Mari tenía un secreto. Su madre no sabía que, igual que sale la voz al que canta, a ella le salían las palabras; pero sin voz. Asistía a la escuela y hablaba lo justo. Escribía historias y se las dejaba al profesor encima de su mesa. Creía que su maestro no sabía que era ella quién las escribía.
El profesor que conocía a su alumna tal como lo hacen los buenos profesores, estaba al corriente de su facultad. No se lo hacía notar para no interrumpir el buen desarrollo de su formación y le guardaba el secreto.
Un día, apareció en la mesa de la niña una notita que decía:
"Feliz cumpleaños, Mari"
Llena de regocijo, esa noche se dispuso a escribir un cuento al profesor para darle las gracias. Ella le admiraba, porque él, escribía historias de un modo magistral, como a ella le gustaría saber hacerlo.
De pronto, se vio interrumpida por la voz chillona de su madre:
--¡Apaga la luz y duerme!--
--¡Un momento, por favor, madre! Tengo que dar las gracias a un profesor que me ha deseado feliz cumpleaños.
--¡En menos de diez segundos quiero la luz apagada!
Sólo le dio tiempo a escribir:
¡Gracias, Don Mariano!
Se apresuró a colgarlo en las "Redes Sociales" segura de que don Mariano le dedicaría una espléndida sonrisa.
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