domingo, 27 de diciembre de 2020

Experiencia sin igual


  Cuando la gatita Rufina, subida a lo más alto de aquel roble, escuchó al ratoncito Perolo sus burlas por salir de la casa abandonada del bosque en su busca, sintió tal humillación, que decidió no bajar si estaba Perolo allí.

Perolo, se acomodó dispuesto a esperar el tiempo que hiciese falta, pero como Rufina no bajaba decidió subir él. 

Rufina sufrió gran sobresalto al verlo llegar hasta donde ella estaba, pensaba que Perolo no era capaz de trepar hasta allí, pero se equivocaba, si era capaz, de eso, y de mucho más.

—¡Que no me veo libre de ti por nada de este mundo! —masculló con mucha saña, pero Perolo, lejos de enfadarse, se le acercó y se colocó junto a ella como solía hacer siempre. Ella no se movió del lugar. Cerró los ojos y fingió dormitar. 

Pasaron la noche uno junto a otro. A Perolo le encantaba el tibio calorcito que desprendía el cuerpo peludo de Rufina. Era lo que más le atraía de esa gata. 

Cuando por fin amaneció, Perolo pudo admirar el espectacular paisaje que tenía ante sí. Hacía mucho tiempo que no hacía un día tan maravilloso.

A Rufina le sucedió tres cuartos de lo mismo, cuando abrió los ojos quedó extasiada. ¡Qué distinto era de lo que se veía desde la casa abandonada del bosque. Fijó bien su atención y pudo divisar la casa donde vivía Estrella. Seguro que se marcharía junto con su amiga Adela de la casa abandonada del bosque. ¡Qué lindo es que te mimen! —pensó —¡Qué lindo es que te arropen con lindo chal en una cestita de mimbres! —.

Decidió hacer las paces con Perolo e ir juntos hasta la casa de Estrella.

Perolo se prestó encantado a la reconciliación e invitó a Rufina a bajar del viejo roble.

Con algo de torpeza, Rufina se lanzó a la aventura de vivir una experiencia sin igual. Cayó de cuatro patas en el suelo sin daño alguno. 

Perolo bajó tranquilamente deslizándose tronco a bajo. Rufina pensó que él ya tenía gran experiencia en ese avatar, por lo fácil que le resultó.

Y Rufina, adelantándose, por si Perolo lo hacía, se atrevió a decirle un poema, aunque no le saliera bien. Le daba igual que Perolo se pusiera morado de tanta risa.

Amigo Perolo mío,

¡qué linda noche he pasado!

Con un ratoncito lindo

junto a mí acurrucado.

Estoy contenta por fin

de casa haber salido;

de pasar la noche fuera,

de haber al árbol subido.


Cuando Perolo escuchó el poema se emocionó tanto, que no supo qué decir... «A a ver si aquella gata no era tan tonta como parecía...»


María Encarna Rubio



 


   

 





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