sábado, 30 de diciembre de 2017

ODA AL VIENTO

¡Oh, viento!
Quisiera saber
si sientes rozando mi piel
lo que siento
cuando pasas llenando mi ser.

Si me besas.
Si se enerva tu ansia viril.
Si te anima mi ansia a vivir
cuando pasas a través de mi aliento,
lleno de promesas.

Promesas de vida
de tu amor oxigenado
que me llena de alegre placer
por haber nacido mujer...
Placer por estar viva.
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viernes, 22 de diciembre de 2017

NOCHE ESTRELLADA

Asomado al iris de tus ojos
veo un paisaje de tierna inocencia.
¿Veo lo que siento, o siento lo que quiero ver?
Si los sentimientos tienen poder de expansión,
los nuestros transcienden e invaden el espacio infinito.
El cosmos se llena de alegría y ángeles cantan himno de gloria.
Paz de noche estrellada nos cubre.
Después de la entrega, dos almas aladas,
sienten ensoñación de anhelos cumplidos, abrazos que queman.
Ya todo ha sido, y el Universo, de nuestro amor se ha nutrido.


viernes, 1 de diciembre de 2017

ROMANOS Y CARTAGINESES

Lena no era una mojigata, pero no lo podía evitar: se sentía como una vil mujerzuela si vestía minifalda. Cuando lo hacía,  todos los ojos la seguían cuando caminaba por la oficina de acá para allá con los papeleos del negocio. Haría falta un bombero para apagar los fuegos —involuntarios— que iban encendiendo sus piernas torneadas y todas las formas rotundas de su conformación femenina. Su rostro se endurecía al sentirse tan observada. Su gesto adusto no era suficiente para restar encanto a su fisonomía. ¡Qué fastidio! Decía para sí. Pasaba ante todos con aire de suficiencia sin mirar nada que no fuesen sus documentos, absorta en sus contenidos, dándoles enérgico manoseo.
 
  Pertenecía a un grupo de teatro Amateur. Siempre hacían la misma representación conmemorativa en las Fiestas Patronales de su ciudad. Era ésta, tierra de muchas culturas. Allá donde intentaban edificar, aparecían restos arqueológicos de los distintos pueblos que se habían asentado allí: Griegos, romanos, cartagineses... Hacían simulacros de batallas y casi todos los habitantes estaban involucrados pasando todo el año preparándose para el evento. 
 
  Con gran "pompa y boato", montaban un Senado romano y debatían los asuntos de la Comunidad con gran carga satírica, emulando los procedimientos que seguían aquéllos en sus tiempos de gloria.
      Durante días, se llenaban las hermosas calles de la ciudad de gente ataviada —con todo tipo de detalle— a la usanza de cartagineses, romanos, y sus damas, llenando de color y de ambiente festivo hasta el último rincón.
       Lena y Tonio, su pareja en la vida real, militaban en bandos opuestos:  Ella, en las filas cartaginesas representado a la sacrificada Himilce, cónyuge de Anibal, y... Tonio... en las filas romanas. La rivalidad de los dos bandos era bien notoria. Por suerte, no tanto como en su día tuvieron aquéllos contendientes. 

Por cosas de la casualidad... Ahora, Himilce... «Convivía con un gladiador romano»
       
     .

martes, 28 de noviembre de 2017

SE CIERNE LA PASIÓN

No existe la melodía que envuelve
tu alma y la mía,
sólo la escuchamos tú yo.
Nada perturbe tu entrega y mi embeleso.
La pasión se nos cierne con trémulas ansias.
Siente el calor de mi cuerpo desnudo
entre sábanas tersas
con aromas de espliego y lavanda.
Besa mi boca, pero no te apresures.
Deja que antes me nutra de tu aliento.
Deja que adivine el fuego de tus ojos entornados.
El mundo desaparece cuando cierro los míos.
Ya solo existimos tú y yo.

María Encarna Rubio

viernes, 17 de noviembre de 2017

LOS DOS INDIGENTES

La noche era de lo más normal para la época del año que corría: odiosamente fría y muy desangelada.
En las calles de toda la ciudad, —a pesar de estar excesivamente iluminadas— no se veía ni un alma. Hasta las ratas temían sacar el hocico por si se les congelaba.
En un rincón, escondido entre parterres y setos de la glorieta, un indigente y una indigente, se disponían a pasar la noche apretujados uno contra otra, para compartir mutuamente la intimidad y el calor de sus propios cuerpos. Se arrebujaban y se protegían del frío con unos cartones encontrados entre la basura, y también con una vieja manta mugrosa.

