jueves, 31 de diciembre de 2020

Una luz en el camino



 





 El ratoncito Perolo estaba muy asustado, su amiga, la gatita Rufina, no había ido a dormir al cuarto de Estrella. Estaba amaneciendo y no daba señales de vida: al parecer, tampoco había pasado la noche subida al tronco del ficus centenario.

Estrella estaba haciendo la maleta, habían llegado las vacaciones de Navidad y se marchaba a casa.
Perolo se temía que, si no aparecía Rufina, se quedaría sola en la ciudad, sin nadie que cuidase de ella.
—¿Dónde estará Rufina? —pensaba Perolo. 
Cabizbajo, se marchó en dirección a la biblioteca donde se reunía con varios ratones amigos. Les iba a preguntar por si alguno de ellos la había visto por los alrededores del colegio, ellos acostumbraban a hacer correrías todas las noches. Sabían todo lo que acontecía en el entorno.
Llegó silencioso. Los ratones estaban reunidos detrás de un volumen que dejaba un hueco en la estantería. Era muy grueso y olía a muy usado. Tenía las tapas muy desgastadas. A los ratones les gustaba reunirse allí porque era raro que alguien se acercase a cogerlo. Decía que era: "El caballero de la triste figura". 

Los ratones estaban de tertulia. —¿Habéis visto a mi amiga, la gata Rufina —preguntó Perolo nada más llegar con aíre de preocupación.
—¿La gata Rufina...? —dijeron todos los ratones a coro—; pero, ¿tú eres amigo de una gata?
—Rufina no es una gata como todas las gatas. Ella es especial. No come ratones; o por lo menos... yo nunca la he visto comiendo ratones, y a mí, me quiere y es mi amiga.
Los amigos ratones de Perolo no salían de su asombro. ¡Una gata que no come ratones! 
Entonces, un ratón llamado Nicasio se adelantó y con voz muy queda dijo: "Yo he visto en casa de la señora Consuelo una gata que dormitaba dentro de una cesta de mimbres.
—¿Dónde está la casa de la señora Consuelo? —Peguntó Perolo con signo de mucha impaciencia.
—Está en el piso que cae enfrente del tronco seco del ficus centenario —respondió Nicasio con un tono que a todos los ratones les dio risa.
—Te acompañaremos todos y te diremos dónde es —contestaron dos o tres ratones de los que había allí presentes.
—¡Por favor!, ¡todos no! —dijo alterado Picolo—. ¿Vosotros qué queréis?, ¿que la señora Cosuelo se muera de un ataque al corazón? Sabéis como se ponen las mujeres cuando ven un ratón... y si en vez de uno ven a seis o siete, ni me imagino lo que le va a pasar a la pobre mujer. 

Perolo dijo que le acompañara Nicasio, que era el que la había visto.
Se pusieron en marcha. Andaban escondiéndose para no ser vistos por nadie. Eran muchos los peligros que les acechaban en una gran ciudad.

Nicasio llevó a Perolo a casa de la señora Consuelo. Entraron por unos túneles que desembocaban en la despensa. Perolo quedó muy sorprendido de la gran cantidad de viandas que la anciana Consuelo tenía almacenadas. La mayoría de ellas eran inaccesibles, estaban en tarros de cristal muy bien cerrados.

Llegó Perolo al salón donde se suponía que estaría Rufina. Y así fue, estaba como dijo Nicasio, dormitando en una cesta de mimbres.
La anciana Consuelo estaba en un sillón reclinable muy bien acomodada. Tenía delante una mesita. Encima de la mesita tenía un ordenador portátil, y tecleaba sin cesar. Resulta que la anciana Cosuelo, era una escritora autodidacta de cuentos infantiles.
Su ventana estaba justo enfrente del tronco seco del ficus centenario y veía a Rufina todos los días encaramada en su atalaya. 
A la anciana Consuelo le gustaban mucho los gatos; había engatusado a Rufina con golosinas para que se fuera a vivir con ella.

Rufina, que siempre tenía un ojo alerta, vio a perolo merodeando con cautela para no ser visto por la anciana Cosuelo.

Rufina no hizo movimiento alguno, pero poco a poco, sin prisa, bajó al suelo y se fue con disimulo hacía el recibidor. 
Perolo se encontró allí con ella.
—¿A qué has venido, Perolo? Como te vean te van a matar —dijo Rufina sentenciando a Perolo.
—He venido a informarte, Rufina. Estrella se va de vacaciones. Yo me voy con ella. Si no te vienes te quedarás sola.
—Yo me voy a quedar con la anciana Consuelo. Está muy sola. Me necesita.
—Yo también te necesito, Rufina. La anciana Cosuelo tiene a su familia, que vive en el piso de al lado.
—Sí, viven al lado, pero no entran ni tres veces al año a verla, ni le preguntan cómo está, jamás. Me quedaré y nos haremos compañía mutuamente. Ella me da mucho cariño y me trae ricos alimentos que yo nunca antes había probado.
Perolo estaba desconsolado. Estaba perdiendo la amistad de Rufina.
—Pues si tú te quedas, yo también me quedaré —y se fue en busca de Nicasio que estaba metiendo mano a un trozo de queso que había en la despensa.




  

María Encarna Rubio
      
 

    





 

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