Suri y Sora, eran dos pingüinos muy inquietos. Siempre que el verano se hacía notar en en el Polo, sentían ansias de viajar y ver mundo. Una mañana, a pesar de que ellos podían recorrer nadando kilómetros y kilómetros sin cansarse, decidieron montar en un iceberg y marchar viendo los paisajes.
Sus vidas, habían transcurrido siempre entre la rutina, y el duro trabajo de sacar adelante al vástago de turno.
--¡Ya está bien!-- Decía Sora-- ¡Quiero tener aventuras fantásticas! Ver lo que hay lejos de los hielos infinitos que nos enfrían hasta el alma.
La luz se hizo camino. Junto con la Aurora Boreal, apareció la diosa Haía. Los grandes deseos de Sora se hicieron tangibles. Un maravilloso procesador de datos, y un disco de memoria, como por arte de magia, apareció en su cerebro. Fue grabando paisajes de belleza sin igual.
Sus bellos ojos de pingüino, se fueron acostumbrando a la visión de valles y quebradas.
--¡Oj! diosa Haía, tus poderes sobre mí son grandes; pero más lo son, sobre las maravillas que veo.
Dame la facultad de sentir, de ver más adentro tus misterios. Quiero ver los colores que se ocultan bajo la capa impoluta de la nieve.
El compañero de Sora dormía. Nada de lo que estaba sucediendo lo podía contemplar. Soñaba con grandes bancos de peces. Sus sueños no se hacían realidad, porque, para que un sueño se haga realidad, hay que estar muy despierto.
...Y, quiso ser una niña...
...Y,crecer..., pasear por el parque...
Formar parte de todas las maravillas... Pero... Suri dormía, y el amor de Suri...
¡Era mejor que todas las maravillas del universo!
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