Se llamaba Sacramento, y era hermosa..., por dentro, y por fuera. Cuando salía a la calle, atraía las miradas de todos. Ella, sentía la timidez y la desnudez de su alma casta, su modestia, su natural ingenuidad. No escuchaba nada que fuese escabroso, y se dedicaba con deleite a leer biografías de los santos.
Tenía un altar construido en lo más intimo de su corazón para adorar al Altísimo y se complacía en sentir su presencia. A pesar de ser llamada a la vida contemplativa, y ser feliz sintiéndose en presencia del Espíritu Divino, dejó que los instintos naturales del ser humano la arrastrarán a vivir lejos del camino para el cual había sido creada. Sintió el amor terrenal hacia un joven guapo y gallardo al que se entregó en cuerpo y alma. Se unió a él por medio del Sacramento del matrimonio.
Los deberes de buena esposa fueron cumplidos con toda fidelidad. Su entrega al amado esposo la hacían sentir muy viva. Se puede ser perfecto cumpliendo con las leyes humanas. Todo está creado por Dios que nos hace libres y se complace en toda su creación; pero dejó de sentir la íntima comunicación con El Altísimo. ¡No existe nada más desolador que sentir el alma vacía después de haber probado los deleites de su presencia!
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