El saltamontes Nicasio y el escarabajo Manolo.
Ella, volvió cautelosa a subir la escalera, con la intención de esconderse y no aparecer en tanto las aves siniestras estuvieran allí.
Sintió deseos de maullar de manera lastimera, pero lo pensó mejor y se mantuvo callada.
¡Pobre Perolo! —pensó—. De nada habrá servido el sacrificio que hice al no comérmelo yo si los cuervos se lo comen.
Rufina tiritaba. Se puso acomodada en un viejo cojín mucho tiempo abandonado; pero a ella le venía bien, estaba calentita y pronto se quedaría dormida otra vez.
Cerraba ya sus ojuelos, cuando sintió un rocecito suave y tibio en su regazo: era Perolo, con sus dos amigos apostados en su lomo. También ellos habían corrido a esconderse cuando vieron entrar a los cuervos siniestros.
El ratoncito Perolo, cuando quería, también sabía ser silencioso. Rufina le dio un abrazo de gata amiga y se alegró mucho al verles.
Perolo invitó a Rufina a escapar por la ventana, pero Rufina tenía miedo de abandonar aquel lugar y dijo que no, que la noche vendría pronto y que allí por lo menos tenía un techo protector.
Perolo, que al final resultó ser un poeta, le compuso a Rufina un poema que la dejó muy sorprendida, lo mismo que a Nicasio y a Manolo.
Los dos le conminaron a que a ellos les hiciera otro poema.
¡Venga, Perolo, anímate! —le decían—. Di el poema que has hecho para Rufina.
Está bien, lo diré; pero no quiero burlas ni comentarios. Y subido a lo alto de un armario, dio comienzo a su declamación:
Rufina, sal al collado.
El viento ha amainado,
la lluvia te hace honores
solo por ti ha cesado.
Saca fuerzas y sé valiente,
haz frente a la adversidad;
hay que hacer lo conveniente.
A veces resulta duro,
pero quizá nuestros males
deparan mejor futuro.
Rufina quedó callada. No sabía qué decir.
Perolo esperaba que le diera las gracias, pero Rufina cerró los ojos y fingió que dormía.
Nicasio y Manolo cuchicheaban:
"Lo mejor será pasar aquí la noche"
María Encarna Rubio
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