viernes, 30 de junio de 2017

EL PEREGRINO

La cuesta parecía no tener fin. Las fuerzas de Queto andaban dando aviso. Necesitaba hacer un alto en el camino. Los helechos húmedos de escarcha, fría, compacta, no dejaban un resquicio acogedor para el descanso. Todo el bosque estaba desangelado y tenebroso.

Era diciembre. Había elegido mes tan álgido para hacer el “Camino de Santiago” motivado por el afán de aventura y de riesgo. Sabía de los peligros a que se exponía. No hallaría grupos de peregrinos que le saludaran al pasar. Aún así, inició su aventura en lugar poco frecuentado por peregrinos incluso en temporada de máxima concurrencia. Se hallaba este punto en una playa, junto a una torre fortaleza, centenaria, vetusta, pero firme e imperturbable.

Caminaba el peregrino con su pesada mochila a cuestas. Sus botas impermeabilizadas pesaban bastante. Todo su equipo había sido elegido por expertos, pero después de treinta kilómetros caminando toda especialidad queda por debajo de las expectativas. Estaba exhausto. Gustaba de la soledad, pero también ésta, ya le estaba causando agobio. Se acercaba la Navidad y el frío del ambiente se fundía con el que sentía en el alma. Recordaba aquéllas de cuando niño. Se reunía la familia en la casa de campo heredada de los abuelos paternos. Estaba ubicada en una finca de almendros y algarrobos centenarios, sobre una elevación del terreno que la hacía visible desde la distancia. Tenía tantas habitaciones como hijos tuvieron los abuelos: nueve, cinco barones y cuatro féminas, de las cuales, una era fallecida en extrañas circunstancias. Nunca se supo si en realidad era ella por lo irreconocible del cadáver que encontraron sobre su cama.

Añorando las llamas reconfortantes de la enorme chimenea, donde cabía un tronco entero de leño,
pensó recoger restos de ramas caídas y formar una hoguera en un claro donde no hubiese peligro de incendio. Son peligrosos los bosques ha pesar de la humedad y la escarcha. Toda precaución es poca,
por ello, hizo un alto junto a un pequeño cauce que discurría sigiloso bajo un puente, vestigio de los romanos.
La noche ya exhalaba su gélido aliento. La hoguera mitigaba el frío y la soledad. Sacó de su mochila un queso y una botella de buen vino y se disponía a tomar el primer trago cuando unos pasos tras de sí le hicieron dar un salto para ver de quién se traba.
—¡A la paz de Dios, hermano peregrino! —Oyó una potente voz al tiempo que la figura de un hombre descomunalmente alto se presentaba ante él.
—Malas fechas has escogido. ¿No sabes que ha vuelto el lobo? Es muy frecuente su aparición en la época de invierno. No temas por mi presencia. Vengo de revisar el estado de mi rebaño que tiene su redil en un monte cercano. La llama de tu hoguera ha despertado mi curiosidad. Si quieres, puedes pasar la noche en mi cabaña. Estarás caliente y ha salvo de las alimañas. 
Declinó con delicadeza la invitación, a veces, la presencia humana en soledades extremas asusta más que la más fiera de las bestias.

María Encarna Rubio


jueves, 29 de junio de 2017

EL ACANTILADO



Era diciembre. Queto, había elegido mes tan álgido para hacer el Camino de Santiago. Motivado por el afán de aventura y riesgo, sabía los peligros a que se exponía. No hallaría grupos de peregrinos que le saludaran al pasar. Aún así, inició su aventura en lugar poco frecuentado por peregrinos incluso en temporada de máxima concurrencia. Se hallaba este punto en una playa, junto a una torre fortaleza centenaria, algo gastada, pero firme e imperturbable.

 Anduvo durante horas. Tenía ante sí una empinada cuesta. Parecía no tener fin. Las fuerzas de Queto estaban muy mermadas, necesitaba imperiosamente hacer un alto en el camino. En el lugar, los helechos húmedos de escarcha fría y compacta no dejaban un resquicio acogedor para el descanso. Todo el bosque estaba desangelado y tenebroso.

