José murió a los ciento diez años y su cuerpo fue embalsamado y metido en un sarcófago con honores de gran mandatario. Dejó en su última voluntad que sus huesos fueran llevados a la «Tierra prometida». Después, con el paso del tiempo, el pueblo había crecido tanto y eran tan prósperos, que el nuevo faraón temía a un colectivo que tanto avanzaba con sus propias leyes y su «Dios», dentro del propio Egipto. Comenzó a poner dificultades y a esclavizarlos de manera insidiosa, hasta el punto de hacer matar a los hijos varones que fueran naciendo.
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