En las galaxias remotas recién descubiertas, en un planeta llamado Aiterr, dos monstruitos jugaban a ser traviesos. No necesitaban herramientas, pues sus dientes largos y flexibles podían convertirlos a placer en cualquier cosa que les gustase. Cuando reían, formaban tal ventolera que, a cien metros a la redonda, todo salía disparado hacia el espacio estelar.
Tenían un primo, se las daba de sabiondo, que no estaba de acuerdo con su proceder. En su naturaleza extraterrestre tenían un saquito en forma de mochila donde podían guardar cualquier cosa que les gustase. Llamaron al primo con la escusa de jugar, le pusieron en un meteorito y... ¡se dieron una fuerte carcajada! Salió el meteorito disparado y fue a caer en el Mar del Caribe.
Margarita, una niña rubia, de ojos azules como el mar, lo vio caer. Iba de viaje por el mar con los niños del colegio. Nadie le creía, como siempre estaba contando fantasías, pensaban que era una más.
Anduvo muchos días de polizón el monstruito sabiondo. Quedó prendado de la niña, la puso en su mochila, con sus dientes mágicos hizo una nave espacial y marchó al espacio estelar por la misma ruta por la que había venido. Ya en su planeta, marchaba con la niña a cuestas como si tal cosa. Un día los primos traviesos, haciéndole cosquillas, la descubrieron. Le decían:
-Saca la mano por esta ventana y dinos cómo te llamas.
-¡Me llamo Margarita!
Las palabras terrestres de Margarita hicieron fusión con los elementos extraterrestres de Aiterr y pronto se vieron rodeados de un campo de margaritas. La niña ni se asombró.
-¡Dejadme salir!-
-No, dinos lo que quieras. Saca la mano por la ventana. Pronto partirás para tu lugar de origen.
-¡Habla, dinos cosas de tu planeta!
-¡Habla, dinos cosas de tu planeta!
La niña, no sabiendo qué decir, buscó palabras bonitas: amor, ilusión, fantasía, alegría, éxtasis, cielo, mar...
Pronto el planeta Aiterr era como a nosotros nos gustaría que fuera el nuestro, pues aunque también dijo maldad, penas, sufrir, lo dijo muy bajito y no se fusionaron.
Los monstruitos seguían jugando, la sacaron y, con una carcajada, la pusieron en órbita. Por cosas de la casualidad cayó en el barco. Nadie la había echado de menos, pues el paso del tiempo no es el mismo en los planetas.
No lo contó a nadie, estaba convencida de que pensarían que era otra de sus fantasías. .
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