Caminaba el peregrino con su pesada mochila a cuestas. Sus botas impermeabilizadas pesaban bastante. Todo su equipo había sido elegido por expertos, pero después de treinta kilómetros caminando toda especialidad queda por debajo de las expectativas. Estaba exhausto. Gustaba de la soledad, pero también ésta, ya le estaba causando agobio. Se acercaba la Navidad y el frío del ambiente se fundía con el que sentía en el alma. Recordaba aquéllas de cuando niño. Se reunía la familia en la casa de campo heredada de los abuelos paternos. Estaba ubicada en una finca de almendros y algarrobos centenarios, sobre una elevación del terreno que la hacía visible desde la distancia. Tenía tantas habitaciones como hijos tuvieron los abuelos: nueve, cinco barones y cuatro féminas, de las cuales, una era fallecida en extrañas circunstancias. Nunca se supo si en realidad era ella por lo irreconocible del cadáver que encontraron sobre su cama.

Añorando las llamas reconfortantes de la enorme chimenea, donde cabía un tronco entero de leño, pensó recoger restos de ramas caídas y formar una hoguera en un claro donde no hubiese peligro de incendio. Son peligrosos los bosques ha pesar de la humedad y la escarcha. Toda precaución es poca, por ello, hizo un alto junto a un pequeño cauce que discurría sigiloso bajo un puente, vestigio de los romanos.
La noche ya exhalaba su gélido aliento. La hoguera mitigaba el frío y la soledad. Sacó de su mochila un queso y una botella de buen vino y se disponía a tomar el primer trago cuando unos pasos tras de sí le hicieron dar un salto para ver de quién se traba.
—¡A la paz de Dios, hermano peregrino! —Oyó una potente voz al tiempo que la figura de un hombre descomunalmente alto se presentaba ante él.
—Malas fechas has escogido. ¿No sabes que ha vuelto el lobo? Es muy frecuente su aparición en la época de invierno. No temas por mi presencia. Vengo de revisar el estado de mi rebaño que tiene su redil en un monte cercano. La llama de tu hoguera ha despertado mi curiosidad. Si quieres, puedes pasar la noche en mi cabaña. Estarás caliente y ha salvo de las alimañas. 
Declinó con delicadeza la invitación, a veces, la presencia humana en soledades extremas asusta más que la más fiera de las bestias.







martes, 27 de junio de 2017

DAR AMOR PARA RECIBIR AMOR

Hasta llegar a nuestra última hora, demos amor para recibir amor.



Resultado de imagen de fotos de luna llenaLa luna, en enero, es un espejo que refleja una luz “blanco de nieve” que acentúa la sensación de frío del gélido aliento de las estrellas. En el límpido firmamento, tachonado de incontables puntos luminosos, se expande y difumina la lechosa Vía Láctea, que parece querer cubrir a la luna con su manto en la fría noche de invierno. Ella, la luna, con su sonrisa eterna, da forma a la inexpresiva aceptación de lo inevitable y aconseja aparentar que pase lo que pase, sonreímos... Ella siempre sonríe. No importa el tiritar por el desamor, la soledad, el abandono de los que amas..., nada importa. Lo mejor es sonreír y dar amor, aparentar y reflejar el blanco impoluto de un alma pura para que nuestra alma helada no contagie al compañero del gélido aliento de las estrellas. Sonreír y caminar con paso seguro hacia nuestra última residencia sin escuchar los maullidos del gato que busca en la noche lo que todos buscamos... ¡Amor! Ese gato tan negro que simboliza lo más oscuro, el lugar donde no llegan los rayos de plata de la inexpresiva luna, esa que sonríe pase lo que pase y continua imperturbable quizá caminando hacia su última hora al igual que todo lo creado. Tampoco ella recibe de su amado sol más que un helado reflejo... ¡Y siempre sonríe!    

domingo, 25 de junio de 2017

PARA UN RECUERDO

El me mira, yo le miro
nuestra mirada se funde
tú suspiras yo suspiro.

Prendida en tu mirar
 en tus ojos verde oliva 
 el sentir me hizo vibrar.

si no te tengo te tuve
y fue gran delicia mía
habitar en blanda nube.

Mecida en sueños anduve,
y se alimenta el alma mía
de aquel amor que yo tuve.

María Encarna Rubio

viernes, 23 de junio de 2017

TU PAZ


TU PAZ

El santuario de mis noches
lo preside tu figura.
Derrama paz tu presencia,
contigo estoy  muy segura.

Yo soy Dios nunca dijiste
de una manera exacta,
pero a Dios llamabas “Padre”
con ello... Creo que basta.

¡OH! Jesús, de dulce nombre
y de grandiosa figura
en la tierra para el hombre
eres salvación segura.