—¿Cómo te has escapado de la recogida de indigentes? —dijo el chico a la chica a la que acababa de conocer de modo fortuito. —Y, a todo esto... ¿Cómo te llamas?
—¿Para qué quieres saber cómo me llamo? ¿Acaso te he preguntado yo a ti cómo te llamas...? Si te parece bien, —antes de entrar intimidades— vamos a comer ese bocadillo que dices que has comprado y a echar un trago, porque... has traído vino, ¿verdad? —le contestó ella con aspereza.
—No. He traído coñac. Pero coñac del bueno. ¿A que no sabes cuánto dinero he recogido hoy pidiendo en la puerta de la catedral?
—Si no me lo dices, no.
—He recogido... ¡Cien Euros!
—¡Qué barbaridad! —Gruñó ella—. Podríamos haber dormido en una pensión. Con las ganas que tengo de coger un colchón cómodo, en una cama decente, en una habitación caliente, con un cuarto de baño... más o menos decente...Y hablando de decencia, tú, ¿por qué estás en la calle... tirado?
—¿No me has dicho que antes de entrar en  intimidades comamos el bocadillo? —Anda, toma y come, morena... —Le replicó él irritado—. Y ojo con meter la mano donde no debes meterla. Que he visto como te brillaban los ojos cuando te he dicho el dinero que he recogido.
—¡No se hable más!  Venga. El bocadillo, y a comer —farfulló ella más que dijo—. Y prepárate para ir a comprar unas castañas asadas calientes para el postre, que mañana tendrás que regalarme algo bueno si quieres que pasemos la noche juntos. Ah...y otra cosa... pasa por los servicios de la estación de autobuses y lávate, que pareces el hombre de las cavernas. Ya no se sabe a qué hueles.
—!Mira, quién vino a hablar! ¿Acaso te has creído que tú hueles a rosas? ¿Y que eres la reina de España? Pues que sepas que vas dejando un tufillo que se sabe dónde estás a cien metros de distancia.
—¡No te enfades, que la noche es larga, hombre! Trae ese coñac pacá... —Dijo ella apaciguadora, por último—. A mí ya no me queda bocadillo, ¿y a ti?
—Vamos a callarnos... que como se den cuenta de que estamos aquí... vendrán, nos recogerán y nos llevarán al albergue —argumentó el muchacho.
—¡Al albergue no! ¡Qué manía tienen...! ¿Por qué no la dejarán a una vivir su vida en paz? Tú crees que si yo quisiera vivir de otra manera, ¿no buscaría la forma de hacerlo? Los vagabundos son necesarios en esta vida: somos el estímulo, el ejemplo para la gente que nos ve. Se sienten generosos y buenos cuando nos ayudan, y se animan a trabajar duro para no verse en nuestra misma situación... Somos muy necesarios para que los demás se sientan ricos por pobres que sean.
—Anda, echa otro trago y arrímate pacá, que me has salido muy filósofa.



MISTERIO EN LA CASA DESHABITADA



De la casa deshabitada, allá en lo alto del cerro, dos columnas de humo subían hasta las nubes. Salían de sus grandes chimeneas. 
   
 Ese día, iluminado por un sol radiante, se había disipado la densa neblina que habitualmente ocultaba la silueta del caserón. 
   
 Todos los habitantes del lugar, recordaban las historias que habían trascendido acerca de aquella casona, contadas por los ancianos al calor de la hoguera en las largas noches de invierno.

 ¡Esa casa está embrujada! —decían—.  Nadie se atrevía a acercarse a ella.  Cierto era que, el paso del tiempo no se hacía notar en su antigua estructura, permanecía sin mácula, como recién construida. 

 Comentaban los lugareños, amedrentados por el misterio, que las noches de luna llena una lucecita difusa se dejaba vislumbrar a través de la densa niebla que envolvía el edificio del promontorio. Unas veces era verde. Otras de un rojo intenso; pero nunca, azul. 
   
 Azul, dicen que se llamaba la hija del dueño. 
Cuentan, que era una niña especial. Cuando llovía, Azul salía a la ladera del monte y cantaba canciones nunca oídas y las dedicaba a su madre a la que nunca conoció. 
  
Tenía una madrastra de comportamiento melifluo. Se comunicaba con el maligno. Éste le había prometido la eterna juventud si era capaz de pervertir a la niña... Cómo no conseguía su propósito, buscó en los bajos fondos ocultos un hechizo, y la convirtió en un pan de hogaza. Acto seguido, con la colaboración de señor de las tinieblas, convocaron a los malos espectros. 
Intentaron comer la hogaza de pan, pero no pudieron, ésta desapareció entre la bruma, volando con alas de cóndor andino.
  
 Ahora, cuando el sol difumina la niebla, sale humo por las chimeneas, y todo el valle se impregna de un delicioso olor a pan de pueblo recién cocido.


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miércoles, 15 de noviembre de 2017

UNA NOCHE ESTRELADA

Era una noche estrellada de verano. A pesar de ser entrada la madrugada, el calor se hacía notar. La familia al  completo, compuesta por cuatro hijas y el matrimonio de José y de Josefa, esperaban que la noche apaciguara el bochorno que se notaba en los dormitorios, a pesar de tener las ventanas abiertas, para retirarse a descansar. Sin más alumbrado que el que venía de las estrellas, charlaban sentados a las puertas de su casa. 
    Se hallaba ésta en el llano, cerca del monte. Cantaban los grillos y las cigarras como música de fondo.  
  
  El ladrido de Fani, una perra de raza Pastor alemán, y el relincho de su caballo, de pura raza española, que tenía por nombre, Mágico, les puso sobre aviso de que alguien se acercaba. Entraron de inmediato a la casa y cerraron la puerta con mucho temor. Los vecinos más cercanos estaban a dos kilómetros de distancia. No era muy frecuente, pero se habían dado casos de asaltos a los escasos habitantes de aquellas soledades.
   
