De pronto, se oyó ruido en el exterior de la casa. Era un sonido extraño...
Perolo sintió miedo. Se acercó a Rufina y se escondió entre sus patas.
Rufina dio comienzo a un lameteo de su cabeza y de todo su cuerpecito, como si fuese su bebe gatito y quisiera asearle.
En aquel preciso momento vino a su memoria aquel mal pensamiento que tuvo de comerlo.
Lo acarició con ternura y pensó que a él, nunca le haría el menor daño. Eso que ella era una gata y es normal que los gatos coman ratones... pero Perolo no era un ratón cualquiera, ella nunca se lo comería.
¡Cómo me gustaría que alguien me quisiera!—pensaba Rufina—, que mis hermanos me buscaran y me llevaran a vivir a donde hay casas con gatos.
Solo tengo por amigo a un ratón. El caso es que yo era buena con ellos. Y aunque no lo fuera.
No está bien que se desentienda todo el mundo de mí. Tendré que aprender a vivir sola y ser amiga de quien quiera serlo de mí.
Y Rufina lloró tanto, que Perolo saltó a consolar su penar con un poema muy tierno con aires de otros tiempos, por ver si ella reía:
¡oh, cielos!, ¡cuan grande es su penar!
Que hasta el cielo se ha nublado
y se ha oscurecido el pinar.
Qué grandes son sus suspiros.
Cuán grande es su lamento.
¡Sí, mi alma se estremece,
llena de sufrimiento!
Porque yo siendo un ratón
amo a la gata Rufina.
Porque ella siendo gata
es una gata muy fina.
Rufina secó su llanto. Solo por complacer a su amigo Perolo. Sabía que él la queria.
Cuando alguien te quiere de veras, las penas son más llevaderas.
María Encarna Rubio
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