jueves, 30 de enero de 2014

QUIERO SUBIR EN LA NORIA

   -Mamá quiero subir en la noria. -Pacocho estaba en la feria con mamá y unos amigos. 
Su madre, protectora y precavida, siempre le acompañaba cuando subía en las atracciones de la feria. También ella disfrutaba como una niña. La noria no le gustaba, subió una vez y le pareció espantoso. Para conformar a Pacocho, le dijo: 
-Te compraré un regalito, pero a la noria no subiremos.

   Pacocho aceptó el ragalito. Cuando lo tuvo, siguió queriendo subir a la noria. La madre, como era su costumbre, cedió y subieron los cuatro niños y ella.  Se dispuso a sufrir con paciencia el gran terror que esto le causaba. La noria empezó a girar y girar, cuando llegó al máximo de sus revoluciones, el módulo donde viajaban ellos se soltó, saliendo disparados a tal velocidad que, si no llevan los cinturones puestos, se habrían dispersado por el espacio. 

   Aterrorizados, se cogían de las manos. Un haz de luz blanca les absorbió. Asustados los niños, gritaban. Para tranquilizarlos, la madre de Pacocho les decía:  
-No tengáis miedo, estamos en buenas manos. Estas luces blancas siempre  han visitado nuestro planeta y nunca ha pasado nada. Seguro que pertenecen a la esencia misma de nuestra madre Tierra. 
    
   No había acabado de decir esto, cuando una nube de horribles insectos negros, iguales a los mosquitos, estaban devorando el haz de luz. Cuando acabaron con el haz de luz, los cogieron prisioneros. Los llevaron al planeta de chocolate. Allí todo era agridulce y marrón oscuro. Los monstruos, al llegar, empezaron a crecer y crecer; su aspecto terrorífico causaba pavor, los miraban con aspecto de quererlos comer.
   La madre, muy observadora, les dijo:  
-No tengáis miedo, éstos devoran la luz y no tienen boca. Los niños empezaron a reír y como si de un sortilegio se tratara, los monstruos fueron cayendo en masa, sólo quedaron unos pocos que estaban inmunes por haberse salvado en experiencias anteriores.

  Pacocho portaba en su cintura el regalo que mamá le hiciera en la feria. Se trataba de una cimitarra con doble filo. Como venía camuflada en su funda, mamá no la vio en profundidad, si no, no se la hubiese comprado.

   -¡Pacocho, dame el regalo que te compré!
Mamá, con determinación premeditada, desenfundó la cimitarra, y se lanzó como una heroína contra los monstruos. Los niños, entusiasmados, empezaron con gritos y risas a jalearla. Todos cayeron bajo el brazo poderoso de mamá, sin olvidar los poderes de las risas de los niños.

   A los monstruos tendidos en el suelo, los envolvió un haz de luz y se fueron derritiendo y convirtiéndose en chocolate. 
Los niños querían comer de aquel chocolate. Mamá lo impidió, quizás era una trampa que les haría quedar en el abismo para siempre.

   El haz de luz les devolvió a la noria que seguía dando vueltas y más vueltas. Mamá les decía: 
-¿Veis qué poderes tienen la luz y la risa?  " La llevaremos como consigna siempre"       

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