  José, dispuesto a defender a su familia, dispuso su escopeta. Las niñas se encerraron en su cuarto. Temerosas, encendiendo una velita a una  imagen de la virgen del Carmen que tenían en una hornacina hecha en un hueco en la pared, se pusieron a rezar.
     En el gallinero, las gallinas formaron un gran alborozo, desacostumbrado a aquellas horas de la noche. Hasta el gallo se puso a cantar. 
    
 Josefa, toda amedrentada, se dispuso con apremio a guardar las ristras de ajos y de cebollas que tenía en el cobertizo del patio. También guardó las  obleas puestas a secar, y las almendras, provisiones que se hacían de los cultivos de verano para pasar el invierno. ¿Quién será? Se preguntaba. Hacía meses que no pasaba nadie por allí. 
     
 Nadia, la hija más pequeña, se subió al palomar. Las palomas, asustadas al recibir a la intrusa, salieron en bandada por los huecos de escape aleteando y tropezando unas con otras en la oscuridad de la noche.
     
 Elena, la mayor de las hermanas, abrió la trampilla que conducía al aljibe seco que estaba debajo de su cama y que sus padres habían habilitado para conservar allí las provisiones para el invierno. Llamó a sus hermanas para que se ocultaran allí con ella, y viendo que faltaba Nadia, salió en su busca. 
    
  Cuando la encontró, comenzaba a rayar el día. Primero todo se tiñó de rojo. Después, fue apareciendo el disco solar en el horizonte. 
Cuando fueron a la cuadra, Mágico no estaba. Había desaparecido. No sabían cómo, pero se había esfumado. Quedaron anonadados. 
Se consolaban unos a  otros todavía amedrentados.
Las palomas habían vuelto al palomar.
M.E.Rubio González

miércoles, 1 de noviembre de 2017

CASTAÑAS ASADAS

 La noche era de lo más normal para la época del año que corría: habían pasado las fiestas de Navidad y en las calles de toda la ciudad, a pesar de estar excesivamente iluminadas, no se veía ni un alma. Solo algún puesto de castañas asadas se mantenía, aquí y allá, por si algún viandante le apetecía calentarse las manos con los frutos recién sacados de las brasas.

En un rincón escondido entre parterres y setos de la glorieta, un indigente y una indigente se disponían a pasar la noche apretujados, uno contra otra, aportando al conjunto el propio calor de sus cuerpos. Se arrebujaban con una manta dentro de su cabaña de cartón, hecha a propósito.

—¿Cómo te has escapado de la recogida de indigentes?—Y, a todo esto... ¿Cómo te llamas? —dijo el chico a la chica a la que acababa de conocer de modo fortuito.
—¿Para qué quieres saber como me llamo? ¿Acaso te he preguntado yo a ti como te llamas? —Dijo la chica con gesto agrio—Si te parece bien, antes de entrar en intimidades, vamos a comer ese bocadillo que dices que has comprado y a echar un trago, porque... has traído vino, ¿verdad?

—No. Vino no. He traído coñac. Pero coñac del bueno—contestó él ¿A que no sabes cuánto dinero he recogido hoy?

—Si no me lo dices, no—replicó ella con curiosidad.

—He recogido... ¡Cien euros!

—¡Qué barbaridad! —dijo la indigente casi gritando la respuesta— podríamos haber dormido en una pensión. Con las ganas que tengo yo de coger un colchón decente, en una cama caliente, en una habitación abrigada, con un cuarto de baño... Más o menos...Y hablando de decencia, tú, ¿por qué estás en la calle... Tirado?

—¿No me has dicho que antes de intimidades el bocadillo? — Anda, toma y come —le replicó él irritado —Y, ojo con meter la mano donde no debes meterla. Que he visto como te brillaban los ojos cuando te he dicho el dinero que he recogido.

—No se hable más—dijo ella— venga el bocadillo y a comer. Y prepárate para ir a comprar unas castañas asadas calientes para el postre, que mañana tendrás que regalarme algo bueno si quieres que pasemos la noche juntos. Ah...Y otra cosa... Pasa por los servicios de la estación de autobuses y lávate, que pareces el hombre de las cavernas. Ya no se sabe a qué hueles.

—!Mira, quién vino a hablar!—dijo él joven— ¿Acaso te has creído que tú hueles a rosas? ¿Y que eres la reina? Pues que sepas que vas dejando un tufillo que se sabe donde estás a cien metros de distancia.

—¡No te enfades, que la noche es larga!—repuso la indigente— trae ese coñac para acá... A mí ya no me queda bocadillo, ¿y a ti?

—Vamos a callarnos... Que cómo se den cuenta de que estamos aquí... Vendrán, nos recogerán y nos llevarán al albergue—recomendó él precavido. 

—¡Al albergue no! —casi gritó ella—¡Qué manía tienen...! —¿Por qué no la dejarán a una vivir su vida en paz?— ¿Tú crees que si yo quisiera vivir de otra manera, no buscaría la forma de hacerlo? Los vagabundos somos necesarios en esta vida: Somos el estímulo, el ejemplo para la gente que nos ve. Se sienten generosos y buenos cuando nos ayudan, y se animan a trabajar duro para no verse en nuestra situación... Somos muy necesarios para que los demás se sientan ricos, por pobres que sean.




—Anda, echa otro trago y arrímate acá, que me has salido muy filósofa.

