Crusa era una tortuguita feliz, todos los animalitos del bosque eran sus amigos, pero los que más amigos eran: la ardilla Colasa y el erizo Capuntas; la querían mucho.
Todos los días salía a jugar con ellos. Cuando hacían carreras siempre se quedaba retrasada. Ella se esforzaba mucho, pero sus cortas patitas avanzaban poco, y su grueso caparazón le pesaba y le hacía sudar.
Un día decidieron hacer una excursión todos en grupo al monte cercano. Había allí una fuente de aguas cristalinas y se iban a bañar.
La liebre Corina, su hermana Menca y la libélula Pilpi, decían que Crusa no las podía acompañar, porque caminaba despacio; además, con el peso de su concha, en la fuente, se podía ahogar.
Crusa lloraba. Se había escondido en su casita portátil y no quería salir.
El erizo Capuntas y la ardilla Colasa le daban ánimos:
—Sal, Crusa. No te enojes —le decían. Nosotros te ayudaremos y te acompañaremos. Comeremos piñones de las piñas de los pinos. Veremos el paisaje y beberemos agua de la fuente.
Todo fue muy bonito. Subieron despacito hasta la fuente. Allí encontraron a la ranita Anastasia que era una gran escritora de cuentos. Se lo pasaron en grande leyendo lindas historias con mucho amor y amistad.
María Encarna Rubio González
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