Hasta
llegar a nuestra última hora, demos amor para recibir amor.
La
luna, en enero, es un espejo que refleja una luz “blanco de nieve”
que acentúa la sensación de frío del gélido aliento de las
estrellas. En el límpido firmamento, tachonado de incontables puntos
luminosos, se expande y difumina la lechosa Vía Láctea, que parece
querer cubrir a la luna con su manto en la fría noche de invierno.
Ella, la luna, con su sonrisa eterna, da forma a la inexpresiva
aceptación de lo inevitable y aconseja aparentar que pase lo que
pase, sonreímos... Ella siempre sonríe. No importa el tiritar por
el desamor, la soledad, el abandono de los que amas..., nada importa.
Lo mejor es sonreír y dar amor, aparentar y reflejar el blanco
impoluto de un alma pura para que nuestra alma helada no contagie al
compañero del gélido aliento de las estrellas. Sonreír y caminar
con paso seguro hacia nuestra última residencia sin escuchar los
maullidos del gato que busca en la noche lo que todos buscamos...
¡Amor! Ese gato tan negro que simboliza lo más oscuro, el lugar
donde no llegan los rayos de plata de la inexpresiva luna, esa que
sonríe pase lo que pase y continua imperturbable quizá caminando
hacia su última hora al igual que todo lo creado. Tampoco ella
recibe de su amado sol más que un helado reflejo... ¡Y siempre
sonríe!
No hay comentarios:
Publicar un comentario