M.E.Rubio Gonzáles

domingo, 22 de octubre de 2017

TODO ERA UN SUEÑO

El vecino de Anyi se había propuesto convertir la vida de ésta en un infierno: de madrugada, y sabiendo que todos los sonidos se filtraban a través de las paredes, hacía prácticas con su piano sin ningún sentido de armonía ni orden musical. La pobre aguantaba paciente, no quería denunciarlo por si frustraba a un futuro genio. Día tras día, aguantaba aquella tropelía viendo que, de seguir así, sus nervios se iban a destrozar.

Quizá coincidieran en la escalera, pero ella, no conocía a la persona que todas las noches la martirizaba de aquella manera desconsiderada. Estaba planteándose cambiar de piso y de barriada, cuando la mano del destino se puso a trabajar por ella: por motivos de trabajo tendría que estar fuera de la ciudad cierto tiempo. Preparó su traslado de inmediato y cerró su apartamento hasta nueva orden.
Transcurrió algún tiempo y concluido su cometido en el lugar de operaciones se dispuso a regresar a su anterior residencia. Tenía la esperanza de que su vecino se hubiese trasladado a vivir a otra parte, o por lo menos, que hubiese aprendido a tocar bien su instrumento.

El primer día, nada, silencio absoluto. El segundo igual. Ya estaba convencida de que todo iba a ir bien, cuando, una noche, empezaron las notas de la composición de (Schubert) «Serenade»  a volar por el espacio de su dormitorio. Su subconsciente que predominaba en el instante, le hizo creer que levitaba, y que una nube de mariposas la transportaban hacía el exterior por la ventana entreabierta al son de la dulce melodía. Ya la amanecida se vislumbraba en el horizonte. Un cielo azul profundo con destellos bermellón... Y, de pronto... Cesó la melodía. Huyeron las mariposas al son de las notas solemnes y misteriosas del violonchelo. El  «Adagio» de (Sebastiam Bach), despertó el consciente de Anyi que poniendo sus manos en torno a su boca a modo de bocina, gritó:
¡Por favor, sigue tocando la anterior! 
  
Volvió el silencio. Una maravillosa voz de soprano cantó:

Siente el calor de mi cuerpo desnudo
entre sábanas tersas
con aromas de espliego y lavanda.

Besa mi boca,pero no te apresures.
Deja que antes me nutra de tu aliento.
Deja que adivine el fuego de tus ojos entornados.
El mundo desaparece cuando cierro los míos.
Ya solo existimos tú y yo.

M.E.Rubio González





sábado, 21 de octubre de 2017

EL DESPERTAR


¡Qué bonito despertar!
Y ver que estás a mi lado.
Ver que en la almohada mi pelo
con tu pelo se ha enredado.


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Andrés quedó gratamente sorprendido cuando al salir del  trabajo hizo un alto en su camino.
 Entró en el bar cercano a casa. Sintió que alguien le tocaba en el hombro.  Era Paco, su amigo de la infancia que le saludaba con alegría, había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron. 
Desde que Andrés se casó con Pepa, había descuidado sus amistades, su vida era rutinaria y desabrida, nada había salido como él esperaba.

 —¡Qué bien te debe ir la vida, amigo mío!  Dame un abrazo, hombre... y cuéntame... ¡Tienes muy buen aspecto! —Le dijo su amigo con gran regocijo.
—Sí... bastante bueno. Si me hubieses visto hace un mes, seguro que no habrías pensado lo mismo. Aunque no lo parezca, mi vida es un asco. Para empezar, mi salud hace tiempo que hace aguas: me hacen revisiones de colon, me falta un riñón, duermo todas las noches con una mujer que no me gusta, y por si eso fuera poco, me han clavado en una deuda de doce mil Euros.

—¡Vaya...! Pensé que eras un hombre afortunado y que tu mujer era el centro de tu vida.
—¡El centro de mi vida! Hace tiempo que abrí los ojos a lo evidente, toda su belleza se esfuma  hablando con ella. Es inconstante, vulgar, pasiva, y qué sé yo. Aburre hasta la saciedad. Necesita que el dinero caiga del techo sin parar de noche y de día, es una manirrota.

—Hombre, tal como lo pintas, cualquiera saldría corriendo por piernas —adujo Paco un tanto irónico.
— Todos los días salgo pensando en no volver —contestó Andrés, pero algo risueño a un tiempo.    
—¿Por qué no lo haces?
—Cualquier día lo hago.
Venga, hombre, la vida es una sola. No la desperdicies. 

— Tengo nostalgia de aquellos tiempos en que veíamos la vida como una aventura. —Expuso Andrés a modo de desahogo.

—¿Por qué no te vas a Australia? Creo que allí necesitan gente especializada. Tú eres un buen veterinario —añadió Paco al tiempo que apuraba la ceniza de su cigarrillo.

—¡Hombre, Paco! ¡Qué lejos me mandas! además, no tengo dinero para todos los gastos... La despilfarradora de mi mujer lo consume todo. Y le falta.

—No te preocupes —dijo Paco pasando su brazo alrededor del cuello de Andrés—Si quieres que te eche una mano cuenta conmigo. Yo lo puedo solucionar todo. Tú, sigue tu vida normal. Cuando esté todo preparado te llamo y desapareces. Allí se ganan sueldos muy altos. Ya me lo irás devolviendo.

