domingo, 27 de diciembre de 2020

El ficus centenario



  Cuando la gata Rufina y su amigo el ratoncito Perolo llegaron a la casa de su amiga protectora, la niña llamada Estrella, quedaron anonadados: con el coche esperando a la puerta, Estrella se despedía llorosa de sus padres. La llevaban a un internado. Ella no se veía muy contenta. Al parecer no le hacía ninguna ilusión.

 —No te preocupes, tontina —le decía su padre para consolarla —te pasará como otras veces, una vez allí, estarás tan contenta que no querrás volver.

Rufina y Perolo cruzaron sus miradas. Estaban espantados. Si Estrella se marchaba estaban perdidos. Nadie les llevaría comida a la casa perdida del bosque. Y sin pensarlo dos veces, se metieron al maletero del coche que tenía la puerta abierta.

Notaron como alguien cerraba la puerta del maletero y el coche se ponía en marcha. 

Al cabo de muchas horas circulando por caminos que ellos no veían, por fin, el coche se detuvo.

Perolo se había ocultado en un bolsillo de la mochila de Estrella, y cuando la mochila fue llevada a la habitación que había de ocupar Estrella, Perolo estaba dentro.

Rufina no encontró lugar donde meterse, y cuando la puerta del maletero fue abierta, Rufina dio un gran salto y corrió a subirse al tronco de un ficus que estaba seco... pero, seco, seco...¡muerto!

Estrella estaba allí, parada frente al maletero. Sufrió gran sobresalto al ver a Rufina trepar por el tronco e instalarse en su cima. Corrió desconsolada hacía el ficus, y llorando, se abrazó a su tronco.

Rufina pensaba que lloraba por ella, pero pronto salió de su error, estrella balbuceaba entre sollozos palabras casi ininteligibles:

¡Mi amado ficus centenario!, por qué has muerto en mi ausencia. ¿Ha sido de tristeza por no verme?, nunca más podré guarecerme de los rayos ardientes rayos del sol de Sestenera. Nunca más se podrán escuchar los poemas de los hijos de este pueblo inspirados por tus esbeltas y frondosas ramas.

Rufina,con ojos vidriosos, miraba a Estrella —¡vaya, me persiguen los poetas! A ver qué aprendemos en este colegio. Espero que Estrella no nos abandone.

Estrella no los abandonó. Cuando estuvo instalada en el colegio, guardaba en el desayuno una ración de queso para Perolo. Pronto supo que él también estaba allí. Le vio asomando el hocico por la abertura de un bolsillo de su mochila. 

Rufina bajaba por la noche del ficus centenario y se posaba en el alfeizar de la ventana de la habitación de Estrella. 

Estrella abría la ventana y daba paso a Rufina que comía parte de la cena que estrella le guardaba de su ración.

Perolo ya había hecho inspección de todas las dependencias del colegio y había conocido a algunos colegas que vivían allí. Así fue como Perolo se puso al corriente de todo lo que ocurría en aquella institución y conoció a todo el personal docente y al alumnado.

La directora era una señora que Perolo dio en llamarla «la dama de la blanca sonrisa», tenía una linda dentadura y siempre la estaba enseñando.

Los profesores y profesoras eran de edades dispares, todos muy pulcros y atildados. Hablaban entre ellos con voces comedidas, Perolo nunca pudo sacar en claro ninguna de sus locuciones.

Rufina en cambio, no se atrevía a pasar del cuarto de Estrella, pasaba la noche junto a ella y al amanecer salía por donde había entrado.

Un día se atrevió Perolo a entrar en clase con Estrella metido en un doble de su bufanda. Cuando ya dentro de clase, Estrella se despojó de su bufanda, al ir a colgarla de un perchero, Perolo cayó al suelo. 

No podéis imaginar el revuelo que se armó en la clase: las niñas gritaban con mucha fuerza. Subían a las mesas de trabajo; hasta la profesora gritó... ¡Un ratón, un ratón!, ¡matadlo, matadlo...!

Estrella también se llevó un gran susto. Temía por la vida de Perolo, pero este, corrió hacía un agujero que otros ratones habían hecho muy apropiado para salvar estas emergencias. 

Perolo que conocía todos los túneles del gran edificio, no se alejó mucho del aula. Se quedó cerquita, lo suficiente para escuchar el poema que Estrella iba a presentar en su clase de Literatura.

Al fin le tocaba a Estrella hacer la declamación de su composición y Perolo al escucharla quedó positivamente impresionado, pensó que: Estrella prometía ser una gran poetisa.


Camino un sendero estrecho y tenebroso.

Hay sombras que mi alma sobrecogen.

Y si al fondo tu sombra enhiesta me espera,

se ajusta y me abriga la esperanza de tu embozo.

Hay una mansión siniestra al fondo del camino.

Puerta enlutada de negros velos que el viento mece.

Y mi alma estirada a la sombra alargada de cipreses,

Busca tu mano para que esconda en la tierra mi herrumbre. 


 Perolo le recitó a Rufina el poema de Estrella. 

Rufina dijo: «Ese poema no lo ha escrito Estrella».

 Perolo sabía que ella sí lo había escrito, porque él había visto como lo hacía. 

¡Mi tierna niña!, ¡Qué estarás sintiendo, para escribir algo tan feo!

—Pensó Rufina, e hizo maullidos en la noche muy lastimeros.







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