sábado, 7 de noviembre de 2015

LARGO CAMINAR

--¡Niña! Trae el botijo, que me eche un trago de agua fresca.
La mañana en verdad era calurosa. La hora del día no se correspondía con la alta temperatura que se hacía notar con una calma absoluta.
--¿No me oyes? ¡Trae el botijo, Manuela!
A Manuela, no le hacía ninguna gracia dejar la labor de ganchillo para llevar el botijo a Ruperto, su marido. Éste, se hallaba metido de lleno en la tarea de reparar  y ampliar el establo.
--¡Qué comodón! --decía para sí. No está contento si no me tiene detrás y delante de él. El botijo está dentro del pozo. Con estos calores es la única manera de mantener el agua fresca. ¡Y, allá tiene que ir Manuela..., sacar el botijo del pozo..., para llevárselo al señorito!
 En estas divagaciones andaba Manuela, cuando de pronto, un ruido tremendo, y un grito de Ruperto le hicieron dar un salto de la silla y correr a ver què sucedía. Cuando llegó donde Ruperto, él, ya no estaba. Su voz se oía subir de la lejanía más profunda...
..¡Manuelaaa! ¡Estoy aquiiii! ¡Pide ayudaaa!
--¡Ay, Dios mio! ¡Pobre Ruperto! ¿Pero, qué te ha pasado?
--¡Algo grande, Manuela, algo grande! ¡Teníamos una fortuna debajo de nuestros pies y no lo sabíamos!
-- ¡Voy a bajar, Ruperto! Tengo que ver lo que me estás diciendo. Lo mismo no nos interesa que nadie sepa de nuestro hallazgo --se apresuró a decir Manuela, subiéndose la falda hasta la cintura y de modo impremeditado, se dejó caer por la rampa que había quedado al descubierto en el suelo por la que se había deslizado momentos antes Ruperto. Durante siglos, había estado cegada aquella entrada al laberinto de habitáculos que se habrían ante ellos. Cuando sus pupilas se acomodaron a la oscuridad, con la sola iluminación que se filtraba a través de la abertura producida de modo fortuito por el pico de Ruperto, no daban crédito a lo que estaban viendo: ¡Todo un arsenal de objetos, al parecer, de la época romana! y ¡Un cofre de monedas de oro!
--¡Ay Ruperto, que a mí me da algo! ¡Esto es una fortuna inmensa Ruperto!
--¡Sí Manuela! ¡Una fortuna inmensa! ¡Ja,ja, ja! ¡Manuelica mía dame un abrazo!
--Calla, Ruperto. Habla más bajo. Si alguien se entera, ésto nos lo quitan. Se lo llevaran todo y nos quedaremos mirando. Cuando queramos verlo tendremos que ir a museos y exposiciones, y tú me dirás si nosotros vamos a esos sitios.
--¡Prefiero tapar el agujero y que siga aquí enterrado para siempre!
--Eso mismo es lo que vamos a hacer, dijo Manuela que como siempre ella ponía el punto sobre la i. De momento taparemos el agujero y ya pensaremos más tranquilos lo conveniente.
Trabajo les costó, salir del agujero. A duras penas se podía subir aquella rampa tan empinada. Primero lo hizo Ruper, --como le llamaba Manuela--después tendió la mano a Manuela, por poco más le saca el brazo del hombro de tirón tan fuerte. Aquella noche no pudieron dormir pensando la forma de aprovechar el hallazgo sin declararlo ni levantar sospechas.

Manuela se levantó como cada día, dispuesta a asearse bien aseadita tal como le enseñó su abuela:
--Hay que lavarse y peinarse lo primero de todo, --le decía-- nada más tirar los pies al suelo y colocarse el delantal, una mujer a de ir pulcra moviéndose por su casa. Levantar la cama y airear la habitación. El ritual era cumplido a rajatabla pasase lo que pasase.
--¡Ruper! ¡Ruper! Ya sé lo que vamos a hacer.
Acudió Ruper a los gritos de Manuela.
--Mira, vas a sacar sólo una moneda del cofre. Me voy a la capital a visitar a mi prima Pardina. Ella se dedica a comprar y vender trastos viejos y cosas antiguas. Se la enseñaré así como el que no quiere la cosa y ya veré que me dice.

Pardina tenía su casa a las afueras de la capital. Además de comprar y vender antigüedades, se dedicaba a comerciar con las flores y las plantas aromáticas que cultivaba en su jardín. Era mujer bastante peculiar. Tenía el pelo rojo y su cara toda pecosa. Se metía en pleitos con los vecinos al menor descuido de éstos. Sabía mucho de leyes a pesar de no haber estudiado nunca. Prohibía a sus hijos a relacionarse con otros niños y los obligaba a arreglárselas solos pues faltaba mucho de casa. Todas sus amistades eran de alta alcurnia, por aquello de comprar y vender antigüedades.

Cuando llegó Manuela sin previo aviso, pues los tiempos eran otros, un enorme perro negro flanqueaba la puerta del jardín. A los ladridos del animal acudió Pardina: ese día por casualidad estaba en casa. Le hizo los honores en su jardín, del que se sentía muy orgullosa. Cuando le enseñó la moneda, Pardina quedó alucinando.
--Conozco a una persona que dará un buen dinero por ella. Tú déjame a mí. ¿Tienes más?
--Bueno..., no sé. La encontré entre las cosas de mi abuela. Miraré por allí. ¡Cómo cerramos la casa después de morir ella y no hemos vuelto! ¡Me da una cosa ir! ¡Como yo la quería tanto! --Y comenzó a dar suspiritos muy apenados--. ¡Todavía lloro cuando hablo de ella!

Quedaron en que volvería a la semana siguiente. Pardina, antes de que se marchase quiso enseñarle a Manuela el interior de su casa, tan peculiar como ella. No quedaba ni pizca de pared libre. Estaban cubiertas de fotografías antiguas sin dejar tregua al respiro. Podías pasar el día mirando sin que las llegases a ver todas. En una de ellas descubrió Manuela a su prima retratada con su melena de pelo suelta que ahora recogía en retorcido moño tan grande como su cabeza. Ésta le dijo que  de noche se lo suelta y se viste con camisones transparentes para enamorar a su marido.
Volvió Manuela a la semana siguiente como tenían previsto: halló que su prima había hecho buen negocio con la moneda; ésta era de oro de veinticuatro kI y de gran valor por su antigüedad. 
Cuando arreglaron cuentas su prima se llevó un buen pellizco. 

Ruperto dijo a Manuela que probara con alguno de los otros objetos que había allí. Manuela le contestó que había que andar con cuidado, que su prima no era de todo comer.
Se compró Manuela zapatos y traje de señorona. A Ruper lo equipó de ropa de gran señor. Los vecinos los miraban y no salían de su asombro al verlos así vestidos y saliendo a pasear al puerto sin ser domingo. Y es que Manuela encontró varías monedas más entre las cosas de su abuela y se las llevó a su prima.
Ésta, ahora lucía pendientes de los que a ella le gustaban: largos, llegaban hasta los hombros. También se había comprado camisones transparentes y babuchas decoradas con brillantes lentejuelas, para lucirlas de noche y enamorar al marido. 
     




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