Andrés estaba estupefacto. No podía creer que su amigo, al que hacía años que no había visto, le propusiera fechoría semejante.

¡Paco, me parece algo canallesco! Desaparecer así, sin más, es muy fuerte la cosa.

—Tú puedes hacer lo que quieras, Andrés; pero vivir así, sin ilusión, vale más no vivir. El tiempo todo lo borra. Ella se sobrepondrá y quizá sea lo mejor para los dos.

—¡Creo que me estoy ilusionando con la idea! —dijo Andrés sin pensar bien lo que decía. 
— ¡Los amigos se ayudan!—reiteró Paco muy locuaz —Tú sabes que puedes contar conmigo.

Se separaron ambos compañeros y Andrés marchó a su casa  con mucha inquietud y desasosiego. Era una locura. ¿Por qué Paco quería dar un cambio a su vida?, ¿sería cosa del destino?

Pasaron unos días y la rutina hizo olvidar a Andrés el incidente. 
Una mañana sonó el teléfono en casa de Andrés. Pepa, la mujer de éste, atendió la llamada:

—¡Hola, soy Paco, ¿está Andrés?
—Hola, Paco. Andrés no está — dijo Pepa aclarando la voz mostrado contento, había reconocido a Paco—¿Quieres dejarle un recado?—
—Sí, dile que me vea en el bar.
—Paco, ¿Cómo estás? no vienes mucho por aquí —añadió Pepa mostrándose comunicativa.
—Estoy muy liado, Pepa. Cualquier día paso. ¡Un saludo!

Las personas aparecen y desaparecen del modo más inesperado, calculaba Pepa pensando en Paco, mientras dejaba el auricular en el soporte.

Cuando vino Andrés a casa recibió la noticia y se dispuso a ir al encuentro con Paco. Pepa, haciendo gala de su falta de tacto, en opinión de Andrés, se empecinaba en acompañarle.
—Necesito que me hagas un favor, Pepa. —Le dijo de un modo solapado—. Espero una llamada importante. ¿Quieres esperar aquí y atender el teléfono? Te prometo que no tardaré.

Pepa dejó marchar a regañadientes a Andrés. Éste anduvo el camino hacia el bar en cuatro zancadas; nervioso, apresurado. 
—¿Qué hay Paco? —Le dijo a modo de saludo a su amigo a su llegada al bar—ya no me acordaba de lo que hablamos. Me parece una locura indigna.

—Pues todo está dispuesto—dijo Paco con una resolución aplastante— El martes a las seis sale el avión que te llevará a Sidney. Tienes hotel y contactos que se comunicarán contigo nada más llegar para el contrato de trabajo. Te adjunto, con el pasaporte, una cuenta bancaria.
¡Es demasiado! Te devolveré con creces el favor que me haces —le dijo Andrés, con inseguridad y desconcierto. No entendía como había llegado a tal enredo—

Aquella noche Andrés observaba a Pepa más que de costumbre. Los remordimientos querían aflorar... marchaba, huía del hogar conyugal sin despedirse, sin una explicación... ¡Qué diablos! —Se dijo— ¡libertad divino tesoro! Todo estaba decidido. ¡Viva la aventura!, ¡Adiós a la rutina!
¡Viva la libertad!

Llegó el día. Él salió para el trabajo como de costumbre; pero estaba de acuerdo con su amigo, que le  recogió  y le llevó al aeropuerto donde embarcó rumbo a Australia. 



Por la ventana entreabierta, la luz tamizada y suave de la mañana iluminaba la alcoba. En la cama, Pepa duerme despreocupada, ni se había dado cuenta de que su marido  había abandonado el lecho conyugal. 
 Los ruidos de la calle la despiertan. Coge el  móvil y llama a su marido. El teléfono de Andrés no da señales. Todavía somnolienta, se dispone a dejar la cama con tan mala fortuna que resbala y cae. Pierde el sentido y queda inconsciente en el suelo. 
¡Pobre pepa! Nadie la va a socorrer, Andrés ya estaba surcando el espacio que le llevaba a su nuevo destino. 


Paco, que tenía la misión de comunicar a Pepa la marcha de Andrés, fue hasta su casa a darle la noticia. Llamó al timbre y nadie le abrió. Después de varias llamadas telefónicas y al timbre sin respuesta, con un extraño presentimiento de que algo extraño pasaba, avisó a la policía. 
La encontraron como ya sabemos, inconsciente en el suelo. La trasladaron al hospital.  Después de muchos cuidados, Pepa despertó con una amnesia total: no recordaba nada de su vida anterior, ni de si tenía familia, ni de la existencia de Andrés, nada... 

A Paco se le complicaba la vida. Él, que había elegido la vida de soltero huyendo de responsabilidades y de problemas, ahora, sentía la obligación de cuidar de aquella mujer que conocía tan poco. Se sentía culpable. ¡Quién le mandaría a él tal cosa!  ¿Qué iba a hacer ahora? Andrés ya habría llegado a su destino; pero estaba obligado a permanecer en ese país cinco años sin salir ni de vacaciones. Era la norma que se imponía al firmar el contrato.

