Geromín,
era un gato la mar de travieso. A pesar de su corta edad, tenía unas
uñas muy bien desarrolladas; cuando jugaba con Ana, una niña que
vivía en la misma casa que él, le gustaba sacarlas para darle buenos
arañazos. Un día que se había pasado un poco de rosca, el padre
de la niña sacó unas tijeras y se las cortó.
Lloraba
desconsolado, pues las uñas para un gato son imprescindibles para la
supervivencia. Se prometió a sí mismo hacer mejor uso de ellas
cuando le creciesen, controlar mejor sus impulsos. “Todo ha de ser
bien utilizado para no hacer daño a nadie” --le decía su abuela,
que era una gata muy sabia.
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