¡Esta casa es mía!, decía Cin. Yo la vi primero y con duro esfuerzo la acondicioné.
La hormiguita Cin tiene razón, Canulo. Yo la vi pintando los lunares de su casa setita. No hay derecho a que tú, sin haber trabajado pretendas apropiarte de los logros de la hormiguita Cin.
Y así, Canulo comprendió que cada uno es dueño de lo que logra con su esfuerzo y que nadie se lo puede arrebatar.
Dejó su hueso en un terreno que no era de nadie.
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