martes, 28 de noviembre de 2017

SE CIERNE LA PASIÓN

No existe la melodía que envuelve
tu alma y la mía,
sólo la escuchamos tú yo.
Nada perturbe tu entrega y mi embeleso.
La pasión se nos cierne con trémulas ansias.
Siente el calor de mi cuerpo desnudo
entre sábanas tersas
con aromas de espliego y lavanda.
Besa mi boca, pero no te apresures.
Deja que antes me nutra de tu aliento.
Deja que adivine el fuego de tus ojos entornados.
El mundo desaparece cuando cierro los míos.
Ya solo existimos tú y yo.

María Encarna Rubio

viernes, 17 de noviembre de 2017

LOS DOS INDIGENTES

La noche era de lo más normal para la época del año que corría: odiosamente fría y muy desangelada.
En las calles de toda la ciudad, —a pesar de estar excesivamente iluminadas— no se veía ni un alma. Hasta las ratas temían sacar el hocico por si se les congelaba.
En un rincón, escondido entre parterres y setos de la glorieta, un indigente y una indigente, se disponían a pasar la noche apretujados uno contra otra, para compartir mutuamente la intimidad y el calor de sus propios cuerpos. Se arrebujaban y se protegían del frío con unos cartones encontrados entre la basura, y también con una vieja manta mugrosa.

—¿Cómo te has escapado de la recogida de indigentes? —dijo el chico a la chica a la que acababa de conocer de modo fortuito. —Y, a todo esto... ¿Cómo te llamas?
—¿Para qué quieres saber cómo me llamo? ¿Acaso te he preguntado yo a ti cómo te llamas...? Si te parece bien, —antes de entrar intimidades— vamos a comer ese bocadillo que dices que has comprado y a echar un trago, porque... has traído vino, ¿verdad? —le contestó ella con aspereza.
—No. He traído coñac. Pero coñac del bueno. ¿A que no sabes cuánto dinero he recogido hoy pidiendo en la puerta de la catedral?
—Si no me lo dices, no.
—He recogido... ¡Cien Euros!
—¡Qué barbaridad! —Gruñó ella—. Podríamos haber dormido en una pensión. Con las ganas que tengo de coger un colchón cómodo, en una cama decente, en una habitación caliente, con un cuarto de baño... más o menos decente...Y hablando de decencia, tú, ¿por qué estás en la calle... tirado?
—¿No me has dicho que antes de entrar en  intimidades comamos el bocadillo? —Anda, toma y come, morena... —Le replicó él irritado—. Y ojo con meter la mano donde no debes meterla. Que he visto como te brillaban los ojos cuando te he dicho el dinero que he recogido.
—¡No se hable más!  Venga. El bocadillo, y a comer —farfulló ella más que dijo—. Y prepárate para ir a comprar unas castañas asadas calientes para el postre, que mañana tendrás que regalarme algo bueno si quieres que pasemos la noche juntos. Ah...y otra cosa... pasa por los servicios de la estación de autobuses y lávate, que pareces el hombre de las cavernas. Ya no se sabe a qué hueles.
—!Mira, quién vino a hablar! ¿Acaso te has creído que tú hueles a rosas? ¿Y que eres la reina de España? Pues que sepas que vas dejando un tufillo que se sabe dónde estás a cien metros de distancia.
—¡No te enfades, que la noche es larga, hombre! Trae ese coñac pacá... —Dijo ella apaciguadora, por último—. A mí ya no me queda bocadillo, ¿y a ti?
—Vamos a callarnos... que como se den cuenta de que estamos aquí... vendrán, nos recogerán y nos llevarán al albergue —argumentó el muchacho.
—¡Al albergue no! ¡Qué manía tienen...! ¿Por qué no la dejarán a una vivir su vida en paz? Tú crees que si yo quisiera vivir de otra manera, ¿no buscaría la forma de hacerlo? Los vagabundos son necesarios en esta vida: somos el estímulo, el ejemplo para la gente que nos ve. Se sienten generosos y buenos cuando nos ayudan, y se animan a trabajar duro para no verse en nuestra misma situación... Somos muy necesarios para que los demás se sientan ricos por pobres que sean.
—Anda, echa otro trago y arrímate pacá, que me has salido muy filósofa.