No hay pena que no se alivie
ni mal que aguantar no pueda
quien se ampara en tu consuelo
y de ti ayuda espera.

Resultado de imagen de notas musicales
En las aguas cristalinas
que tu fuente reverbera
.la sed de amor es saciada
y vive la paz verdadera.

María Encarna Rubio


rna Rubio

Dedicado a Elena Rubio Nortes en su cumpleaños
por su tierno corazón.






jueves, 22 de junio de 2017

UN RUISEÑOR QUE NO CANTA



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No me canta el ruiseñor...

El ruiseñor ya no canta.
Se ha parado en mi ventana
su mirar ya no encanta.



Será por no haber comido,

siempre comía en mi mano

me acariciaba su pico

mi pajarito adorado.




No soy la misma de antes,
cuando yo amaba y sentía.
Ahora soy tierra yerma
que la invade la sequía.



Seco mi corazón,
seca mi alma transita.
Sumida en oscura noche
Sin vida y sin ilusión.


¡Ven y canta ruiseñor!

Y el verde de la arboleda

refresque lo aún queda
de mi pasión y mi amor.

María Encarna Rubio.


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SIEMPRE PADRE

—¡Qué haces, padre! No sigas serrando el roble. Es... Cómo cometer un asesinato. Caerá la bella casita que construiste para mí cuando era un niño. ¡Pusiste tanta ilusión en ello y fueron tan felices los momentos que viví a su sombra!
 Mi anciano amigo, mi árbol querido... Desaparecerá para siempre, y con él, recuerdos imborrables de la etapa más feliz de mi vida.
—Tengo que hacerlo. Sus ramas obstaculizan el paso y el sendero se hace impracticable. Además, pienso redondear el terreno para hacer una placita con fuente iluminada. Sé que para ti es duro. También lo es para mí. Lo plantó mi padre para que yo jugase a su sombra. Él quería que mi infancia fuese feliz, igual que lo quise yo para ti cuando construí sobre sus ramas la casita que te albergó cuando los sueños suben alto. 
—El pobre roble nos dio sombra y cobijo, padre. Igual podrás hacer la plaza. Será más bella con un árbol que de sombra.
—No, hijo. Este árbol es muy grande y todo será sombra. Tú, cuando seas anciano necesitarás mucho sol.

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María Encarna Rubio

martes, 20 de junio de 2017

LA RANITA MARGARITA

LA RANITA MARGARITA

A la ranita Margarita
le dolía mucho un dedo
y para no llorar por ello
pasaba el día riendo.

Nadaba muy despacito
cuidando no lastimarse
despacito, despacito,
aprendió a desplazarse.

¡Ay! Qué dedito tan malo,
por qué me hará sufrir tanto,
espero que se me cure
para el día de mi santo.

Seguro tendré una fiesta
invitaré a mis amigos.
Y si mi dedo protesta
le daré almendras con higos.

Si le gusta o no le gusta
a mí me va a dar igual.
Si es mi fiesta es mi fiesta
¡Qué bien lo voy a pasar!

Tacitas de arroz con leche,
bizcocho de chocolate,
piñata de caramelos
será fiesta de disfraces.

A sapito cara de pote
le tengo que invitar.
El me ofreció su barquito
y enseñarme a navegar.

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sábado, 10 de junio de 2017

A SAN FRANCISCO DE ASÍS






¡Oh! Hermano San Francisco,
hombre de vida sencilla,
de tu hábito harapiento
surgió tu gran maravilla
que llama con sentimiento
a los creyentes a tu villa.
Es sitio de peregrinaje
tu lugar de nacimiento
y abrumados te seguimos
con paz y recogimiento.
Es hermoso estar cerca
de la energía que vibra
en torno a tu sepultura
y que de mi ser conmueve
hasta la última fibra.

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Son monumentos los pueblos
que nos quedan del medievo.
Se vislumbran  por sus calles
sombras lejanas del tiempo.
Sus piedras cantan madrigales
con laúd de frescos  helechos
que pueblan las hendiduras
que va descarnando el tiempo.
La magia ya está servida
a raudales por el pueblo.
La van recogiendo las almas
 predispuestas  para  ello.
Por eso se hicieron hombres
de la talla del Francisco nuestro.
 Amaba tanto a la vida
que su vibrar aún siento.

María Encarna Rubio






MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...