sábado, 19 de diciembre de 2020

El camino de la maldad no es bueno



  Llovía sin cesar. La gatita Rufina estaba muy preocupada, pronto sería de noche y el ratoncito Perolo no volvía. Había salido sin despedirse cuando amanecía el día. Ella se sentía muy sola.

Los cuervos habían estado merodeando por los alrededores, buscaban guarecerse de la lluvia; pero desistieron de su intento, pues la casa era tan vieja que estaba llena de goteras.

Tampoco había venido su amiguita Estrella a traer comida. Esto no le preocupaba, pues ni ganas de comer tenía.

 Rufina lo pasó escondida debajo del viejo armario; aunque, por fin, haciendo acopio de valor, se decidió a ir en busca de Perolo.

Caminó entre la maleza del bosque hacía la casa de Estrella, había aprendido el camino el día que salió con Perolo a visitarla.

Cuando llegó por fin encontró a Perolo jugando alegremente con unos amigos ratones en una casita para gatos que había en el porche.

—¡Qué haces, Perolo!, he estado preocupada por ti. ¿No sabes que tengo miedo de que te pase algo malo?, ¿No te acuerdas de que me espanta estar sola?, —soltó con toda la furia que ella ponía cuando se enfadaba.

Perolo que ya estaba acostumbrado a sus ataques de ira, no le hizo el menor caso y siguió jugando.

Rufina se lo quedó mirando y pensó: «A este ratón, un día, me lo como».

Perolo que leía los pensamientos de Rufina, se le acercó con cuidado y le dijo en verso:


Mi querida Rufina, gata fina

Si tanto sufres por mí cuando no estoy

Y tu maullido al maullar se desafina,

No entiendo que sufras tanto por no verme

Y cuando un poco falto quieras comerme.

No me quites, tesoro, la libertad

No seas mala y disfruta de la amistad.


Rufina sintió vergüenza de sí misma. Ella bien sabía que por el camino de la maldad no se va a ninguna parte

María Encarna Rubio




  

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