MISTERIO EN LA CASA DESHABITADA



De la casa deshabitada, allá en lo alto del cerro, dos columnas de humo subían hasta las nubes. Salían de sus grandes chimeneas. 
   
 Ese día, iluminado por un sol radiante, se había disipado la densa neblina que habitualmente ocultaba la silueta del caserón. 
   
 Todos los habitantes del lugar, recordaban las historias que habían trascendido acerca de aquella casona, contadas por los ancianos al calor de la hoguera en las largas noches de invierno.

 ¡Esa casa está embrujada! —decían—.  Nadie se atrevía a acercarse a ella.  Cierto era que, el paso del tiempo no se hacía notar en su antigua estructura, permanecía sin mácula, como recién construida. 

 Comentaban los lugareños, amedrentados por el misterio, que las noches de luna llena una lucecita difusa se dejaba vislumbrar a través de la densa niebla que envolvía el edificio del promontorio. Unas veces era verde. Otras de un rojo intenso; pero nunca, azul. 
   
 Azul, dicen que se llamaba la hija del dueño. 
Cuentan, que era una niña especial. Cuando llovía, Azul salía a la ladera del monte y cantaba canciones nunca oídas y las dedicaba a su madre a la que nunca conoció. 
  
Tenía una madrastra de comportamiento melifluo. Se comunicaba con el maligno. Éste le había prometido la eterna juventud si era capaz de pervertir a la niña... Cómo no conseguía su propósito, buscó en los bajos fondos ocultos un hechizo, y la convirtió en un pan de hogaza. Acto seguido, con la colaboración de señor de las tinieblas, convocaron a los malos espectros. 
Intentaron comer la hogaza de pan, pero no pudieron, ésta desapareció entre la bruma, volando con alas de cóndor andino.
  
 Ahora, cuando el sol difumina la niebla, sale humo por las chimeneas, y todo el valle se impregna de un delicioso olor a pan de pueblo recién cocido.


      Resultado de imagen de casas antiguas de monte grande


      
   
   

miércoles, 15 de noviembre de 2017

UNA NOCHE ESTRELADA

Era una noche estrellada de verano. A pesar de ser entrada la madrugada, el calor se hacía notar. La familia al  completo, compuesta por cuatro hijas y el matrimonio de José y de Josefa, esperaban que la noche apaciguara el bochorno que se notaba en los dormitorios, a pesar de tener las ventanas abiertas, para retirarse a descansar. Sin más alumbrado que el que venía de las estrellas, charlaban sentados a las puertas de su casa. 
    Se hallaba ésta en el llano, cerca del monte. Cantaban los grillos y las cigarras como música de fondo.  
  
  El ladrido de Fani, una perra de raza Pastor alemán, y el relincho de su caballo, de pura raza española, que tenía por nombre, Mágico, les puso sobre aviso de que alguien se acercaba. Entraron de inmediato a la casa y cerraron la puerta con mucho temor. Los vecinos más cercanos estaban a dos kilómetros de distancia. No era muy frecuente, pero se habían dado casos de asaltos a los escasos habitantes de aquellas soledades.
   
  José, dispuesto a defender a su familia, dispuso su escopeta. Las niñas se encerraron en su cuarto. Temerosas, encendiendo una velita a una  imagen de la virgen del Carmen que tenían en una hornacina hecha en un hueco en la pared, se pusieron a rezar.
     En el gallinero, las gallinas formaron un gran alborozo, desacostumbrado a aquellas horas de la noche. Hasta el gallo se puso a cantar. 
    
 Josefa, toda amedrentada, se dispuso con apremio a guardar las ristras de ajos y de cebollas que tenía en el cobertizo del patio. También guardó las  obleas puestas a secar, y las almendras, provisiones que se hacían de los cultivos de verano para pasar el invierno. ¿Quién será? Se preguntaba. Hacía meses que no pasaba nadie por allí. 
     
 Nadia, la hija más pequeña, se subió al palomar. Las palomas, asustadas al recibir a la intrusa, salieron en bandada por los huecos de escape aleteando y tropezando unas con otras en la oscuridad de la noche.
     
 Elena, la mayor de las hermanas, abrió la trampilla que conducía al aljibe seco que estaba debajo de su cama y que sus padres habían habilitado para conservar allí las provisiones para el invierno. Llamó a sus hermanas para que se ocultaran allí con ella, y viendo que faltaba Nadia, salió en su busca. 
    