Cuando le dieron el alta a Pepa  no podía vivir sola de momento. Al no tener familiares cerca, Paco la tuvo que instalar en su casa para poder seguir con su trabajo y cuidar de ella hasta que recuperase la memoria, si es que lo hacía.

Los días fueron transcurriendo y Paco al volver del trabajo encontraba a una bella mujer esperándole. Se sorprendía al encontrar cambios en su hogar que a él nunca se le hubiesen ocurrido.  Al contrario de lo que Andrés decía, Pepa era una fantástica compañera. Se ocupaba  de todo lo  imprescindible para una vida agradable y digna.  Salían a caminar e iban juntos al gimnasio. Los domingos paseaban en barca por el estanque del parque e iban al cine. 
Paco se sorprendió deseando que Pepa no recuperase nunca la memoria y que Andrés se quedara en Australia para siempre. 

María Encarna Rubio






jueves, 28 de septiembre de 2017

LA SEÑORA PACA Y SU CARRO DE LA COMPRA










Con gran determinación, la señora Paca avanzaba por la acera empujando su carrito de la compra. Le servía de apoyo y pasito a pasito, hacía cálculos de lo que le faltaba para llegar al supermercado.
Había tomado la costumbre de caminar hablándole al carro, en su soledad, hablaba a cualquier cosa:

—¡Vaya tiempecito que nos hace esta mañana! Suerte que se me ha ocurrido ponerme la manteleta. 
Cuando mi pobre Ernesto vivía, siempre miraba cómo estaba el tiempo fuera antes de salir. Yo, no soy tan precavida, salgo a la buena de Dios. Ayer sin ir más lejos salí sin paraguas y me calé hasta los huesos; debo tener bien las defensas porque no me he resfriado.
 Mi vecina Lola está perdiendo la chapeta, se ha puesto minifalda, y con ochenta cumplidos, tú me dirás; pero... ¡qué vas a decir tú!... si eres un carro de la compra... Pero no te preocupes, pronto sacarán uno que hablará... Aunque lo saquen, yo a ti no te cambio por nada del mundo, eres el mejor compañero que he tenido: escuchas en silencio y me llevas los paquetes; también me echas una mano y me sostienes el equilibrio. 
Qué malo es llegar a viejo. ¡Quién me ha visto y quién me ve...! Yo, que me comía el mundo:  siete hijos he criado, y mira, si quiero conversar con alguien tengo que hacerlo contigo; claro, que si quisiera ir a vivir con alguno... 
Tengo a mi Paquita que con el alma y la vida querría que me fuera con ella. Pero no. Si me voy de mi casa no podré recibir a todos, eso está claro.
 Se irán distanciando y perderán el interés de ver a su madre. Ellos cuando vuelven a casa encuentran allí los recuerdos de su infancia. Les encanta subir a sus habitaciones y encontrar cada cosa que dejaron en su lugar, y rememorar sus vivencias en el hogar de sus padres... ¡No, no me iré! ¡Ah, mira, ya hemos llegado! Espera aquí que enseguida vuelvo.

M.E.Rubio González

miércoles, 27 de septiembre de 2017

ENSALADA DE PERLAS







—Cuéntame un cuento Yayi, y dime qué comen las hadas. 

—Ensalada de perlas, aderezada con jazmines y suspiros de estrellas.
Es lo que comen las hadas cuando quieren celebrar el Equinoccio. Sueltan su melena al viento y encienden las luces de sus baritas. Van buscando a las niñas soñadoras y les conceden un deseo. 
Dime, Thais, ¿Qué deseo es el tuyo?

—¿Acaso eres tú un hada con facultad para conceder deseos?
—Sí, mi niña. Soy la noche y el día, el viento y la lluvia; el sol y la luna, la tierra y el mar. Pide lo que desees, que yo con mi poder te lo voy a conceder.

—Es mi deseo que la luz de la sabiduría inunde mi entendimiento.
 Saber tomar siempre la decisión correcta.
Conectar mi ser espiritual con mi ser físico en perfecta armonía.


—¡Oh, Thais!  deseos de una niña precoz; de todas formas...

 Todo eso se consigue comiendo la ensalada de perlas aderezada con jazmines y suspiros de estrellas. Las hadas no han dejado ni pizca de ella. Hasta el próximo Equinoccio te tendrás que conformar con iluminación intermitente, acertar en tus decisiones solo de vez en cuando, y el desajuste entre tu ser físico con el espiritual cada vez que te distraigas en cosas banales del mundo. Escucha con atención a quién te habla en el silencio. La voz de tu interior te dirá cuando la ensalada de perlas aderezada con jazmines y suspiros de estrellas está preparada, y come antes de que las hadas acaben con ella. 

—Sí, bien... ¿Pero dónde la podré encontrar?
—Las hadas, cautelosas, van dejando mensajes ocultos.  «Adivina tú dónde»
—¡Tengo sueño, Yayi! Mañana terminaremos el cuento.

M.E.Rubio González



   


martes, 26 de septiembre de 2017

CADA DÍA ES NUEVO

El agua del grifo caía con fuerza produciendo chispazos que lo estaban mojando todo alrededor del lavabo. El ruido que hacía atrajo la atención de Julina, gran amante de la limpieza y el orden.

