Paseaba yo disfrutando de la suave neblina y la llovizna tamizada. Cerraba los ojos y veía danzar ante mi las sombras encubiertas de sueños y anhelos secretos que a nadie he contado. Los días nublados a veces producen placeres serenos y sueños de luz y esperanza. Los olivos y las palmeras que adornan las coquetas plazuelas parecen querer absorber la dulce melancolía que se desprende de las nubes oscuras y envolventes. De pronto, escucho lamentos y suspiros que salen del patio del un colegio silencioso y vacío. La llovizna lo impregna de humedad y de charcos. No hay niños jugando. Los niños se han ido. Miro una vez y otra, no veo a quién
llora. Reparo en los álamos que bordean el patio y veo sus hojas que lloran la falta de gritos y risas. --¡No lloréis!-- Les digo. Los niños, volverán mañana.
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