  Cuando la encontró, comenzaba a rayar el día. Primero todo se tiñó de rojo. Después, fue apareciendo el disco solar en el horizonte. 
Cuando fueron a la cuadra, Mágico no estaba. Había desaparecido. No sabían cómo, pero se había esfumado. Quedaron anonadados. 
Se consolaban unos a  otros todavía amedrentados.
Las palomas habían vuelto al palomar.
M.E.Rubio González

miércoles, 1 de noviembre de 2017

CASTAÑAS ASADAS

 La noche era de lo más normal para la época del año que corría: habían pasado las fiestas de Navidad y en las calles de toda la ciudad, a pesar de estar excesivamente iluminadas, no se veía ni un alma. Solo algún puesto de castañas asadas se mantenía, aquí y allá, por si algún viandante le apetecía calentarse las manos con los frutos recién sacados de las brasas.

En un rincón escondido entre parterres y setos de la glorieta, un indigente y una indigente se disponían a pasar la noche apretujados, uno contra otra, aportando al conjunto el propio calor de sus cuerpos. Se arrebujaban con una manta dentro de su cabaña de cartón, hecha a propósito.

—¿Cómo te has escapado de la recogida de indigentes?—Y, a todo esto... ¿Cómo te llamas? —dijo el chico a la chica a la que acababa de conocer de modo fortuito.
—¿Para qué quieres saber como me llamo? ¿Acaso te he preguntado yo a ti como te llamas? —Dijo la chica con gesto agrio—Si te parece bien, antes de entrar en intimidades, vamos a comer ese bocadillo que dices que has comprado y a echar un trago, porque... has traído vino, ¿verdad?

—No. Vino no. He traído coñac. Pero coñac del bueno—contestó él ¿A que no sabes cuánto dinero he recogido hoy?

—Si no me lo dices, no—replicó ella con curiosidad.

—He recogido... ¡Cien euros!

—¡Qué barbaridad! —dijo la indigente casi gritando la respuesta— podríamos haber dormido en una pensión. Con las ganas que tengo yo de coger un colchón decente, en una cama caliente, en una habitación abrigada, con un cuarto de baño... Más o menos...Y hablando de decencia, tú, ¿por qué estás en la calle... Tirado?

—¿No me has dicho que antes de intimidades el bocadillo? — Anda, toma y come —le replicó él irritado —Y, ojo con meter la mano donde no debes meterla. Que he visto como te brillaban los ojos cuando te he dicho el dinero que he recogido.

—No se hable más—dijo ella— venga el bocadillo y a comer. Y prepárate para ir a comprar unas castañas asadas calientes para el postre, que mañana tendrás que regalarme algo bueno si quieres que pasemos la noche juntos. Ah...Y otra cosa... Pasa por los servicios de la estación de autobuses y lávate, que pareces el hombre de las cavernas. Ya no se sabe a qué hueles.

—!Mira, quién vino a hablar!—dijo él joven— ¿Acaso te has creído que tú hueles a rosas? ¿Y que eres la reina? Pues que sepas que vas dejando un tufillo que se sabe donde estás a cien metros de distancia.

—¡No te enfades, que la noche es larga!—repuso la indigente— trae ese coñac para acá... A mí ya no me queda bocadillo, ¿y a ti?

—Vamos a callarnos... Que cómo se den cuenta de que estamos aquí... Vendrán, nos recogerán y nos llevarán al albergue—recomendó él precavido. 

—¡Al albergue no! —casi gritó ella—¡Qué manía tienen...! —¿Por qué no la dejarán a una vivir su vida en paz?— ¿Tú crees que si yo quisiera vivir de otra manera, no buscaría la forma de hacerlo? Los vagabundos somos necesarios en esta vida: Somos el estímulo, el ejemplo para la gente que nos ve. Se sienten generosos y buenos cuando nos ayudan, y se animan a trabajar duro para no verse en nuestra situación... Somos muy necesarios para que los demás se sientan ricos, por pobres que sean.




—Anda, echa otro trago y arrímate acá, que me has salido muy filósofa.

M.E.Rubio Gonzáles

MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...