jueves, 28 de septiembre de 2017

LA SEÑORA PACA Y SU CARRO DE LA COMPRA










Con gran determinación, la señora Paca avanzaba por la acera empujando su carrito de la compra. Le servía de apoyo y pasito a pasito, hacía cálculos de lo que le faltaba para llegar al supermercado.
Había tomado la costumbre de caminar hablándole al carro, en su soledad, hablaba a cualquier cosa:

—¡Vaya tiempecito que nos hace esta mañana! Suerte que se me ha ocurrido ponerme la manteleta. 
Cuando mi pobre Ernesto vivía, siempre miraba cómo estaba el tiempo fuera antes de salir. Yo, no soy tan precavida, salgo a la buena de Dios. Ayer sin ir más lejos salí sin paraguas y me calé hasta los huesos; debo tener bien las defensas porque no me he resfriado.
 Mi vecina Lola está perdiendo la chapeta, se ha puesto minifalda, y con ochenta cumplidos, tú me dirás; pero... ¡qué vas a decir tú!... si eres un carro de la compra... Pero no te preocupes, pronto sacarán uno que hablará... Aunque lo saquen, yo a ti no te cambio por nada del mundo, eres el mejor compañero que he tenido: escuchas en silencio y me llevas los paquetes; también me echas una mano y me sostienes el equilibrio. 
Qué malo es llegar a viejo. ¡Quién me ha visto y quién me ve...! Yo, que me comía el mundo:  siete hijos he criado, y mira, si quiero conversar con alguien tengo que hacerlo contigo; claro, que si quisiera ir a vivir con alguno... 
Tengo a mi Paquita que con el alma y la vida querría que me fuera con ella. Pero no. Si me voy de mi casa no podré recibir a todos, eso está claro.
 Se irán distanciando y perderán el interés de ver a su madre. Ellos cuando vuelven a casa encuentran allí los recuerdos de su infancia. Les encanta subir a sus habitaciones y encontrar cada cosa que dejaron en su lugar, y rememorar sus vivencias en el hogar de sus padres... ¡No, no me iré! ¡Ah, mira, ya hemos llegado! Espera aquí que enseguida vuelvo.

M.E.Rubio González

miércoles, 27 de septiembre de 2017

ENSALADA DE PERLAS







—Cuéntame un cuento Yayi, y dime qué comen las hadas. 

—Ensalada de perlas, aderezada con jazmines y suspiros de estrellas.
Es lo que comen las hadas cuando quieren celebrar el Equinoccio. Sueltan su melena al viento y encienden las luces de sus baritas. Van buscando a las niñas soñadoras y les conceden un deseo. 
Dime, Thais, ¿Qué deseo es el tuyo?

—¿Acaso eres tú un hada con facultad para conceder deseos?
—Sí, mi niña. Soy la noche y el día, el viento y la lluvia; el sol y la luna, la tierra y el mar. Pide lo que desees, que yo con mi poder te lo voy a conceder.

—Es mi deseo que la luz de la sabiduría inunde mi entendimiento.
 Saber tomar siempre la decisión correcta.
Conectar mi ser espiritual con mi ser físico en perfecta armonía.


—¡Oh, Thais!  deseos de una niña precoz; de todas formas...

 Todo eso se consigue comiendo la ensalada de perlas aderezada con jazmines y suspiros de estrellas. Las hadas no han dejado ni pizca de ella. Hasta el próximo Equinoccio te tendrás que conformar con iluminación intermitente, acertar en tus decisiones solo de vez en cuando, y el desajuste entre tu ser físico con el espiritual cada vez que te distraigas en cosas banales del mundo. Escucha con atención a quién te habla en el silencio. La voz de tu interior te dirá cuando la ensalada de perlas aderezada con jazmines y suspiros de estrellas está preparada, y come antes de que las hadas acaben con ella. 

