Jacob fue padre de doce hijos, pero con su amada Raquel solo tuvo dos: José y Benjamín. Dios estaba presente en su vida. Un día que oraba en la soledad del desierto oyó una voz que decía: «Jacob, es mi deseo que desde ahora tu nombre sea Israel. Tus hijos formaran las doce tribus de los primeros Israelitas»
Dios bendecía a Jacob con gran prosperidad y sus rebaños se multiplicaban de manera fabulosa. Su hijo José era su favorito, lo retenía a su lado y le hacía costosos regalos, cosa que despertaba la envidia de sus hermanos. Un día que su padre le había regalado una túnica de gran distinción que manifestaba ser el sucesor, todos estaban furiosos.
—Mirad— decía uno de ellos al ver que venía hacía donde estaban guardando los rebaños—ahí nos llega el favorito, el protegido de todo trabajo, del frío y del calor. Tendríamos que darle su merecido. Y con la maldad que engendra la envidia, le quitaron la túnica y lo tiraron a un pozo para que allí pereciera de hambre y de sed. Por fortuna acertó a pasar una caravana de mercaderes que se dirigía a Egipto y decidieron venderlo y repartirse el dinero. Mataron un cabrito y mancharon la túnica con su sangre y dijeron a su padre que una fiera lo había devorado.
Jacob llevó un duro golpe en su vida, no dejaba de lamentar la pérdida de su amado hijo. Los malvados hijos, al ver el dolor que habían causado a su padre, estaban arrepentidos, en adelante fueron mucho más atentos y no les dejaba dormir el sentimiento de culpa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario