Los efectos de la aceituna en su nariz, pronto se hicieron notar, pues dos ramitas de olivo, frescas y relucientes, salieron de sus orejas. Ella quería disimularlo, pero el sombrero picudo que llevaba puesto no cubría lo suficiente.
Se preocupaba mucho. No tenía idea de qué hacer si aquellas ramitas seguían creciendo. Tendría que llamar a un podador para que las arreglara de manera adecuada, pues no era ella mujer de hacer las cosas de cualquier manera.
El podador le dijo que si las quería cuidar bien las tenía que fumigar contra las plagas.
Ella le dijo que de eso nada, que prefería el cultivo ecológico.
--¡Pues se te secarán! --Dijo el podador--, y se acabó la peculiaridad.
--¡Pues bueno! --Dijo ella--, me acostumbraré a ser una señora normal y corriente.
--¡De eso nada! Hasta que no saques la aceituna que se te coló por la nariz, seguirás padeciendo la transformación brujeril.
--¡Eso lo dices tú! Pero yo, no tengo por qué creerte, ¡podador del demonio!
--¡De demonio nada! Soy tan brujo cómo tú, porque duermo y vivo de los olivos... ¡Pero eso sí, siempre bueno... ¡Cómo el aceite de oliva virgen!
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