—Sí, bien... ¿Pero dónde la podré encontrar?
—Las hadas, cautelosas, van dejando mensajes ocultos.  «Adivina tú dónde»
—¡Tengo sueño, Yayi! Mañana terminaremos el cuento.

M.E.Rubio González



   


martes, 26 de septiembre de 2017

CADA DÍA ES NUEVO

El agua del grifo caía con fuerza produciendo chispazos que lo estaban mojando todo alrededor del lavabo. El ruido que hacía atrajo la atención de Julina, gran amante de la limpieza y el orden.

—¡Pacooo! —gritó—. El estruendo se que se oyó salió por la ventana, y el viento de Tramontana lo arrastró hasta el valle que se extendía allá a lo lejos. El viento quiso jugar con él, y lo fue llevando por montañas y valles, hasta que en su enredo con ellos, se lo fueron pasando convertido en «eco» que repetía una y otra vez... ¡Pacooo... Pacooo...!

Paco, al oír la potente voz de su madre, dejó la pastilla de jabón en la jabonera, y temeroso, corrió asustado y arrepentido del tremendo delito cometido, y no encontrando otra salida, se deslizó por la barandilla, escaleras abajo.

En su escapada precipitada y sin saber dónde esconderse, vio que la puerta que daba absceso al sótano de casa estaba abierta: bajó, cerrando cauteloso tras de sí.
La oscuridad más absoluta lo envolvió.
 No tuvo que esperar largo rato a que sus pupilas se adaptaran a la oscuridad, pronto fueron apareciendo ante sí los objetos que el lugar tenebroso contenía: baúles, máquinas de coser antiguas, maniquís sin brazos y sin piernas, y un gran armario con las puertas abiertas que parecía quererlo  tragar.

Se fue acercando medroso con la intención de esconderse detrás de la gabardina de papá, que tenía las mangas en posición de abrazo, invitándolo a refugiarse a su abrigo. En ese preciso instante, los goznes de la puerta chirriaron a modo de lamento. Una voz un tanto excitada, exclamó: «Pacooo, ¿estás ahí?» — Paco estuvo tentado de decir: ¡nooo! pero, contuvo la respiración y esperó a que la voz se hiciera silencio y la puerta se cerrara. 

Paco tenía miedo de las sombras, pero el temor a mamá lo superaba... "Era tan limpia y exigente" De vez en cuando hasta pegona. 
Si Paco no era obediente en todo, se enfurecía, gritaba y zarandeaba al pobre chico. Éste le tenía un miedo tal, que le era sumiso hasta la médula, no se atrevía a contradecirle. Si había de despedirse de ella por el motivo que fuese, le aterrorizaba acercarse para darle un beso. 

A pesar de estas circunstancias anómalas de lo que es una madre, Paco era un niño soñador. Jugaba con los bichitos que encontraba a su paso cuando salía al jardín y le gustaba bañarse en la acequia que lo surcaba de Norte a Sur. Se tendía bajo el magnolio  centenario y leía los cuentos que su tía abuela le regalaba en su cumpleaños.
 Recordaba con deleite sus caricias y sentía el calor placentero de que alguien lo quería. —Cuando estés triste, —le decía— recuerda al buen «Jesús», cuando dijo a Lázaro: —«Lázaro, levántate y anda». — Lázaro se levantó y anduvo... 

Y vendrá la Tramontana. Se llevará por la ventana los temores, los reproches... Y el agua de la acequia regará el magnolio centenario, y cada año, tendrás ante tus ojos la maravilla de verlo en flor. 

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M. E. Rubio González

domingo, 24 de septiembre de 2017

CUIDADO CON LO QUE DESEAS

—¡Fuera de mi vista! No quiero verte más. Ensucias lo que limpio y estoy harta de ti.
Éstas y otras increpaciones eran frecuentes en casa de Ariana. Hablaba sin piedad cuando lo veía deambulando por el salón. 

