Cada día, cuando iba al colegio, al pasar frente a la casona, sentía como si alguien estuviese vigilando su paso por el lugar.
La niña destaca en todos los temas. Tiene una facilidad de comprensión que sorprende. Qué pena que no tenga futuro.
Su profesora, pretendía ayudarle. Vivían en una aldea perdida donde lo que primaba era comer todos los días.
-Estoy de acuerdo, señora maestra, pero necesito que me ayude, -decía su madre.
En la casona vivían unos señores ricos. No tenían hijos.
-¡Ay! Rafael, cuando veo pasar a esa niña, tan bonita, con esos ojos tan tristes y tan mal arreglada, se me parte el corazón.
-Mujer, no es para tanto. Tú estás ansiosa de niños, por eso lo ves así.
-Porque, si tú quisieras, la podíamos traer a casa. Yo la cuidaría, seguro que las dos seremos más felices.
Todo fue solucionado, la niña pasó a ser dama de compañía de la señora cobrando sueldo. De momento, un profesor vendría a darle clase.
-Nada aventaja en hermosura a mi niña, -decía la señora feliz como nadie.
Toda una señorita, preparada, educada, llegaba el momento de la puesta de largo.
Toda una señorita, preparada, educada, llegaba el momento de la puesta de largo.
-Daremos una sorpresa a Rafael, -dijo la señora. -Guardamos el vestido de puesta de largo de su madre. Haremos unos arreglos y te lo pondrás ese día.
La niña estaba preciosa. A última hora mandó la señora hacer cambios en el salón. Sólo el señor se dio cuenta, siempre lo había presidido el retrato de puesta de largo de su madre. Había sido retirado. No hizo ningún comentario al respecto. Cuando la niña bajaba por la escalera, parecía su madre que había salido del cuadro.
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