—¡Pacooo! —gritó—. El estruendo se que se oyó salió por la ventana, y el viento de Tramontana lo arrastró hasta el valle que se extendía allá a lo lejos. El viento quiso jugar con él, y lo fue llevando por montañas y valles, hasta que en su enredo con ellos, se lo fueron pasando convertido en «eco» que repetía una y otra vez... ¡Pacooo... Pacooo...!

Paco, al oír la potente voz de su madre, dejó la pastilla de jabón en la jabonera, y temeroso, corrió asustado y arrepentido del tremendo delito cometido, y no encontrando otra salida, se deslizó por la barandilla, escaleras abajo.

En su escapada precipitada y sin saber dónde esconderse, vio que la puerta que daba absceso al sótano de casa estaba abierta: bajó, cerrando cauteloso tras de sí.
La oscuridad más absoluta lo envolvió.
 No tuvo que esperar largo rato a que sus pupilas se adaptaran a la oscuridad, pronto fueron apareciendo ante sí los objetos que el lugar tenebroso contenía: baúles, máquinas de coser antiguas, maniquís sin brazos y sin piernas, y un gran armario con las puertas abiertas que parecía quererlo  tragar.

Se fue acercando medroso con la intención de esconderse detrás de la gabardina de papá, que tenía las mangas en posición de abrazo, invitándolo a refugiarse a su abrigo. En ese preciso instante, los goznes de la puerta chirriaron a modo de lamento. Una voz un tanto excitada, exclamó: «Pacooo, ¿estás ahí?» — Paco estuvo tentado de decir: ¡nooo! pero, contuvo la respiración y esperó a que la voz se hiciera silencio y la puerta se cerrara. 

Paco tenía miedo de las sombras, pero el temor a mamá lo superaba... "Era tan limpia y exigente" De vez en cuando hasta pegona. 
Si Paco no era obediente en todo, se enfurecía, gritaba y zarandeaba al pobre chico. Éste le tenía un miedo tal, que le era sumiso hasta la médula, no se atrevía a contradecirle. Si había de despedirse de ella por el motivo que fuese, le aterrorizaba acercarse para darle un beso. 

A pesar de estas circunstancias anómalas de lo que es una madre, Paco era un niño soñador. Jugaba con los bichitos que encontraba a su paso cuando salía al jardín y le gustaba bañarse en la acequia que lo surcaba de Norte a Sur. Se tendía bajo el magnolio  centenario y leía los cuentos que su tía abuela le regalaba en su cumpleaños.
 Recordaba con deleite sus caricias y sentía el calor placentero de que alguien lo quería. —Cuando estés triste, —le decía— recuerda al buen «Jesús», cuando dijo a Lázaro: —«Lázaro, levántate y anda». — Lázaro se levantó y anduvo... 

Y vendrá la Tramontana. Se llevará por la ventana los temores, los reproches... Y el agua de la acequia regará el magnolio centenario, y cada año, tendrás ante tus ojos la maravilla de verlo en flor. 

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M. E. Rubio González

domingo, 24 de septiembre de 2017

CUIDADO CON LO QUE DESEAS

—¡Fuera de mi vista! No quiero verte más. Ensucias lo que limpio y estoy harta de ti.
Éstas y otras increpaciones eran frecuentes en casa de Ariana. Hablaba sin piedad cuando lo veía deambulando por el salón. 

Él, cuando esto sucedía, la miraba y seguía con displicencia, con absoluta carencia de alteración por las increpaciones. Era el rey de la casa y buscaba el mejor sitio para él, sin importarle si el piso aún estaba mojado después de haberlo fregado.
Ella en el fondo disfrutaba de su compañía y admiraba su belleza, pero aquel día, sus increpaciones habían subido de tono y en su corazón deseó lo que decía: «¡No verlo nunca más!»

Marchó Ariana a los recados que tenía previstos. Cuando regresó, él no estaba: «Se había marchado y no volvió a verlo nunca más». Desde entonces el misterio la abruma...En adelante cuidaré lo que deseo... 
Con frecuencia se pregunta:
¿Qué habrá sido de aquel lindo gatito?

M. E. Rubio González

sábado, 23 de septiembre de 2017

EL DELANTAL

Levantó los ojos del diario y, por encima de sus lentes, fijó su atención en los graciosos zapatos que se posaban con elegancia sobre el piso de la cocina. La instantánea quedó en su retina repitiéndose una y otra vez como flax  que se acciona  a intervalos. Después de los zapatos fue subiendo hasta llegar a la cintura. Diminuta.

El lazo voluptuoso del delantal se expandía hasta las caderas con sus puntas largas, largas... ¡Dios mio, que prodigio! De pronto, se inclinó para poner detergente en la lavadora...
 ¡Indescriptible! Las piernas sobre los tacones subían la falda de manera que, solo tapaba su ropa interior el lazo del delantal...
   
 Amadeo esperaba hojeando el periódico con impaciencia la hora en que Adelina subía y bajaba las escaleras haciendo las tareas domésticas; pero sobre todo, cuando en la cocina, anudaba en su cintura su precioso delantal: Era una catarsis que renovaba sus energías y le devolvía la paz...«para seguir leyendo el diario»

M. E. Rubio González

viernes, 22 de septiembre de 2017

LA ESCAPADA

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Era plácido y feliz el transcurrir de sus días. Nada enturbiaba su devenir.
 Cuando tenía un ataque de melancolía, abría su blog y escribía:
 cuentos fantásticos, estimulando su imaginación con bella música de fondo.  

