Isaac, en su ancianidad, había quedado ciego. Reconocía a sus hijos por el tacto y por el olor, pues Esau tenía su cuerpo cubierto de mucho vello y olía diferente a su hermano Jacob, ya que este se dedicaba al pastoreo, tenía los olores propios de alguien que permanece mucho tiempo junto al rebaño y su piel era lisa y fina.
Dios se valió de la predilección que Rebeca sentía por su hijo Jacob para que este fuese el ungido, cuando ella fue informada de la acción irresponsable de Esau de cambiar su primogenitura por el plato de lentejas que Jacob se iba a comer, urdió una treta: cubrió los brazos de Jacob con piel de corderito y lo vistió con ropas de su hermano; Rebeca conminó a Isaac a bendecir al primogénito y presentó a Jacob ante él. Isaac no tuvo duda de que era Esau pues tocó sus brazos velludos y sintió los aromas de las ropas y Jacob fue bendecido.
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