Los años pesaban. Pesaban mucho. La escalera de subida al coro, empinada y estrecha, había sido restaurada. A pesar de ello, seguía siendo difícil y angosta. Aquellas piernas, fuertes y bien formadas en su juventud, ahora, a penas sostenían aquel cuerpo pesado y deforme. Costaba mucho subir hasta arriba dónde estaba el órgano instalado.
--¡Venga! ¡Uno más! Se decía dándose ánimos. ¡Con el amor de Dios, todo se puede! El corazón, parecía querer salir del pecho con el esfuerzo. No había sustituto y ella, tenía la intuición de que el órgano quedaría mudo cuando faltase.
--¡Señor, Oye, mis súplicas!-- Decía subiendo peldaño tras peldaño, jadeo tras jadeo. ¡Trae un sustituto! Ya no puedo con mi cuerpo y todavía estoy aquí. Te pido que me lleves y tomo veinte pastillas diarias. ¡Qué contradicción! ¡Qué me dices de esto, Señor! Desde ahora, me voy a poner en tus manos y no voy a tomar ni una más.
--¡Por fin! ¡Se acabó la escalera! --Sentada en el banquillo del órgano, abrió la tapadera del teclado y comenzó a insuflar aíre con los pedales deslizando sus dedos regordetes por aquellas teclas que no habían visto otras manos que no fueran las suyas. Sonaron los acordes. ¡Todo el templo se llenó de palomas imaginadas en su interior! Hubo una explosión de voces inundando hasta el último rincón de las almas presentes en el templo llenándolas de amor y de fe...
¡Cantemos al amor de los amores!
Cantemos al Señor,
Dios está aquí,
Venid adoradores
Adoremos, a Cristo Redentor...
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