Sus relatos, eran a veces ingenuos, otras no tanto; pero siempre dentro de una línea marcada por la ética y la moderación. 

No se puede lanzar al viento nada que enturbie la atmósfera límpida de mi valle.
 Aguas cristalinas inundan los rincones más recónditos de mi alma.
 Sólo un «Señor» habita los remansos que a su paso tortuoso va dejando el cauce de mi río.
 Cauce que ha recorrido todo un sin fin de sinuosos parajes donde 
sus torrentes han excavado profundos desfiladeros.

 No vuelven atrás las aguas. 
Buscan nuevos parajes por vados y quebradas.
 Sigue el cauce su destino hasta perderse en la inmensidad de mares y océanos. 
Todos los ríos se unen en un solo mar infinito sin tormentas, donde la paz tiene su morada.
 «La paz se alimenta de sueños de amor y esperanza»       

jueves, 14 de septiembre de 2017

SÁTIRAS DEL SENADO

TRINIANA MUJER DE QUINIANO

Triniana mujer de Quiniano,
mujer entre las mujeres;
ha inventado el zarangollo
y lo hace que te mueres.

Los romanos que no saben
comer nada más que pollo, 
no tienen la mínima idea
de lo que es el zarangollo...

Ni patatas con alioli,
ni ensaladilla murciana, 
estas cosas las inventa:
Triniana mujer romana.

 Son tan ricos los platos suyos,
y las cosas que los componen,
que después de dos mil años...
Los murcianos aún las comen.

Esta mujer de Quiniano
conquistó sus pensamientos
poniendo sobre la mesa
estos platos suculentos.

También porque está muy buena,
y por ella, él se pierde. 
Igualito que a los platos...
«Más que a su vida la quiere»

¡Ellos ya son dos abuelos!
Pero no tiene importancia.
Ellos se conectan mucho...
¡Sobre todo en la pitanza!

M. E. Rubio González



domingo, 20 de agosto de 2017

SÁTIRAS DEL SENADO

EL JEFE DE LA CENTURIA

Bertonio y Josilina
engañan a los paganos,
parece que son ateos
pero ellos son cristianos.

Él, jefe de la centuria,
hombre fuerte y aguerrido,
se ha mostrado generoso
con Josilina, de quien es marido.

Le ha comprado brazaletes,
pulseras y muselinas
para que se haga con ellas
las túnicas más divinas.

Bertonio con Josilina
con sus trajes de romanos
en la casa de la huerta
nos reúne como hermanos.

Se congrega la centuria
para organizar la fiesta
con Bertonio y Josilina
en la casa de la huerta.

Le tiene celos de muerte
y la quiere encerrar
en la casa de la huerta,
donde se va a celebrar.

¡Ay! Dios, que no la encierre,
porque tiene que fregar
los platos de la pitanza
que es lo que le gusta más.

A mí me dijo en secreto
esta honorable señora
que las grandes comilonas
día y noche las añora.

Y no es por lo bien que come
ni lo bien que pasa los ratos
es porque calma sus ansias
de hartarse de fregar platos.

¡Qué fiestas, qué algarabía!
Que se hacían los romanos.
Ahora que ellos no existen
las hacemos los cristianos.

¡Y, es con buena voluntad!
La alegría Dios amó...
Ama la luz y la bondad
que emana de un buen corazón.

M. E. Rubio González




SÁTIRAS DEL SENADO

EL QUE BIEN TOCA

Juanjoniano y su guitarra
no le teme a los leones.
La afina y también la toca
que los duerme con canciones.

Se asustan, se van corriendo
cuando se marca el compás,
pateando fuerte el suelo
rasgueando sin parar.

¡Que alegría, que romano!
Que manera de tocar.
Es lo que dice Candiana
cuando por la senda va.

Este romano en su villa
cultiva flores sin par.
Son las gentes que se acercan
para aprender a tocar.

El pueblo entero le admira
porque siempre está dispuesto
a regalarnos su arte
en todo acontecimiento.

Por eso Dios bien le asiste
y le da capacidad
para sacar a la guitarra
melodías sin igual.

En el coro de la iglesia
cuando llegue Navidad
tocará los aguinaldos
de modo tradicional.

M. E. Rubio Gonzalez

sábado, 19 de agosto de 2017

SÁTIRA DEL SENADO

REGALO REGALADO

Pilirondo que ama a Antoniana
se porta como un chiquillo,
para ganar sus favores
le regala un cochinillo.

Con rodajas de limón
en el hocico y el rabo
y para ser más notorio,
él mismo lo ha cocinado.

Todo untado de manteca,
con perejil y con fuet,
ha copiado la receta
del programa Master Chef.

Se le ve tan jugosito,
y sabe y huele tan bien,
que Antonina generosa,
da buena cuenta de él

Se ha comido una pezuña
que sabía a pan bendito,
y le ha dicho a Pilorondo
que el próximo sea un cabrito.

Antoniana que desmuestra
tener muy buen corazón
 ha dejado a Pilorondo
que se coma una ración.

Viendo que todos miramos
como su apetito aplaca
dice que para invitar a todos
hay que traer una vaca.

M. E. Rubio González


MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...