El ratoncito Perolo admiraba mucho a la gatita Rufina; a pesar de vivir en abandono iba siempre limpia y aseada. Caminaba con tanto aplomo que parecía la reina de las gatas; menos cuando recordaba a los que la habían abandonado: su lomo se erizaba, sacaba sus uñas, bufaba como lo haría un leopardo de la Sabana.
Perolo se asustaba al ver a la fiera que llevaba dentro. La gata Rufina parecía tierna y desvalida, pero nada más lejos. Él sabía que en su interior urdía planes de venganza. El rencor y el odio la transformaban. Se ponía tan fiera que los cuervos que invadieron la estancia con chimenea en la casita abandonada del bosque, al verla en ese trance, huyeron despavoridos.
Perolo esperaba paciente a que volviera en sí y fuera la gata tierna que él conoció.
Luego de su arrebato, Rufina lo acogía en su regazo y lo acariciaba como si fuera su lindo bebé gatito. Lo aseaba con esmero y jugaba con él al escondite.
Perolo entre tanto pensaba en poemas para darle las gracias por sus atenciones. Tenía varios pensados, pero había uno que pensaba decírselo en uno de sus arrebatos de ira y rencor hacía los que tan vilmente la habían abandonado en un día de lluvia en el bosque.
que te arrojaron,
por que en su abandono
Junto a mí te dejaron.
No lMi amada Rufina...
Gata fina.
siendo un ratón yo te amo.
Amo también a la lluvia,
a losos odies gata fina
El odio del mal es engaño.
Ese odio, gata fina
Solo a ti te hace daño.
María Encarna Rubio
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