Él, cuando esto sucedía, la miraba y seguía con displicencia, con absoluta carencia de alteración por las increpaciones. Era el rey de la casa y buscaba el mejor sitio para él, sin importarle si el piso aún estaba mojado después de haberlo fregado.
Ella en el fondo disfrutaba de su compañía y admiraba su belleza, pero aquel día, sus increpaciones habían subido de tono y en su corazón deseó lo que decía: «¡No verlo nunca más!»

Marchó Ariana a los recados que tenía previstos. Cuando regresó, él no estaba: «Se había marchado y no volvió a verlo nunca más». Desde entonces el misterio la abruma...En adelante cuidaré lo que deseo... 
Con frecuencia se pregunta:
¿Qué habrá sido de aquel lindo gatito?

M. E. Rubio González

sábado, 23 de septiembre de 2017

EL DELANTAL

Levantó los ojos del diario y, por encima de sus lentes, fijó su atención en los graciosos zapatos que se posaban con elegancia sobre el piso de la cocina. La instantánea quedó en su retina repitiéndose una y otra vez como flax  que se acciona  a intervalos. Después de los zapatos fue subiendo hasta llegar a la cintura. Diminuta.

El lazo voluptuoso del delantal se expandía hasta las caderas con sus puntas largas, largas... ¡Dios mio, que prodigio! De pronto, se inclinó para poner detergente en la lavadora...
 ¡Indescriptible! Las piernas sobre los tacones subían la falda de manera que, solo tapaba su ropa interior el lazo del delantal...
   
 Amadeo esperaba hojeando el periódico con impaciencia la hora en que Adelina subía y bajaba las escaleras haciendo las tareas domésticas; pero sobre todo, cuando en la cocina, anudaba en su cintura su precioso delantal: Era una catarsis que renovaba sus energías y le devolvía la paz...«para seguir leyendo el diario»

M. E. Rubio González

viernes, 22 de septiembre de 2017

LA ESCAPADA

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Era plácido y feliz el transcurrir de sus días. Nada enturbiaba su devenir.
 Cuando tenía un ataque de melancolía, abría su blog y escribía:
 cuentos fantásticos, estimulando su imaginación con bella música de fondo.  

Sus relatos, eran a veces ingenuos, otras no tanto; pero siempre dentro de una línea marcada por la ética y la moderación. 

No se puede lanzar al viento nada que enturbie la atmósfera límpida de mi valle.
 Aguas cristalinas inundan los rincones más recónditos de mi alma.
 Sólo un «Señor» habita los remansos que a su paso tortuoso va dejando el cauce de mi río.
 Cauce que ha recorrido todo un sin fin de sinuosos parajes donde 
sus torrentes han excavado profundos desfiladeros.

 No vuelven atrás las aguas. 
Buscan nuevos parajes por vados y quebradas.
 Sigue el cauce su destino hasta perderse en la inmensidad de mares y océanos. 
Todos los ríos se unen en un solo mar infinito sin tormentas, donde la paz tiene su morada.
 «La paz se alimenta de sueños de amor y esperanza»       

jueves, 14 de septiembre de 2017

SÁTIRAS DEL SENADO

TRINIANA MUJER DE QUINIANO

Triniana mujer de Quiniano,
mujer entre las mujeres;
ha inventado el zarangollo
y lo hace que te mueres.

Los romanos que no saben
comer nada más que pollo, 
no tienen la mínima idea
de lo que es el zarangollo...

Ni patatas con alioli,
ni ensaladilla murciana, 
estas cosas las inventa:
Triniana mujer romana.

 Son tan ricos los platos suyos,
y las cosas que los componen,
que después de dos mil años...
Los murcianos aún las comen.

Esta mujer de Quiniano
conquistó sus pensamientos
poniendo sobre la mesa
estos platos suculentos.

También porque está muy buena,
y por ella, él se pierde. 
Igualito que a los platos...
«Más que a su vida la quiere»

¡Ellos ya son dos abuelos!
Pero no tiene importancia.
Ellos se conectan mucho...
¡Sobre todo en la pitanza!

M. E. Rubio González



MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...